«Mamá, se han equivocado, esos niños son tontos, no saben leer ni escribir». Eso fue lo que dijo al salir de clase el primer día de colegio. Pero no se habían equivocado, esos iban a ser sus compañeros durante los próximos nueve años de su vida. Teniendo en cuenta que sólo tenía cuatro, parecía una eternidad.
El primer día de clase lo pasó entero escribiendo el número cero. Quería escribir todos los números, uno en cada fila hasta llegar al 13, que era el número de filas que había en total. Le había preguntado a la maestra, una señora con bastante mal carácter y rostro siempre arrugado, probablemente porque a pesar de llevar las gafas más gruesas que jamás había visto necesitaba la ayuda de todo el rostro en una mueca imposible para enfocar y ver el papel. Por supuesto, ésta le dijo que no, que borrara todos los números uno y dos que llevaba hasta el momento y continuara con el cero. Una página entera de números cero, unos junto a los otros en la misma fila, una fila tras otra. Cero, cero, cero, cero, cero, cero… Para cuando llevaba diez veces cero ya tenía ganas de suicidarse.
Hola, señor cero, cómo usted por aquí, no acostumbro a verlo en este autobús, fíjese que yo pensaba que usted cada mañana caminaba hasta casa de sus padres. Ya ve, hoy no me encontraba demasiado bien, me dolía la rodilla, sabe usted, no he llegado a recuperarme de la lesión que tuve de pequeño y cuando el tiempo cambia yo me doy cuenta antes que nadie porque me avisa la rodilla, a veces veo a mi mujer poner una lavadora y le digo, señora cero, no va a ser buena idea que lavemos la ropa, esta tarde va a llover, lo dice mi rodilla, y siempre acierto.
Oiga, cerito, échese un poco al lado y déjeme algo de espacio, ¿no ve cuántos vamos en este vagón? Si se pone tan pegado va a hacer que la niña tenga que escribir muchos más ceros, y el tren va a estar abarrotado. Pida una goma y recolóquese. Gracias, así está mejor.
Mamá cero con todos sus ceritos en fila tras ella, niños de la manita todos en fila. ¿Cantamos una canción? Con el lápiz tocaré el tambor, vosotros hacéis los coros y mamá cero cantará: «Que llueva, que llueva, la virgen de la cueva…»
Oh, no, el autobús se llena de gente porque ha empezado a llover, y en la ciudad Cero todos los ceritos sin paraguas se han montado rápidamente, uno, dos, tres, cuatro, cinco, siete y dos más, ¡nueve ceritos de un tirón! Aún cabe alguno más, pareja de ceros enamorados, ¿quieren subir? ¡Sí, gracias! Autobús completo, siguiente fila.
¿El último, por favor? Soy yo, señora. Muy bien, gracias; hay que ver qué de gente hoy, se nota que es lunes y que ayer estaba la plaza cerrada. Qué barbaridad, desde luego lo mejor es levantarse muy temprano para hacer todos los mandados a primera hora, y ya después se puede sentar una tranquila a desayunar churros en el bar antes de volver a casa. A esa hora no hay nadie, y lo haces todo en un pispás, pero ahora, vaya cola de ceros para hacer la compra.
Chicas, tenemos que ensayar otra vez antes de la función, recordad cómo hacemos, uno y dos, pierna arriba, tres y cuatro, la otra pierna. Cuidado, no os choquéis unas con otras y que haya siempre la misma distancia entre todas, todas bonitas y ordenadas. Cuando comience la música os vais colocando una, y otra, y otra, y otra, como en cascada. Cuidado con las plumas de la cabeza y los tacones. Chicas, el blanco y negro de las plumas os sienta genial con la barriguita verde de ceritos, estáis todas guapísimas. ¿Todas listas ya? Sonreíd, pa-ta-ta. ¡Preciosa foto! Fila terminada.
Una fila más y terminamos. ¿En serio? No nos dejes, por favor, gritaban los ceritos tristes y angustiados. ¿Qué haremos sin ti? No os preocupéis, esta última fila es una fila especial, son los guardianes ceros disfrazados de ceritos normales. Los guardianes ceros cuidarán de vosotros, os darán de comer y os contarán cuentos cada vez que estéis aburridos o no podáis dormir. Yo tengo que irme a visitar otros mundos de números y letras, pero me ha encantado pasar esta mañana con vosotros, me habéis salvado la vida.
Por Elena Escudier.