Me había citado con Stacy Larrañaga. La señora lo espera en la piscina. Mayordomo con aliento a anabolizante. De camino al jardín me detuve en una vitrina que contenía un enorme pene dorado apuntando hacia el techo. Best Handjob Miami Porn Award 2002. El mayordomo aguardó la desaparición de mi interés y con una mano me invitó a continuar. Cierto gesto de orgullo. «Sí, así es mi patrona», debía de estar pensando. Junto a la piscina la pornostar acariciaba un diminuto yorkshire tumbada en una hamaca. Me tendió su mano para que depositara un beso en el dorso. Una suave fragancia primaveral en el jardín, el sabor de la vainilla en su piel. El perrito se escabulló ante mi presencia y por fin conseguí admirar el trikini de piel de leopardo. El día era espléndido. Un imponente collar (¿de ¿rubíes?) se enroscaba en su escote. Preparé la grabadora y tragué saliva al pensar que podía estar cubriendo en esos mismos momentos la toma de Alepo por los rebeldes sirios. Mi reportaje titulado «Tempus fugit de una estrella porno» sería mucho más leído en la edición digital de mi periódico que el bombardeo del enésimo hospital sirio, y eso me llevó a reflexionar sobre la injusticia de la vida hasta que vi las orejas del conejito de Playboy asomando por un trozo de aquel cuerpo. «¿Preparada, señora Larrañaga?». Stacy Larrañaga se humedeció los labios y se recolocó el seno izquierdo.
Giusseppe no sabe que estamos haciendo esto. Probablemente estará unos días sin dirigirme la palabra. O quizás nos divorciemos. ¿Qué más da? A estas alturas lo que busco es su reacción. Ha salido a pasear. Volverá para el almuerzo. Ahora pasea horas y horas. No creo que sea de esos que contemplan obras; dudo que conozca la utilidad de una hormigonera. Supongo que tomará asiento en el banco de algún parque y pensará mientras un corro de palomas pica a su alrededor. También piensa mucho. Piensa mientras se lleva la cuchara a la boca, piensa mientras poda los rosales y piensa mientras me monta. Respecto a esto último… (calló y emitió un pequeño suspiro)…el asunto ha cambiado. Añoro a Turrón del duro. Giusseppe, Turrón del duro, siempre, incluso cuando hacíamos el amor los dos solos. No hablo de los entrenamientos. Eso era trabajo. Un par de horas al día si esa semana ninguno de los dos rodaba. Me refiero a hacer el amor de verdad. Descorchábamos un borgoña, nos sentábamos en el sofá frente a cualquier tontería de la televisión, entrelazábamos las piernas y yo ansiaba que mi Turrón del duro apareciera. Ahora… ahora es otra cosa. Sus movimientos chirrían en medio de automatismos. Nuestra cama es la Antártida en medio de una ventisca. ¡A veces sus manos jamás entran en calor! Me hace sentir una más. Por supuesto que los entrenamientos acabaron y la pasión es solo un recuerdo lleno de telarañas. No lo culpo. Es esa maldita depresión. Y también aquella niñata de su último trabajo. «¿Este viejo podrá conmigo?», le soltó al director, allí mismo, en medio de todo el equipo, con tan poca delicadeza que mi Giusseppe lo escuchó desde el sillón de maquillaje. Aquello fue la puntilla. Él ya andaba de médicos por aquella época. Se notaba falto de fuerzas. Nada grave, pero en esta profesión la confianza supone el noventa y nueve por ciento de un trabajo bien ejecutado. La insolencia de la niñata cavó su tumba. El rodaje, desastroso. Mi Giusseppe, un flan. Y, cuando le tocó decir «ahora te voy a dar lo tuyo», esa niñata estalló en carcajadas fuera de guión. La juventud de hoy en día no muestra respeto por nada. Tienes que esforzarte por conservar tu sitio, esforzarte para que te respeten. Yo siempre advierto a mis partenaires, especialmente en las escenas de grupo. «Tratadme como una señora, no como tratáis a las putitas de vuestras novias, podría ser vuestra madre». Se ha extendido mi fama de antipática en el gremio, lo sé, pero es lo que hay. Pasea horas y horas. Yo trato de animarlo. ¡Veintiocho centímetros en reposo!, jaleo, ¿quién los calza? Sin embargo, su teléfono calla. Siento una pena inmensa. «Tú lo tienes fácil», me responde, «ahora eres una milf, una cougar, ¿no se dice así?, la industria reserva un lugar para ti». Y no carece de razón. Cruzo el charco unas tres veces al año y colaboro en alguna producción nacional un par. A mis cincuenta años me sitúo en el top cinco, a sus cincuenta años solo es un fantasma que se aparece en las convenciones de viejas glorias para firmar cintas de VHS a cuatro