Elige la Navidad.
Elige dónde y cuándo vas a pasar estas Navidades. Elige unos buenos lugares para la cena de Nochebuena, la comida de Navidad, la cena de Nochevieja, la comida del día de Año Nuevo y la cena y la comida de Reyes. Elige las fechas para quedar con tu familia, tu familia política, tus amigos, los amigos comunes con tu pareja, sus amigos y la gente del gimnasio y del curso de inglés.
Elige los menús. Elige los pica-pica, los entremeses, los primeros platos y los segundos. No te olvides de los postres. Elige entre la variedad de cervezas, vinos blancos y tintos y los licores. Champán y cava. Acuérdate de los mil complementos para los putos gin tonics. Elige un buen protector estomacal.
Elige los regalos: perfumes, cinturones, carteras y bolsos de piel, los cedés de grandes éxitos, el best seller de moda, los juguetes del año y una caja con un pack de experiencias de fin de semana.
Elige todo esto y mantente alejado de los conflictos con la pareja. Elige tu sonrisa más radiante y tu mejor estado de ánimo. Piensa que solo es una vez al año y durante dos semanas. Elige todo esto y no te vayas a volver loco. Y, para cuando te hayas sobrepuesto a esta avalancha, ten presente el gran momento del amigo invisible con tus compañeros de trabajo. Qué emocionante, ¿verdad?
Cuenta uno, cuenta dos, cuenta tres… Inspira. Espira.
Esto viene por la idea de aprovechar la época de Navidad y hacer una pequeña celebración en el trabajo, de cara a distender un ambiente laboral que está un poco tenso últimamente; la teoría es hacer un pica-pica y relajarse, echar unas risas, limar asperezas. Las típicas chorradas con las que el departamento de Recursos Humanos justifica su existencia. Y sus sueldos.
Así que asistimos en cordial manada a tal evento en donde no falta nada típico navideño: desde comida como para reventar hasta el árbol y la música de ambiente. Y los regalos del amigo invisible, que no pueden ser otra cosa que pongos, ya sabes, la cosa más inútil que puedas encontrar, de dudoso gusto, generalmente reciclada de un regalo por compromiso, casi indestructible y con una facilidad tremenda para acumular polvo a manta. Tiene pinta de ser tremendamente divertido.
Nada más asomar la cabeza, sin tener misericordia y sin dejarme coger un vaso de algo bien alcohólico, uno ya me agarra del brazo y me acerca a su grupo de admiradores; cuenta a todos lo gran menda que soy, solo para esperar que más tarde yo haga lo propio, que cuente a todos lo gran tipo que es.
Y es que todas estas farsas resultan más auténticas cuando son otros los que las cuentan.
Ah, la Navidad. La época del año en que mejor brillan la alegría y la felicidad; la época en que más proclives debemos ser a perdonar. Y en la que puedes ganar un Oscar a la mejor interpretación.
Aquí la gente no hace más que sonreírse encantada enseñando sus dientes de tiburón; no hace más que desearse lo mejor y darse abrazos y toques cariñosos en la espalda. Y la verdad es que todo es tan auténtico como un libro escrito por Ana Rosa Quintana. Todo tan estupendo como ganar un premio, aunque veo claramente como en realidad se desean mutuamente, por lo bajini, enfermedades terminales, ser víctimas de accidentes fatales y convertirse en escombros humanos.
Lo que realmente piensan es en arrancarse la piel a tiras, en escupir veneno y esparcir mierdas varias sobre todos y cada uno.
Tal vez no es el mejor momento ni lugar para cantar lo de «Noche de paz, noche de amor».
Y cuento uno, cuento dos, cuento tres… Inspiro. Espiro.
Desde hace unos años cualquier tipo de evento o celebración que se precie, además de ganchitos, triángulos de paté y Nocilla, ha de contar con los míticos Ferrero Rocher. Isabel Preysler popularizó junto a su mayordomo Ambrosio estos bombones de gama baja, los más glamurosos del supermercado. Desde entonces no pueden faltar en todo evento que requiera de un cierto toque de brillo. Ya sabes, la elegancia, el charme y demás. Esta de hoy es una ocasión perfecta para llevar tantos Ferrero como para empachar a los presentes durante tres días. Ferrero para todos gracias a mí, la Navidad y al espíritu del amigo invisible.
Viendo el ambiente no encuentro para nada extraño que, estadísticamente hablando, uno tenga más números de morir a manos de un familiar o amigo cercano, que de cualquier otra persona. ¿Un ejemplo? Ahora mismo una chica es el centro de atención; pues bien: no hay nadie que no la esté contemplando fijamente a la vez que cruza los dedos a escondidas o reza en silencio una oración, para que se trague algo sin masticar, se atragante y acabe retorciéndose y asfixiándose en el suelo del comedor.
Si me detengo un instante a cerrar los ojos y a prestar atención a lo que llega a mis oídos, escucho un insidioso comentario que dice: «Va más pintada que una puerta vieja…». Otro que dice: «Tiene enchufe por ser algo de algún partido». Y otro más: «Con esa postura Escuela de sirenas -barriga dentro, pecho fuera, cabeza alta-, parece una muñeca hinchable».
