Sí, fue contigo, Manolito; contigo empezó todo. Me piqué.
Manolito es mi yo en el espejo, con el que discuto aunque no hable, con el que me lamento, con el que me alegro y el que me ayuda de vez en cuando a darle un giro a mi vida. Sólo él me llama Manolito. Bueno, sólo él no, porque mi prima Carmen se empeña en llamarme así, y eso que hace años que ascendí a Manolo, y que no pocos, sobre todo desde que escribo, me llaman Manuel, lo máximo a lo que puedo aspirar con un nombre tan vulgar y que da tan poco de sí.
Recuerdo que fue un momento de máxima reflexión cuando comenzó todo. Afeitaba yo a Manolito, con mucho cuidado para no darle un tajo. Puso un poco de morritos para pasarle la cuchilla por el cuello, primero de abajo hacia arriba, cuando le dije: «¿Por qué no, Manolito?»
La noche anterior había recibido la llamada de una compañera de trabajo, una catalana muy guapa con la que compartía clases por media España, medio estado español para ella. Se había presentado a un concurso de relatos que organizaba una cadena hotelera y me pedía, ya que yo escribía tan bien, que revisara el castellano de su texto, por si había escrito alguna palabra demasiado catalana que desluciera su texto.
Que yo escribía tan bien. Ya me lo había dicho mi abuela, pero eso no tenía mérito. También me lo dijo el director de mi colegio al aconsejarme que no me empeñara en estudiar ciencias, que valía más para las letras, como si fuera tan fácil contradecir los deseos de mi madre. Y lo mismo afirmaron los directores de mi tesis doctoral, y los de mi grupo de investigación cuando elaborábamos artículos, guías científicas o libros. Redáctalo tú, que escribes tan bien. Hatajo de cabrones. Y por supuesto Laura, la catalana.
Y aquella mañana, Manolito, aún herido en un vello enconado que mi cuchilla cuádruple enjabonada no fue capaz de evitar, me terminó de convencer. «Deja de escribir», me dijo, «de roxitromicina o inhibidores de la recaptación de angiotensina, de morfinas o dihidropiridinas». Lo tuyo puede ser la literatura, aunque me temo que, con estos ripios, no la poesía.
Sí, me piqué con la catalana y con ella empezó todo. Acabé de afeitarme, y tras el agua oxigenada y las tiritas, le corregí de una manera superficial su relato, para dejarlo un poco peor si soy sincero, y escribí el mío para competir contra ella en el concurso.
Ninguno de los dos ganamos, algo que ni Manolito se explica, pero comenzó esta carrera literaria, no demasiado exitosa, aunque sí divertida. Tanto, que no quiero cambiarla, a pesar de que un día Manolito quiso sugerirme lo contrario. Fue el momento idóneo para dejarme la barba.
Por Manuel Machuca.