fans con cortinillas en sus calvas. «Giusseppe, cariño, ¿por qué no te dedicas a formar jóvenes valores?» «Salgo a dar una vuelta», contesta. (El yorkshire retornó al regazo de su dueña, ella sacó la lengua para rechupetearle el morro). Internet lo ha estropeado todo. El porno agoniza. ¡Lo están asesinando! El mal gusto es como una mancha de aceite que lo pringa todo. El estilo y la elegancia tienen fecha de caducidad en este mundo. En el mundo en general, diría yo. ¿Ha visto ese nuevo presidente de los Estados Unidos? Una zanahoria chillona. Conocí a su esposa hace tiempo, pero ese es otro tema. Ahora colocan una camarita en la esquina de un dormitorio y aparece un culo peludo, y detrás una chica que ofrece su sexo al mundo y blanquea sus ojos ante unas embestidas totalmente desacompasadas. ¿Y eso es todo? En ese plano no puede faltar el peluche ganado en la última tómbola y unas cuantas prendas de ropa haciendo equilibrios sobre el respaldo de una silla ¿Es eso arte? No, señor: eso es una mamarrachada. Un estúpido video doméstico. Le voy a contar una de las mayores muestras de arte de la que he sido testigo. Mi Giusseppe, el Miguel Ángel de la carne, el Le Cobusier del placer. La escena que lo encumbró. La del Turrón del duro. ¿Que la ha visto? Por supuesto, ¿quién no? Se sitúa en los anales de la pornografía patria. Pero, déjeme que le cuente. Aquello fue fruto de la improvisación. El contrato decía que la temática debía ser navideña. Previamente yo había exigido que nada de niñosjesús, sanjosés y vírgenes. Mire usted, soy de Elgoibar, con esas cosas poca broma. Así que el plató estaba lleno de espumillón, bolas, confeti, copas de cava, rudolfs, nieve de spray, en fin, toda la parafernalia. El guion, una vergüenza. Nos habían asegurado que el equipo de guionistas era el mismo que el del anuncio de Freixenet. «El abrazo definitivo entre la pornografía y la Navidad» iba a ser. Sin embargo, aquello tenía el espíritu navideño de una carrera de traineras. No era más que un pimpampum con los cuerpos embadurnados de serpentina. Podríamos habernos ceñido al guion, haber cobrado y adiós muy buenas. Pero Giusseppe era, es y será un artista. Su misión vital ha sido dignificar la profesión. Entonces me llevó aparte y me desarrolló el plan. «No detendrán la toma, se darán cuenta de que es mejor». Así que en la primera escena llamé a la puerta y en vez de decir: «Cariño, te ha tocado el Gordo» (así, sin más, a bote pronto), dije: «Buenas noches, soy alumna de la Facultad de Derecho, y vendo dulces navideños para sufragar el viaje de fin de carrera». Efectivamente, un rumor recorrió el plató, pero el director ordenó seguir, ya nos conocía de otros proyectos y sabía de nuestra compenetración. Lo demás ya lo sabe usted. Le confieso que me he despertado algunas noches y he comprobado el desconsolador vacío en el lado de Giusseppe. En esas ocasiones suelo asustarme, nunca se sabe las tonterías que una persona depresiva puede hacer. No obstante, sé dónde encontrarlo: frente al televisor, viendo una y otra vez la escena, su escena. Yo asomo la cabeza, procurando que no perciba mi presencia, ¡es tan hermoso su perfil bañado por el reflejo de la pantalla!, y lo admiro, y distingo su sonrisa amarga cuando él se descubre en las imágenes gritando: «¿Que no vendes turrón del duro? ¡Pues yo te voy a dar turrón del duro!». En aquellas frases supe que detrás de mí tenía al hombre de mi vida. (Stacy Larrañaga interrumpió su alocución ante la llegada del mayordomo. «Señora, la hora del entrenamiento»). Me va usted a perdonar, tengo que trabajar. ¿Tiene bastante material? Si es insuficiente siempre podemos volver a citarnos. Por favor, trátelo dignamente. Me juego su amor. ¿Me disculpa? (Stop a la grabadora. La señora se incorporó, tendió su mano y se alejó colgada del brazo de su mayordomo).
Y allí me quedé, al pie de la piscina, sosteniendo la mirada asesina del yorkshire, disfrutando de la vainilla que aún flotaba. Y pensando. En los veintiocho centímetros en reposo que ya no se exhiben ante la Humanidad. En un niño rescatado de los escombros de Alepo. En cierto modo, ambas situaciones son fronteras, límites, extremos. Tempus fugit. O Carpe diem. No supe. Mejor no pensar. El reportaje quedó guapo.
Por José Pedro García Parejo.
¡Brutal! ¡El espíritu navideño de una carrera de traineras! Buenísimo.
No era nada fácil ese reportaje!
Fsicidades por la historia, y la narración!