Miriam Palma Ceballos. La huella de las ausencias.
17/10/17. Libros Prohibidos. Enlace al artículo.
Título completo: La huella de las ausencias. Un relato sobre Walada
Año: 2010
Editorial: Maclein y Parker (2016)
Género: Novela corta
Una voz imposible de acallar
Pues seguimos apoyando la iniciativa #Leoautorasoct que ya inicié la semana pasada, hablando de un nuevo libro en clave femenina. Este es muy especial, ya que se trata de la historia de una mujer real que vivió en la Edad Media y que fue una adelantada a su época. Una de esas que, pese a tenerlo todo en contra —bueno, casi, que se trataba de alguien de procedencia noble, y eso ayuda—, fue imposible de ser silenciada. Estoy hablando de la princesa Walada Umeya, protagonista de La huella de las ausencias, de Miriam Palma Ceballos.
Aquí suelo realizar una pequeña sinopsis, pero se hace imposible porque esta novela corta es una falsa autobiografía de un personaje histórico real. Por ello, procedo a hablaros de Walada bint al-Mustakfi, poetisa andaluza de la Córdoba califal. Vivió nada menos que noventa años, del 1001 al 1091, por lo que fue testigo del declive de la mítica capital andalusí. Pese a no atenerse a las rígidas normas sociales de la época —se negó a cubrirse el rostro y a casarse— tuvo un papel vital en la vida cultural de su tiempo. Fue poetisa y maestra de poetas. Apenas si nos ha quedado nada de su obra, lo suficiente para atisbar una lírica que nada tenía que envidiar a sus coetáneos.
No he querido etiquetar este libro como novela histórica porque, en realidad, su formato no encaja ahí bien del todo. Se trata de una presunta autobiografía de Walada que, como es obvio, habla de su época, pero esto no deja de ser algo de fondo, algo residual e inevitable. Lo importante en este libro es el pensamiento de la protagonista, sus recuerdos y reflexiones, sus sentimientos y la pasiónque fue capaz de derrochar mientras su cuerpo albergó vida.
Del mismo modo que no podemos hablar de La huella de las ausencias como novela histórica, tampoco podemos decir que se trate de una obra feminista. No tendría sentido tratándose de un personaje del siglo XI. Y, sin embargo, es cierto que nos encontramos con una obra preñada de ideas revolucionarias para la época, ideas de igualdad, de rebeldía frente a la organización del mundo y la falta de oportunidades por haber nacido mujer. Como ya comentase antes, Walada fue una privilegiada, ella pudo permitirse vivir casi toda su vida en su propia casa con sus esclavos sin que nadie la mantuviera, pero eso no la hizo acomodarse. Más al contrario, pudo ocuparse de problemas menos terrenales y ahondar en las miserias de la sociedad. Miriam Palma Ceballos ha aprovechado la oportunidad para poner este mensaje adelantado a su tiempo en boca de Walada sin que por ello desentone o parezca anacrónico o forzado. Además, no sería extraño que la princesa pensara así en realidad.
La pequeña niña que fui prefería jugar a la guerra con los niños de la casa con espadas de madera y soñaba con acompañar en una aceifa a un ejército sobre un noble alazán sin temor alguno a la muerte; para adueñarse de hombres, de riquezas y de campos, para que pueblos enteros se arrodillasen sumisos y temerosos a mis pies, obedecieran mis decisiones, agradecieran mi protección y admiraran mi magnanimidad.
Como acabamos de comprobar, La huella de las ausencias es un relato que destaca por la belleza de su lenguaje. La autora ha sido capaz de impregnarse en el espíritu del personaje y de transportar esa sensualidad, ese estilo preciosista y sublime. Ya no solo me estoy refiriendo a la temática amorosa que, como pocos los textos que han pervivido de Walada, ocupa una parte importante, sino al perfecto manejo de los tiempos, la precisa elección de las palabras, la apacible cadencia de las frases, la sonoridad hipnótica, la riqueza de las imágenes. Leer este libro es perderse en un desierto con la promesa de quedarse a vivir en el cercano oasis. Es un placer para el lector, una obra para paladear con gusto. No en vano, esta es una de esas críticas en las que pongo tres citas y me quedo tan ancho.
[…] porque lo extraordinario del encuentro de nuestros cuerpos, en una de nuestras citas posteriores, después de algunas otras, fue precisamente la sensación de fluidez con la que se acopló nuestra carne, como si se hubieran encontrado dos continentes flotando a la deriva en la inmensidad del océano y sus contornos encajasen sin fisuras. Y nos unimos como se une el pericardio al corazón… como el alma se funde con el cuerpo. Es cierto, así, fundidos, engarzados, cartografiamos una y otra vez nuestros territorios, nos adentramos en nuestras hondonadas, descansamos en serenas llanuras, culminamos cumbres desde las que avistamos gozosas lejanías, tomamos refugio en oscuras cavernas y muchas veces gozamos asomándonos a peligrosos precipicios.
Tributo a todas las edades
La huella de las ausencias es un libro con suficientes recursos como para sorprender al lector.Parece imposible que sea capaz de reflejar una vida entera en tan poco espacio. Lo que a muchos escritores les lleva capítulos y capítulos —incluso tomos y tomos— Miriam Palma Ceballos lo resuelve en apenas cien páginas. Y no es fácil al tratarse de un personaje tan complejo y del que, en realidad, tan poco sabemos. El haberse centrado en los sentimientos ha sido clave para que la narración fluya sin contratiempos entre los distintos temas que trata. Este recorrido por una vida tan dilatada y compleja, a su vez, nos presenta una certera y justa visión de la infancia, la juventud y la edad adulta, para ofrecernos un noble retrato de la vejez, edad siempre tan castigada por nuestra sociedad. Es un tributo a las famosas tres edades del hombre. De la mujer, en este caso.
Con mis arrugas ya no necesitaba el velo del orgullo. Con mis canas y mi carne ajada y fláccida empecé a dejar de sentir que de algún modo mi presencia trasgredía esa divina ley que impide a las mujeres adentrarse en los dominios de los hombres. Y ya no tuve que arrogarme ningún derecho, acto de cuya legitimidad siempre había dudado en el fondo de mi alma. Nadie me veía ya. La vejez es el mejor velo para las mujeres, porque finalmente nos arroja a un espacio de acre libertad de sabernos no poseídas por nadie.
Javier Miró