«Los cumplidos más astutos» -escribió una vez el dramaturgo William Inge- «parecen halagar más a la persona que los otorga que a la persona que los recibe». ¿Funcionará igual con los insultos, los comentarios despectivos y los cotilleos críticos?
Ese cotorreo compulsivo es una verdadera patología. Todos esos gruñidos, ladridos y graznidos.
Puede que nadie quiera sostener en alto la ramita de marras y sonreír mientras grita: «Muérdago, beeesooo…».
Una chica, borracha a más no poder, me pregunta: «¿La diferencia entre un condón y la oficina de nuestro jefe?» Le digo que me rindo y dice: «Pues que en el condón solo cabe un capullo». A mi lado derecho alguien susurra: «Esa tía, cada vez que no entiende nada de lo que hablas, cada vez que no tiene ni idea de qué decir, se ríe como para dentro, te toca el hombro y dice: Ay, corazón…. Se pasa el día entero diciendo a todos Ay, corazón…».
Todos esos rezongos, balidos y chillidos…
Y cuento cuatro, cuento cinco, cuento seis… Inspiro. Espiro.
En la década de 1980, el gobierno de los EE.UU. estaba decidido a desestabilizar y derrocar a todo gobierno de izquierdas en Sudamérica. Como parte de esta campaña, la CIA elaboró un pequeño libro ilustrado en español y en inglés, el Manual de campo de sabotaje básico, pensado para instruir a los individuos en este tipo de actos. De entre sus muchos trucos y consejos uno dice: «Mojar una esponja; envolverla con un cordel de manera bien fuerte y dejarla secar; quitar la cuerda; introducir la esponja en el desagüe del inodoro para así atascarlo al hincharse la esponja».
Veo a esta gente haciéndose los grandes colegas, aunque el único vínculo que los une es el poner a parir a cualquier otro. Esta gente es capaz de ir al baño a masturbarse y, en lugar de porno, llevarse la lista de la gente a la que se despide o se le niega un ascenso.
Me cuesta reprimir las lágrimas: las personas desconocidas, esas que no me importan nada y a las que no importo en absoluto, y que muestran tal honradez, hacen que me eche a temblar como un flan, de pura empatía y emoción.
Nadie comete el error de mirarme a los ojos.
Por mi lado izquierdo alguien dice sobre alguien que no está presente: «Ahora de qué está enferma esta tía, ¿lepra?». Otro añade «De cualquier cosa que le garantice otro par de meses de baja, supongo». Y otro: «Aunque, bueno, para cuando viene no hace más que esconderse en el patio para fumar y charlar».
Luego alguien cuenta sobre otro: «A este tío lo contrataron y lo tratan de manera especial porque su padre es un diputado o algo así». Alguien pregunta: «¿Ese al que llaman Houdini, el gordo con tetas de perra que solo come palomitas?» Y una chica me dice: «Lo llaman así ya que siempre esta escapándose, siempre escaqueándose para no dar golpe».
Y alguien aprovecha para susurrarme al oído: «Esta tía es una mentirosa», dice. «Una farsante», añade. «Esta tía es una falsa». Y yo pienso: «Tú también lo eres. Y yo. En realidad, todos. Cada vez que alguien dice que está encantado o que se alegra por algo, todo es un farsa».
Rebuzno, aullido, relincho…
Y cuento siete, cuento ocho, cuento nueve…
Tal y como señala el prospecto: «El Evacuol pertenece al grupo de medicamentos llamados laxantes. Su acción laxante se produce por estímulo directo del intestino grueso, que produce el vaciamiento de la masa fecal». Palabrería bonita y redacción refinada para decir que te vas a ir patas abajo a velocidad de vértigo, ya que alguien -yo mismo- ha pasado varias noches con una jeringuilla hipodérmica rellenando bombones con este medicamento.
Manual de campo de sabotaje básico + Ferrero Rocher + Evacuol = La nouvelle cuisine de la anarquía. Y ya tengo mi carta de dimisión para todos ellos: una bomba de relojería en el estómago de cada queridísimo compañero. Y los lavabos inservibles.
Mi amigo invisible.
Bon appétit.
Podría justificarme de muchas formas. «No es una gran cosa»; «Solo una pequeña traición»; «Solo hago lo mismo que hacen los demás, aunque más evidente». ¿Porqué hago esto? Puedo ofrecer un millón de respuestas, todas ellas falsas. La verdad es que soy una mala persona. O no soy hipócrita.
Como acto final no creo que contribuya a inspirar los corazones de mis compañeros. Tampoco es un mensaje ni espiritual, ni gratificante. Animoso tampoco. Pero es que lo único que les provoca alegría son todos estos chismorreos; ya lo dije antes: les pone esparcir mierdas varias sobre todos y cada uno.. Así que… Mierda a carretadas.
Pero eso va a cambiar. Yo voy a cambiar. Esta es la última vez que hago algo así. Voy recto y eligiendo la vida. Lo estoy haciendo ya.
Y es que es Navidad, oh, Navidad. La época del año en que mejor brillan la alegría y la felicidad.
Por Roger Mesegué.