— Miguel, ¿dónde está tu abuelo? Está muy callado.
— No sé, creo que en su habitación.
— Manolo, ya está tu padre otra vez encerrado en la habitación. Dile algo.
— Déjalo, mujer. Estará con sus cosas.
— Con sus cosas, no. Que ya sabes que se le llena la cabeza de fantasías y la vamos a tener. Un día la vamos a tener.
Se acerca hasta la habitación y, sin llamar, abre la puerta. El abuelo trata de esconder un papel escrito con la manga de la bata.
— ¿Qué está escondiendo, abuelo?
— Nada.
— ¿Cómo que nada? ¿Ya está otra vez con las cartitas?
— No sé de qué me hablas.
— Vamos, abuelo, sabe perfectamente de lo que le hablo.
Intenta retirarle el brazo de la mesa pero el abuelo hace fuerza.
— Venga, abuelo, que es usted peor que sus nietos. Que no vamos a ningún lado con las cartas. Nadie escucha a un ratón. Los ratones no tienen pensión. No tienen descuento en transporte público. No ganan premios del café soluble.
— No lo sabes. Las cosas no se saben si no se intentan.
Consigue quitarle el brazo de encima y lee el papel que esconde.
— Una carta a un gato. ¿A un gato? ¿Pero en qué está usted pensando? Esto es lo que nos quedaba ya. Una carta de un ratón a un gato. ¿Señor gato? Que es usted un ratón. ¡Y uno muy viejo ya!
— Pues por eso… quiero dejar mi legado, quiero que mis nietos puedan llevarse bien con los gatos. Quiero demostrar que sólo son prejuicios de la sociedad.
— ¿Prejuicios? Yo no lo llamaría así exactamente. Además, abuelo, que los ratones no pasan a la historia —rompe el papel en pedazos—. ¿Quién se cree usted, Mickey Mouse?
Por Marta Gozález Villarejo.
Tienes mucho oído para los diálogos, Marta.
Ojalá me saliese algún relato corto y redondo como a tí.
Jaja, muchas gracias. La verdad es que me cuesta que sean cortitos. Lo de redondos no tienes nada que envidiar ;).