Al fin, se durmió y soñó que no podía dormir.
El resto del tiempo, en duermevela, vigilaba la puerta, esperando verla llegar de nuevo, como siempre, aunque sabía que ella no podría aparecer si él no soñaba. Terco, seguía resistiéndose a tocarla sólo en sueños.
Era sólo en el sueño donde más nítidas aparecían sus facciones, los detalles, los gestos. Únicamente en el sueño era donde fluía su olor a azucena y vainilla, donde apreciaba la musicalidad de la mecida de su pelo y la brisa del largo de sus pestañas.
Si abría, por sorpresa, mucho los ojos para coger todos los detalles, para que nada se le escapase, llegaba el desastre, ella se desvanecía y la luz inundaba el vacío.
Tanto habían compartido, tan cómplices habían sido, que habían completado el catálogo de delitos de amor. Y ahora él no necesitaba hacerse trampas al solitario.
Mil veces deseó morir en lugar de ella, que el azar de la enfermedad lo hubiese enfilado a él. Otras mil veces más deseó, al menos, morir con ella, para que la última experiencia fuese explorada, como tantas otras antes, por los dos a la vez. Pero no hay Dios alguno que responda a la necesidad más recóndita del alma cuando más se le necesita.
Ahora, ella iba y venía, como la alegría, como la angustia, como la portezuela de la ventana al capricho del viento, como el sueño donde él se refugiaba para encontrarla.
Si tuviese cincuenta años menos, le habrían diagnosticado mal de amores, pero con su edad, los doctores lo habían dejado en un vacío de vida, que resonó un rato en el impasible pasillo. «Demencia senil» pusieron en el diagnóstico.
La enfermera que cogió la silla de ruedas para devolverlo a la habitación culpó a lo escrito en la tablilla de la bella sonrisa y el febril brillo de sus ojos; pobre, pensó. Desde su desconocimiento nunca podría saber que en realidad era rico, porque, justo antes, ella había vuelto a recordarle al oído esa frase que los había atado para siempre: «Sólo se conserva lo que no se amarra».
A la habitación llegó, de nuevo, despierto y soñando.
Por Antonio Aguilera Nieves.