«Al cartero le quedaba sólo una carta que repartir ese viernes. Una carta y podría volver a la oficina, cambiarse y llegar a tiempo de comer con Sur y los niños.
La carta era azul turquesa e iba lacrada con algún tipo de cera de color miel. Se la pasó por la nariz y la olió…».
– Joder, Marvin, sabía que iba a pasar esto, así es imposible concentrarse. No me importa una mierda que te pases todo el rodaje escribiendo, pero dile que se calle. No para de hablar, tío, podrías ponerla en la primera fila de un puto entierro y seguiría sin callarse.
– ¿No será que ya tienes una edad, nene? Aunque ahora que lo pienso, eso tampoco es excusa. La mayoría de los ancianos del geriátrico de mi calle tienen más vitalidad.
– Joder, Marvin, ¿la oyes? Es antierótico, tío. Así no puedo, joder.
– ¿ “Así no puedo, joder” o “Así no puedo joder”?
«Olía a menta, a manzana y a salvia. Miró la dirección: el número veintiséis de la calle Sierra Pálida, primero B».
– ¡Cállate! ¡Cállate! Como no se calle me estallará la puta cabeza, tío.
– Solo hay que verte desnudo para que no exista la más mínima duda de a qué cabeza te refieres.
– A ver, un momento de silencio, por favor. Tú la primera, Heather. Vamos a ser profesionales. Esto está alquilado por horas y cuesta una pasta. Me gustaría que todos nos relajásemos, nos concentremos en por qué estamos aquí y lo hagamos de la mejor manera posible para que todos podamos irnos a nuestra casa o a dondequiera que tengamos pensado ir. Mira, Marc, todos estamos estresados. Tú estás estresado, ella está estresada y yo estoy estresado. Su estrés le hace hablar, el mío me hace escribir y, entre los dos, te estamos estresando a ti. Lo entiendo. Y lo siento. Pero sin ti no podemos avanzar, Marc. Sin ti no hay escena. Rosi, ven aquí, por favor. Ahora vas a ir con Rosi, entrarás en la habitación de al lado y te vas a relajar. Ella se encargará de ponerte a tono. Luego saldrás, harás la escena y nos salvarás el día.
– Vale, tío, vale. Tienes razón. Lo entiendo.
– Un receso de cinco minutos. Rosi: cinco minutos.
«Conocía la calle. La había dejado para el final porque, de la ruta de reparto de ese día, era la que estaba más cerca de la oficina. Giró la esquina en su motocicleta amarilla, localizó la acera de los números pares y empezó a contarlos. Vio el dos, el seis y el doce. Con una inclinación de cabeza, saludó a los conocidos que se encontraban charlando a la puerta del veinte. Vio el veinticuatro, y aparcó la moto».
– Sabía que eras una apuesta segura, Marc. Qué envidia ¡Eso es un tío, sí señor! Muchas gracias, Rosi, luego hablamos. Todos a sus puestos. Heather, reina, saca esa gatita juguetona que llevas dentro. Ahora es el momento. Exacto, exacto, ¡muy bien! ¡Eso es! Los vas a dejar sin aliento, reina, harás que se les salgan los ojos de la cara y que no se den cuenta de ello hasta que les cuelguen a la altura de la boca y se los relaman. Muy bien, señores, todos a sus puestos: ¡rodamos!
«Se quedó observando atentamente la fachada del número veinticuatro, mientras golpeaba rítmicamente el sobre azul contra la palma de su mano izquierda. Miró el portal de un lado y el vacío del otro. No había duda.
No había número veintiséis».
– Con entrega, con pasión. Eso es. Sois dos especímenes perfectos hechos para dar y recibir placer. Estupendo. Cámara dos, enfócalos por abajo, que se vea bien. Uno, mantén el plano general. Hacéis el espectáculo supremo. Hacéis arte. Y hacéis que todos los que os van a ver, durante un momento, sueñen despiertos con que son ese superhombre o esa supermujer que siempre han soñado ser. Sois Eros y Afrodita encarnados. Sois la lujuria terrenal explorada en todas sus facetas y formas. Eso es, Marc, a fondo. Baja el foco de la derecha. No, ese no, el otro. Ahora, perfecto. Sin prisas, eso es. Cámara dos, rodéales, que a ella se le vea la cara. Bien, les dejamos hacer, ¿entendido?
«Podría preguntar a algún vecino de la calle por si les sonaba el nombre del destinatario, pero pensó que sería una indiscreción. No, lo mejor era devolver la carta. El remitente se daría cuenta de que se había equivocado de dirección y la mandaría de nuevo, en otro sobre, y él la entregaría».
– Cámaras uno y dos, atentos al gran final. Uno, en primer plano; dos, en plano medio. Ahí va el campeón, eso es, Marc, eres mi ídolo. Heather, ojos abiertos.
«Tres semanas después, mientras ordenaba las cartas de la ruta, se fijó en un sobre color melocotón. Lo apartó del resto. Observó el sello de cera roja y lo acercó a su nariz. Olía a sándalo, a gardenia y a uva fresca. La exquisita caligrafía no dejaba lugar a dudas: iba dirigido al número veintiséis de la calle Sierra Pálida, primero B».
– Corten.
Por Thalcave.