No mentiré nunca más, pero dejadme hacerlo todos los días. Dadme un ratito de paz, a escondidas. Sin café, con un té rojo y una botella de agua cerca. El aire está fuerte y los ruidos de los coches no me llegan. Estoy sola, más sola que ninguna otra persona que conozca en estos momentos, pero es lo que necesito. Es en estos momentos, cuando pierdo la noción del tiempo y las palabras fluyen solas, tecleadas en cualquier ordenador cercano cuando me siento más yo que ninguna otra cosa en el mundo. Cuando los dolores se pasan, cuando se distrae el alma.
Me apena decir que no hay ninguna historia de terapia en la escritura para mí. Simplemente es algo que me ha acompañado toda la vida. Siempre. Desde cualquier momento que recuerde he escrito, incluso cuando era una niña y contaba historias a mi tía, que las pasaba por el filtro de las teclas a su máquina de escribir en lugar de trabajar algunas tardes. Incluso cuando no quería estudiar y daba problemas en casa (de hecho, escribía prácticamente a diario, total, si no hacía nada por las tardes). Incluso cuando, en el trabajo, escribía y escribía y escribía… seguía teniendo ganas. Incluso cuando estoy preocupada y empiezan a salirme palabras, a las tres de la madrugada y las apunto en un borrador de Gmail desde el teléfono. En esos momentos siempre he necesitado ese instante a solas, esa tranquilidad, esa paz que proporciona aquello que te hace sentir que has nacido para ese oficio.
Es mi manera de hablarle al mundo, la palabra escrita. Cuando estaba en la facultad asistí a la charla del autor de una novela que afirmaba, sin ningún tipo de duda, que aquellos que escribimos lo hacemos porque tenemos deficiencias comunicativas. Se equivocaba. Hay gente a la que le pasa con los sueños, otros con la bebida… a nosotros con la escritura. Así supe que una de mis mejores amigas tiene un novio maltratador (y en la corrección del texto me di cuenta de que era inútil cuanto hiciera), escribiendo sobre ello. Que tuve una relación tóxica o cuáles son mis miedos. Así supe de algunas enfermedades o que mi marido me engañaba. Bueno, esta última frase no es cierta, pero podría serlo. (Ya os he pedido que me dejéis mentir un poquito cada día).
En la Universidad estudié Periodismo, lo que alimentó mi curiosidad, mis ganas de comunicar y mi técnica, pero mató mi creatividad y todo lo relacionado con la literatura que hubiera podido haber en mí. El Máster en Escritura, en cambio, mató la relación con el mundo exterior y las noticias, pero fomentó mi creatividad, llenó mi necesidad de hablar de escritores, de conocer a escritores, de beber con ellos, de ser mis amigos. En aquel lugar el tiempo no pasaba. Incluso entonces (tampoco hace tanto) veía las cosas buenas y malas que tenían todos ellos como personas… y como escritores. Ausencia de ritmo, ego descomunal, imposibilidad de crear, ausencia de descripción, excesiva brevedad, excesiva longitud, infantilidad, miedo al fracaso, torpeza.
Pero no sólo de ellos lo veía, siempre he querido ser muy clara conmigo misma, A mi favor juega la velocidad y la facilidad para enganchar. En mi contra, la calidad del texto y la longitud. Me cuesta mucho hacer descripciones y meterme en la cabeza de personajes masculinos. Quiero ser sincera, no soy una buena escritora de textos largos, pero si empiezas con algo mío difícilmente lo dejarás antes de que acabe. *
Recuerdo cuando escribía novelas (malísimas, terribles) en clase en el colegio y en el instituto. Ninguna la acabé. Bueno, una sí. En realidad eran varias, una saga de fantasía que se llamaba Los Tara. Esa era mi manera de expulsar los demonios que tenía dentro, los miedos y la necesidad de ser yo en un entorno en el que no me sentía identificada.
Lo que sí podría contar es la primera vez que alguien me dijo que le gustaba lo que había escrito. Bueno, vale, no era la primera vez pero es esa primera vez que todo lo cambia. Fue una profesora, ejercía de juez en un concurso de escritura de mi instituto y yo había presentado una novela. Me dieron un premio, el accésit del concurso. Vamos, se lo inventó sobre la marcha porque era demasiado largo para los parámetros que pedían. No se me olvidará nunca su imagen saliendo de la sala de profesores, con su pelo rojo de los setenta y sus gafas redondas, para que yo le preguntase sobre el resultado del concurso.
-Perdona que esté tardando en ponerlo, pero es que tu novela me tiene enganchadísima. Me está encantando.
Me han vuelto a decir esas palabras (más o menos) pero nunca con ese efecto. Esa primera vez. Esa manera de cambiar el mundo.
*¿Lo ves? No es comunicación lo que me falta.
Por Adriana Tejada.