Oigo su risa… Papá Noel ya ha llegado, ¡está en mi casa! No debo, ya lo sé, pero la tentación es tan grande…, me asomaré, solo un poco.
Me deslizo fuera de la cama, cruzo a gatas el pasillo, despacio mientras sigo oyendo su ho, ho, ho, llego hasta la escalera, alargo el cuello y… ¡Mamá está besando a Papá Noel! Él le ha pasado un brazo por la cintura, con el otro balancea mi juego de construcción, el que le he pedido; entonces Mamá le levanta la barba blanca y le mete un trozo de turrón, del duro; luego, le lame la boca, los dos se ríen; él la acerca aún más con su mano por dentro de la bata, esa bata tan calentita, en la que me gusta tanto dormirme abrazado.
Vuelvo silencioso al pasillo sin dejar de mirarlos: Mamá está besando a Papa Noel. ¡Verás cuando se entere mi papá! Tengo que decírselo ahora, voy a su cuarto, verás como se va a enfadar…, Papá Noel también, y conmigo…., y pasará de largo el año que viene, ya no volverá a mi casa… ¡No, no! ¡Eso no!
Me vuelvo a la cama, contento porque sé que tengo el juego, pero ¿y si Papá se enfada conmigo por no decírselo? ¿Qué debería hacer? A lo mejor es que todas las madres besan a Papá Noel esta noche, es que eso es así, va ahora ahí enfrente y la mamá de Marta Martínez también lo besa…, a lo mejor es así.
Mientras cierro los ojos recuerdo que a Papá también le gusta mucho el turrón, el duro.
Por Reyes García-Doncel.