El milagro de la esperanza.
30/05/16. Andalucia Información. Enlace al artículo.
Con “Ciudad Calima” (Ediciones Tragacanto. Granada, 2015), Silvia Rodríguez suma un nuevo título a su ya relevante obra poética.
En esta entrega, la poetisa grancanaria ha apostado por un lenguaje renovador, donde el verbo se extrema y se duele, y se hace dicha, al par del amor, pero también del desconsuelo: “No hay herida más aséptica/ que convertirse en aliada/ de tu rival/ en el campo de batalla/ intercambiar sin congoja/ los pedazos de la entraña/ en los carámbanos del amanecer/ y después quererse a muerte”.
Treinta años atrás, en un breve ensayo sobre “La posibilidad de la alegría”, Julián Marías sentenciaba: “La felicidad es imposible, pero no por ello deja de ser necesaria”. Recuerdo sus palabras en tanto releo aquí el hermoso poema “Enero”, en el que Silvia Rodríguez desvela una realidad muy cercana a la dicha: “Sigo aquí/ respiro aire/ que rodea la Tierra/ quiero que me duren/ tu beso/ mi alma/ y este vino”.
En su anterior libro, “Departamento en Quito”, editado tres años atrás, la poetisa isleña se sumergía en una reflexión real y ensoñadora sobre la conciencia humana y las consecuencias de su desigual comportamiento. Y en esta ocasión, su verso, tampoco olvida su personal compromiso y su íntima verdad al hilo del revelador poema que sirve como coda al conjunto, “Calima”: “Cuando somos ciudad alguien/ nos escucha nos habla/ tal vez nos quiere/ cuando somos calima/ todos huyen/ nadie nos recuerda/ y nos asfixiamos”.
Y con la ciudad de Nápoles como principal motivo inspirador, Silvia Rodríguez da a la luz otro libro, “Las princesas no tienen nombre”.
En edición bilingüe español-italiano -con traducción de Claudia Parisi-, el volumen es un bello atlas que recoge la mirada sensual y atenta de un sujeto lírico que va hollando los paisajes, los rincones, los ambientes… de un hermoso espacio que termina ovillado en el bordón de su alma: “cada noche te admiro/ desde el otro lado/ espejismo en el golfo/ que se desprende de Sorrento”.
Una cadencia envolvente, turbadora, acompaña este cántico, que apela a una transitividad comunicativa y lleva al lector hasta un territorio propio, en el cual la palabra danza sobre una tierra que se hace tierna y hospitalaria: “guarecida en la bandera del país/ me como sus colores/ relamo harina del labio/ y aprendo a darle forma/ a la masa napolitana”.
Además, los referentes históricos, el patrimonio cultural, los hábitos del lugar…., van ganando sitio en estas páginas donde lo vivido se hace eterna memoria, donde lo contemplado se torna materia lírica, y donde sus protagonistas y sus costumbres son aún viva verdad: “Cristo nació en Nápoles/ Sophia Loren nació en Nápoles/, laPizza Margheritanació en Nápoles,/ todos nosotros volvemos a nacer en Nápoles”.
Al cabo, dos poemarios atractivos y ensoñadores, que dan cuenta de una voz madurada, que sabe captar y expresar una sensibilidad personal, tanto desde su interior como del mundo en derredor: “En los meses de mayo y septiembre/ la sangre de San Genaro/ se licua ante la población napolitana/ el milagro de la esperanza”.