Paula solía guardarme el sitio en la fila del patio del colegio, antes de entrar a clase. Me gustaba cómo, mientras esperábamos, ella jugaba con los flecos de mi bufanda y yo la miraba en silencio sin saber muy bien qué hacer.
Algo curioso que los profesores destacaban de Paula era lo bien cuidadas y limpias que llevaba siempre las uñas. Mientras nosotros escarbábamos en la tierra, sus manos siempre parecían como sacadas de un lienzo, recién pintadas por un artista.
Ella se sentaba delante de mí, desde donde leía en voz alta sus redacciones para la clase de Lengua. Una vez me dijo que quería ser escritora cuando fuera mayor. Algunos días traía en la mochila libros de su madre que cogía a escondidas, y nos sentábamos en un rincón del patio del recreo a ver los dibujos. Me relajaba oírla leer sus cuentos en clase, sus locas historias de aventuras donde siempre había un final feliz.
Un día Paula dejó de venir a clase sin más. Lo único que nos dijeron fue que ya no volvería a nuestro colegio. Intenté encontrarla durante varios años, en los que su ausencia me inspiró a escribir. Escribía sobre los dos, sobre lo que habría pasado si Paula hubiera seguido con nosotros en el colegio. Le escribía a ella, contándole el vacío que había dejado en nuestras vidas, y sobre todo en la mía. Fue gracias a ella que empecé a escribir sin parar, y con el paso de los años los temas y el estilo se volvieron diferentes, pero siempre quedó un rastro de Paula y sus ganas de escribir.
Dicen que la vida se encarga de poner las cosas en su lugar, y hace unas semanas me encontré con Paula, aunque ella no me reconoció, y no la culpo, después de más de doce años. El rato que hablé con ella me bastó para saber que no sigue escribiendo, y que vive en el mismo bloque donde vivía un familiar suyo – que conocí.
Gracias a Paula empecé en esta aventura de escribir, y estoy seguro de que no lo habría hecho si ella no hubiera estado en mi mente tantos años o si no me hubiera transmitido su pasión por las historias. Este es el prólogo de mi próxima novela, que me gustaría dedicar a Paula tras el éxito de la primera que escribí, y qué mejor forma que dejar que sea ella misma quien lea el primer manuscrito que dejaré en su buzón. Espero que leas estas palabras, Paula, y puedas acordarte de mí.
Por Sonia Macías.