Cielo Santo. Oh, my God. Por todos los Santos. Por todos los Santos que estáis en los Cielos. Dios mío que estás en las Alturas, no sé cómo agradecerte este momento. Estoy bailando. ¡Estoy bailando! ¡Y no precisamente con cualquiera! No es mi tía Betty, ni la pequeña Emily, ni la señorita Deborah, la solterona de setenta y tantos que vive encima de la tienda de cebos y que me enseñó los primeros pasos! ¡Todo ha ocurrido tan rápido! Hace unos minutos estaba sentado, silencioso con mi tembleque en las rodillas, observando por el rabillo del ojo cómo se acariciaba las medias al otro lado de la mesa a escasas tres sillas de distancia, meditando si era tolerable acercarme con eso de «me-co-concede-este-b-baile», y ahora estamos aquí, enfrascados en el vals, ¿se dice así? ¿O es con doble uve? Sí, creo que es eso lo que dijo usted hace un momento, «podríamos escuchar un segundo la música, oh, sí, es un wals, me encantaría que bailásemos un wals». Espero no decepcionarla, señorita Parker, es que yo no soy como usted, que tiene la suerte de asistir a colleges, leer revistas, ir a conciertos, seguro que usted está más que acostumbrada a este tipo de eventos. ¡Ay, lo siento, creo que la he pisado! ¿O ha sido una patada? Mejor le sonrío, verá usted, la anciana que me enseñó no estaba en su mejor momento, ya se lo he dicho, ¿se lo dije? Setenta y tantos, la pobre, tiene cataratas, tiene las rodillas deshechas, una pierna de palo, de hecho no se mueve de su silla de ruedas, a veces mi mamá me ordena que le lleve la cena, unos huevos revueltos, un pastel de carne, mazorcas a la parrilla con su mantequilla y pimienta, las cosas que nos gustan por aquí, usted seguro que está acostumbrada a ensaladas de patata y manzana y roast beef con especies francesas, nosotros por aquí es que somos rústicos.
Pero dígame, ¿le gusta este sitio? ¿Esta fiesta? A fin de cuentas viene usted todos los años. ¿Es de sus abuelos, la casa aquella en la que se hospedan? ¿Qué tal la velada, los músicos, el aire del pueblo? «¿No c-cree q-q-que es f-f-fantástico?». «Si, es fantástico, ¿eh? Es simplemente fantástico. Es el vals más fantástico, ¿no? Oh, yo también creo que es fantástico». ¡No me diga usted, me hace tan feliz! Verá, me encantaría decirle, yo es que llevo tanto tiempo, años, le diría a usted, años que la conozco. ¿No se lo cree? Quizá ahora mismo no me recuerde, usted era solo una cría, yo ya era mayor, bien, tampoco tanto, en cualquier caso algo más que usted, estaba usted jugando en aquel árbol, ese que luego le cayó un rayo y los vecinos lo arrancaron y clavaron una vara de plata y echaron sal para que nada creciera otra vez, supercherías de gente de campo, ¿qué le decía? Ah, eso era, usted jugaba con unas amigas, unas primas suyas creo que eran, jugaban a subirse a ese árbol y entonces yo llegué con mis tres hermanos, yo soy el de en medio, y les ayudamos a escalarlo, usted se quedó atrapada sin poder bajar y le tendimos la mano, pues en ese momento, llevaba un vestido precioso, era verde, no me olvido, puso un pie, después el otro, luego otro más y en ese momento, en fin, ¡me ruborizo cuando lo recuerdo! Usted, Dios me perdone, se resbaló un poquito y deslizó las piernas y entonces yo, que lo que quería era ayudarla, pues mientras le cogí la mano miré para arriba y, ¡Dios Santo, le vi, ya sabe, la ropita que tenía debajo del vestido! «Uy, ¿l-le he he-hecho da-daño? «No, claro que no me has hecho daño. Nada de nada. De verdad. Y ha sido culpa mía. Este pasito que haces… bien, es fantástico, pero al principio es un poco complicado de seguir. Oh, ¿lo has inventado tú?», me tiene que disculpar usted que me ruborizo y me pongo nervioso, ¿ya le dije que me entran tembleques cada vez que me excito? Pues aquella imagen me persigue, sus calcetincitos, sus zapatos morados, ya sabe, su ropita de debajo, desde entonces no dejo de pensarla, la veo en los sueños, ¡sueño con que vuelva usted cada verano! ¿No me recuerda? Seguro que no, apostaría a que se le ha olvidado mi nombre. Verá, se lo dije aquel día, creo que fue un cuatro de julio, íbamos a gastarles unas bromas y usted me echó la limonada encima, en verdad fui yo quien la empujé y usted se asustó y dio un respingo pero usted se ruborizó tanto que acabó pidiéndome disculpas y yo aproveché para decirle mi nombre, no se preocupe, son cosas que pasan, no es que yo sea un mal muchacho, ¿lo sabía, que tengo un empleo? Trabajo en la tienda de ultramarinos de Jack el del ojo difícil, le llaman así porque no se sabe nunca a quién mira y la pobre gente se confunde al averiguar a quién le toca el turno, o a quién le habla, la cuestión es que dicen que no hay muchos como yo trinchando el estofado y sirviendo filetes.
