Ahora que me has cazado te pregunto, Gato-Sistema, en qué lugar reside el error. Justo ahora que soporto las zarpas sobre mi cola, negándome la libertad que prometieron, te pregunto: “¿He obrado mal en algo?”. Ahora que mi pequeño corazoncito de Ratón-Ciudadano late para tu regocijo en este rincón frío y oscuro, donde la putrefacción es pausada hasta que el rastro se retira, te pregunto: “¿Qué paso he dado en falso para que me hayas alcanzado con tus garras mugrientas de gato callejero?”.
Casi conozco las respuestas —¡ahora las sé!—. Me dirás con tono paternalista: “Pobre Ratoncito-Ciudadano, en realidad, son innumerables los pasos errados. Acciones imperceptibles, pinceladas impresionistas, que has ido ejecutando para conformar tu vida. Echa únicamente un vistazo al ano pestilente de tu mente, querido Ratón-Ciudadano, allí donde has ido aparcando con soberbia algunas cosas, iluso roedor, como si no las necesitaras. Tápate la nariz y reconócelas como parte de tus sueños. Cosas como las siguientes: marcar el gol de la victoria, despertar con el rumor del arroyo, descubrir la cura del cáncer, producir familia numerosa, mojar los pies en el mar trescientos sesenta y cinco veces, cantar hasta quebrar la garganta, salvar el mundo, entre otras cosas. ¡Miau! En dicho ano, un lugar donde nunca deslumbra el sol, todas esas cosas respiran como enfermos postrados gracias a ti. Ratón ingenuo, tú solito te has arrojado a las mandíbulas de este minino tan entrañable. Yo me he limitado, utilizando una pequeña dosis de mi astucia felina, a esperarte”.
Pérfido Gato-Sistema, agacharía la cabeza ante tal respuesta, sinceramente, puesto que ante la verdad absoluta únicamente resta hacer eso.
Lejos queda ya el tiempo en el que nos rendíamos a nuestras ilusiones. Si no recuerdo mal éramos ratones adolescentes de bigote débil y chillidos repelentes, si no recuerdo mal incluso conseguíamos ponernos a dos patas. Después nos atraparon los años uno tras otro, y nos reuníamos para soplar las velas creyendo que hacíamos bien, y que el mundo nos hacía bien, pobres de nosotros, y conforme arrancábamos las hojas del calendario hablábamos con menor énfasis de: contar todas las estrellas de la noche, pintar abstracciones en lienzos, reír con El Gran Lebowski, operar a corazón abierto, criar ballenas, comer galletas hasta el dolor de estómago, la última de Oasis, contemplar los eclipses, visitar la isla de Pascua, entre otras cosas.
Y allí estabas tú constantemente —¡ahora me doy cuenta!—, gatito odioso, mientras descorchábamos el champán, vigilándonos desde la ventana, asomando tus orejas puntiagudas, y ronroneando de gusto porque sabías que tarde o temprano acabaríamos entre tus mandíbulas.
Recuerdo que la decena se apartó como la espuma de la ola y no existieron excepciones para adoptarte como mascota. Con la pausa de un atardecer decidiste aproximarte. Tú entre nosotros sin que nadie alzara la voz, tampoco nadie pulsó el botón de alarma. Nos relajamos frente a sus artes amatorias, frente a tu pelaje suave, correteábamos entre tus patas, rascábamos tu panza, meneábamos los bigotes como si el camembert estuviera cerca, nos mirábamos de reojo unos a otros y continuábamos meneando los bigotes. Sin saberlo te conocíamos de otras ocasiones porque habías acompañado a nuestros padres hasta el maltrato (Papá-Ratón-Ciudadano con la cabeza enterrada en la almohada, Mamá-Ratón-Ciudadana leyendo estupefacta un papel extraído de un sobre). En los veinte nos rodeaste irremisiblemente con abrazos lujuriosos, expulsaste la púber calidez de nuestros cuerpos y susurraste al oído que nos separaríamos en la muerte.
Los que se resistieron a tus arrumacos fueron tachados de extraños por sus compañeros, actuaron de diana de los esputos, insultados —¡raro!—, y apaleados. Finalmente hincaron las rodillas con lágrimas rodando, con el convencimiento mentiroso de que no merecía la pena más lucha. Yo mismo los apedreaba y me reía a mandíbula batiente. Ellos gritaban: “¡Es un gato! ¡Es un gato!”. Nosotros respondíamos: “¡Es nuestro amigo! ¡Nos ama!”.
Gato-Sistema, ahora he aprendido que también te llaman sociedad. O comunidad. O vida. ¡Maldito diccionario!
“Queridos Ratones-Ciudadanos que aún disfrutáis de la libertad”, clamaría a los cuatro vientos si consiguiera zafarme de tu cárcel y lograra salir al mundo, “observad las manipulaciones del Gran Gato al que obedecemos cuando hablemos de: el precio del metro cuadrado de azulejos, la gasolina, el Euribor, doce horas de trabajo, hoteles todo incluido, rondas de circunvalación, candidatos electorales, Cristiano Ronaldo, copas de garrafón, televisores 3D, recortes, entre otras cosas”.
Pobres de nosotros.
Permíteme la última reflexión antes de que tu ansia termine de devorarme. ¿Cuál es entonces el verdadero problema? La comodidad que supone dar esos pasos a los que te refieres, Gato-Sistema, su accesibilidad de centro comercial periférico, sin dudas. Vemos un gran queso de bola que viene rodando hacia nosotros y comemos hasta la indigestión; sin embargo, en cada bocado aparentamos ser felices. Sólo debemos: invertir en un adosado con césped, sonreír al jefe, acudir a un multicine, apuntarnos en la lista de espera del Bulli, leer un best-seller de templarios, recoger al niño de clases de inglés, montar el domingo un mueble de Ikea, preocuparnos por el valor del yen, recoger al niño de clases de piano, acumular amigos en Facebook, preferir la cerveza sin alcohol, instalar el GPS, disminuir la frecuencia de los abrazos a la madre, y reír, reír mucho, reír con estridencia, presumiendo de piezas dentales, colmando la cara de sangre, sujetándonos el estómago y asegurándonos de que el mundo sabe que reímos, entre otras cosas. “Reíd hasta desencajar las mandíbulas y alcanzaréis la victoria”, nos aconsejas, maldito minino, mientras vamos llegando a la treintena, y añades: “Miau, miau, miau”, tras relamerte.
“¡Huid del gato! ¡Huid antes de que cumpláis los treinta!”, quiero gritar.
Por José Pedro García Parejo.
Buena hostia J Pedro… Helaíto me he quedao….
Muy buena Pepe! Además de necesario. ¿Te puedo seguir en twitter? ;p