Fue una mala cosecha la de aquel año en que encontraron el cuerpo del pequeño Isaac Rice colgado de la viga del viejo granero. El poco grano que se pudo recolectar apenas dio para el pan y las gachas suficientes con las que sobrevivir al invierno más frío que se recuerda en todo el condado de Essex.
Días antes de encontrar el pequeño cuerpo ahorcado, el sombrío reverendo Lawson había pronunciado este sermón: «Pues el hambre es el castigo a la gula y el frío a la lujuria. ¡Pecadores!, el único camino es ser sumisos a la voluntad de Dios. Tomemos ejemplo de Abraham, que estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac por complacer a Nuestro Señor, alcanzando de esa forma la salvación (Génesis 22)». Después gritando con su voz de ultratumba dijo: «Porque ¡Dios todo lo ve!», y golpeó con su puño el altar. «¡Ancho es el camino de la destrucción y estrecha es la puerta del cielo!». Después, agitando la Biblia con vehemencia y acusando al público con el dedo, bramó como un loco: «¡Caerá sobre vuestro pueblo una tormenta de ira de Nuestro Señor! ¡Pecadores!, ¡rectificad!, se acerca el Día del Juicio Final». Entonces el pueblo entero agachó la cabeza y todos, incluso los más viejos, se hincaron de rodillas en el frío suelo de la iglesia. Un murmullo de sollozos fue la cosecha del lúgubre sermón, sobre el que se alzó un lastimoso quejido de tripas vacías.
Pues sí, el día en que encontraron el cuerpo del pequeño Isaac Rice colgado de la viga del viejo granero, parecía que se acercaba el Día del Juicio Final. Grandes nubes negras amenazaban al pueblo. Un vendaval de viento frío acuchillaba las calles, zamarreando los edificios con ira a su paso, mientras un ejército de truenos luchaba por quebrar los cristales de las ventanas y los relámpagos, en oleadas, inundaban al pueblo con una luz espectral. Aquello duró una hora, hasta que, de pronto, se hizo el silencio y comenzó a nevar. En el colegio, todos los niños se asomaron a la ventana de la clase y se les olvidó el miedo y hambre por un momento. Nieve negra, jamás se había visto nada igual. Miss Salem, más nerviosa que nunca, obligó a sus huesudos alumnos a retirarse de la ventana, ponerse de rodillas y rezar. Después los hizo volver a sus pupitres y, biblia en mano, repitió encolerizada el sermón dominical del reverendo. Génesis 22: «Y Dios ordenó a Abraham sacrificar a su hijo Isaac. Nieve negra, se acerca el Día del Juicio Final». Billy Woodmann miró hacia al lado y vio a su compañero de pupitre, el menudo huérfano llamado Isaac Rice. Billy Woodmann tenía frío y un dolor metálico le oprimía las sienes. Mirando con ira a Isaac pensó: «Tomemos ejemplo de Abraham». Hacía dos días que no comía. Nieve negra.
Nieve negra y hambre de dos días. Nieve negra y ese maldito dolor en la sien. Nieve negra, tomando ejemplo de Abraham, reverendo Lawson. Nieve negra y, tras la lucha, el cuerpo ya inerte del pequeño Isaac Rice colgando de la viga, balanceándose como el péndulo de un reloj. Nieve negra y sentado frente al niño ahorcado, Billy Woodmann, esperando la salvación.
Por Simón Rafael.