Estoy echado en el sofá, desmadejado más bien, como se tira uno los viernes por la tarde, tras el agotamiento de los días y la falta de oxígeno de las noches. Intento apagar el sonido de las cintas transportadoras que llevo tatuado en el hipocampo. Esta semana hemos lanzado una treintena de contenedores al espacio. Tsss. El silencio se decora de pronto con pequeñas pisadas, abro los ojos y veo cómo se asoma por el pasillo. Con la caja en la mano. Es mi hijo. Tiene siete años recién cumplidos.
-Papá, ¿qué es un compañero de pupitre?
Después de la ruptura, tras la invasión, todos los recuerdos fueron extraídos. A cada ciudadano se le permitió conservar tres únicas pastillas (o recuerdos) de la vida anterior. Una de mis elecciones fuiste tú. Miro a Enzo con extrañeza. Cómo han cambiado las cosas.
En la misma habitación, nos separan mucho más que treinta y cinco años. Pertenecemos a distintas especies, fuimos concebidos de diferente manera, no respondemos igual a los virus, caídas, alegrías ni sobresaltos. Hablamos el mismo idioma, eso sí, pero somos tan distintos que no nos reconocemos. Y es mi hijo…
Tomo la caja en la mano. En el lateral, una etiqueta con letras asépticas reza: “Compañero de pupitre. Recuerdo 2_01. Individuo CCM.” La infancia duele como una cuchilla en la garganta, pienso. Observo por la mirilla. La mirilla de tu vida. La mirilla de la caja. ¿Qué fue de ti, qué fue de nosotros?
-Papá, ¿qué es un compañero de pupitre?
Tendré que explicarle que te conocí en el parvulario, que era un sitio donde las mamás que trabajaban fuera de casa aparcaban a sus pequeños hasta el fin de la jornada.
Que nada más verte, y pagando contigo el enfado por estar allí, te lancé una silla pequeña como un corazón y te abrí una herida en la ceja. (Esa cicatriz marcó nuestra relación, nunca pudiste olvidarme. El espejo se encargaba de ello).
Que en el segundo trimestre ya era imposible decir tu nombre sin decir a continuación el mío y que a final de curso, el verano rompió nuestro hermoso equilibrio. Tú a La Manga, yo a Cádiz y ni un castillo de arena juntos.
Que cuando volviste en septiembre me dijiste que si me echabas de menos te acariciabas la ceja y yo te pedí que me tiraras una silla, fallaste y me rompiste el húmero. Nos separaron de clase. Que dejé de comer hasta que de nuevo compartimos pizarra y que nuestro mundo cada vez se hacía más fuerte.
Lo primero que aprendí a escribir fue tu nombre y tú el mío y debajo siempre poníamos “hermanos”.
Que en tercero nos dimos cuenta de que éramos indestructibles juntos y formamos el equipo más sólido de jugadores de canicas que el Miguel Hernández ha conocido. Que fuimos robles hasta sexto, que el cole se volvió mixto y conocimos el fuego en las trenzas de Rebecca. Que aquello casi nos cuesta el otro húmero y la otra ceja. Y que revolcados en el suelo, mientras intentábamos arrancarnos de la piel su olor, nos miramos a los ojos y reímos largo rato.
Que le presentamos a Rebecca al bueno del Beto y que de allí, siguiendo nuestras apuestas, salieron un matrimonio, tres niñas naranjas y un divorcio.
Que fuiste a la única persona que conté que mis padres se separaban y lloraste como yo, en silencio y por dentro. Como lloran los hermanos.
Que desde entonces las Navidades no las pasaba en casa del abuelo ni de la abuela, que las pasaba en la tuya donde no me faltaba el amor.
Que en octavo, y viendo que tú repetías, entregué los exámenes en blanco.
Que llegamos y salimos juntos del instituto.
Que sentí un miedo atroz cuando te operaron de apendicitis a los 17.
