Cuando los cronopios visitan a Cortázar, les gusta colarse por todas las rendijas que consideran posibles. Nunca llaman a la puerta. Una mañana se despiertan, acicalan sus cuerpos húmedos y verdes frente a un trozo de espejo que uno de ellos recuperó con cariño de la calle y van saltando, uno sobre otro, hasta llegar a la casa del visitado. Entran por la cerradura de la puerta, por el breve espacio entre la ventana y su marco, con dificultad, también entran por la tubería y deben hacer mucho esfuerzo para pasar sus gomosos cuerpos por las canaletas del lavabo. Les gusta aparecerse sin avisar porque creen que siempre los esperan y, cuando llegan, llenan de bailes y música de espera el salón y rodean la cabeza de Cortázar como si fueran una corona de laureles. Alguno, a veces, se cae y llora, pero luego la música lo reconforta, porque cree que le cantan a sus lágrimas y vuelve a la ronda.
–Buenas salenas, cronopios cronopios.
–Buenas salenas, Cortázar Cortázar.
Se sonríen durante unos minutos mientras él toma café y acaricia a su gato. Algunos cronopios, entonces, abandonan el baile y, sigilosos, se abrazan al lomo del felino para recibir ellos también una caricia en su cabeza que, aunque no fuese dirigida a ellos, siempre la sienten como propia, porque se la han robado.
Cuando los famas piensan en visitar a Cortázar actúan de la siguiente manera: uno revisa la agenda durante un mes exacto y va acomodando los días, no según orden cronológico, sino según el orden de prioridades de las actividades que deben realizar cada día. Entre ellas se destacan: blanquearse los dientes, bailar tregua y catala frente a un grupo de esperanzas tristes, hacerse un control médico mensual para descartar patologías severas y de las otras, quitarle brillo a una trompeta y luego volvérselo a poner. Por lo general, la idea de visitar a Cortázar queda en el final de la lista, aunque lo hayan pensado para el primer día del mes. Entonces, uno de ellos llama y averigua con el futuro visitado: disponibilidad de atención, emergencias médicas próximas, estado de las instalaciones sanitarias y eléctricas de la casa, comportamiento de los vecinos y cantidad de pelos que el gato suelta cada vez que se rasca. Esperan, cada vez, que les pongan alguna excusa de por qué hoy no es un buen día, pero nunca lo consiguen, y deben abandonar la idea del plan B, que era hacerse una permanente y moverla mientras bailan catala. Al llegar a su puerta, la golpean tres veces, sin impaciencia, pero con cierto hastío y Cortázar los recibe sonriendo, porque ese mismo día lo visitaron unos cronopios y uno todavía se esconde en algún rincón de la casa y puede escuchárselo reír a carcajadas mientras se esconde de los famas.
Por Javier Montiel.
Enhorabuena por el texto, Javier.
Yo también le devuelvo la cortesía de la visita.
Una coincidencia que quizá no sea tal: Cortázar no se acaba nunca.
Un saludo afectuoso.
Muchas gracias, querido. Podríamos decir que Julio tuvo éxito en su empresa, él bregaba por lectores activos, que dialogasen con él.
Un abrazo y seguimos la lectura/escritura
Grande Javi!! Hermosa visita! Me anotas en su agenda? Tengo casa apta para éste tipo de visitas 😉
Qué nunca falten los famas y cronopios!!
Abrazo
Gracias Clarita!!!
Grande Javi ! Hermosa visita!
me anotás en su agenda? Tengo casa apta para éste tipo de visitas 😉
qué nunca falten los famas y cronopios!
Un abrazo
Lindo texto Javier. Me gustó imaginarme a Cortázar tranquilo, recibiendo esas visitas. Imaginativo y hermoso. Felicitaciones.
Muchas gracias, Alicia! Me alegra que te gustara.