Oh, pero ¿se acaba la música? ¿Tanto tiempo estuvimos bailando? ¡Qué rápido pasan los walses! Mire, se levanta ese músico, el de la derecha, ¿es eso un violín, o se llama violonchelo? Yo es que no distingo los nombres. Ah, ¡anuncian unos biceps! ¿Se dice así? ¿Qué le parece? «¡Que bien! Es fantástico». ¿Le apetecería seguir? ¿O está usted cansada? «¿Cansada? Creo que no. Me gustaría seguir así por siempre». ¡Por siempre! ¡Le gustaría seguir así por siempre! Oh, señorita Parker, yo siempre la he admirado, la he admirado, me parece una señorita admirable, ¡más que eso! Tan luchadora que es usted, tan, ¿cómo se dice? ¿Sufraguista? ¿O es surfista? ¿O quizá diría de usted que es feminista? Nosotros aquí es que no distinguimos los términos, apenas si pude acabar sexto grado, ¡pero ahora usted me ha dicho que le encantaría seguir así por siempre! ¡Por siempre! Oh, señorita, yo la amo, la amo desde que la vi en aquel árbol, desde que contemplé sus calcetincitos y sus zapatitos morados y su, ya sabe, su ropita de abajo. ¿Y usted? ¿Usted me ama? ¿Aunque haya olvidado mi nombre? Santo Cielo, ¡la amo, señorita Parker, la amo, le pediría matrimonio aquí, ahora mismo! Ya casi puedo imaginar nuestra casa, no sería tan grande como la que ustedes arriendan, a fin de cuentas soy un humilde empleado, algo pequeñito en el que cabieran nuestros cuatro hijos, cierto que tendría usted que mudarse aquí al campo… aun así ¡seremos tan felices! La dejaré escribir en sus ratos libres, cuando los críos estén crecidos me los llevaré a tirar piedras a los peces y usted podrá escribir y publicar en esas revistas en las que usted escribe y luego tendría tiempo para que le traigamos los siluros y que usted los despelleje y los eche a la olla y prepare la mesa y la cena mientras yo veo el football con nuestros cuatro mozuelos, sí, eso es, ¡seremos tan felices!
Oh, vaya, ¿ya han acabado? ¡Qué pena, señorita Parker! ¡Ha sido un placer bailar con usted! ¿Cojea usted? Vaya, lo siento de veras, siento lo de su tobillo, fueron los nervios, los nervios y la falta de práctica, le aseguro que durante el invierno no voy a dejar de visitar a la señorita Deborah, la solterona que vive encima de la tienda de cebos, la de la pata de palo y la silla de ruedas, le llevaré cada sábado un pastel de carne y verá usted que habré mejorado. Ella es que fue secretaria en un colegio y sabe de mundo. Bueno, veo que es hora de marcharse. No hace falta que me dé usted las gracias. Ya veo que tiene prisa, vaya, vaya, no se apure. Ah, y le prometo que practicaré mi cháchara. La próxima vez le hablaré. Mi madre me lo dice siempre, «hijo mío, deja de pensar lo que no dices y empieza a pensar en decir algo». Es un buen consejo. En fin, no se moleste en darse la vuelta para echarme una mirada y saludarme, vaya usted, vaya, ¡la amo! ¡La espero, señorita, hasta el verano que viene!
Por Ignacio Moreno Flores.