Que al poco de salir del hospital comenzaron las primeras invasiones y que nuestro mundo murió. Que dejó de haber noche y día, que las restricciones cada vez fueron más. Que nuestro sueño de ir juntos a la Universidad saltó en mil pedazos y que tu cordura lo hizo también. Que te aferraste a lo vivido y yo no supe tirar de ti.
Que te hiciste cada vez más pequeño a mi lado, menguando. Y yo…yo…la viva imagen de la teoría de las especies acelerada.
Que cuando desaparecieron los supermercados conocí a Margie organizando una cola de abastecimiento. Que no me importó que fuera hija de invasores. Y que fue la única que consiguió que se nublara lo que tú y yo fuimos. Fuimos…y no éramos.
Que por primera vez después del gran apagón y en uno de los períodos de gracia (cuando nos dejaban andar por las “calles”) fui a verte y me abrió la puerta un extraño. Que dejé de reconocerte.
Que mientras Margie y yo nos sometíamos a estudios genéticos para ver compatibilidades y exportar a Enzo, recibí una comunicación tuya. Que te entendí y quise estar contigo. Querías acogerte a una finalización completa de tus servicios en este mundo y la solicitud fue aprobada. Por ser un miembro poco eficiente, nada efectivo y pieza trivial en nuestra planificación, rezaba en la respuesta. Que junto a la misma había un microprocesador del tamaño de un grano de arroz, que debías adherirte al lóbulo de la oreja izquierda hasta la desconexión completa. Que lo hice yo.
No sin antes recordar, cejas, húmeros, canicas, Rebeccas…que te dormiste en mis brazos y que desde entonces, hace ya ocho largos años, nada es igual.
Que me gustaría tanto abrazarte como ver a mi hijo cumplir todos sus sueños. Contarte que llevabas razón. Que esto no hizo más que empeorar.
Que Margie se marchó a otra misión. Que vivo solo con Enzo. Que si él no estuviera ya me habría desconectado.
Que voy a la mitad de rendimiento porque uno de mis motores se apagó contigo.
Que no dudé ni un instante en guardar tus recuerdos y que en los largos períodos de carencia los reviso una y otra vez.
Tendré que darme la vuelta como un calcetín y dejar todas las marras de mi piel al descubierto.
Y decirle que se lo perderá. Que en este mundo en el que vivimos no existen los compañeros de pupitre, como los monstruos no existían debajo de nuestras camas, según tu madre.
Que como tú y yo no habrá nadie jamás.
Por Gema MO.
Que preciosa forma de describir una amistad verdadera, de esas con las que creces y duelen cuando no están. Y relatada en un contexto absolutamente original. Es un maravilloso relato. Me ha encantado.
Breve pero intenso ! Cuanta verdad y cuanta nostalgia … Precioso relato , ha sido un placer leerlo .
Bonito relato, emociona, remueve recuerdos y sentimientos,… de nuevo la autora nos deja con ganas de más.
Preciosa historia de una amistad ….
Genial
Preciosa historia de la verdaders smistad, que te emociona, te hacen saltar las lafrimas y suspirar hondo, sobre todo cuandonte sientes identificada.. gracias por escribir asi. Ansiosa espero el siguiente relato. Un millon de besos
Por fin disfrutamos de una nueva y bonita historia. Original fantasía
Preciosa amistad escrita y descrita de una manera increíble, preciosa y sorprendente.
Una vez más Gema MO nos deja con ganas de más…!!!
Que bonita historia, aunque triste, hace que se te coja ese nudo en el estomago, porque la vives cuando la lees, te remueve por dentro.
Como siempre, fantástica y quedándome con ganas de más. Enhorabuena !!
Que bonito y se hace tan corto que te deja con ganas de más. Para cuando un relato largo?
Astronómico, muchas gracias por este deslumbrante relato
Coincido con alguna opinión, genial, y se queda corto, esperamos un relato largo pronto, y que no tarde el siguiente, felicidades.
Fantástico relato, se bebe de un sorbo su lectura y deseas más.
Como siempre Gema,espero el siguiente muy prontito.
¡Me ha encantado!