Los ojos están cansados.
-No tengo ovarios para hacerlo. Si los tuviera, no te quepa duda de que lo haría.
La miro y pienso que nunca acabé de entenderla. Horas de charla. Afirmaciones, confirmaciones, complicidad. Sin embargo, lo que sucede dentro de una mente es fango, se hunde, es blando, maleable, poroso.
– ¿Qué dices? Ya lo hemos hablado. ¿No me digas que todavía sigue esa idea en tu cabeza?
– Hace doce o trece años lo intenté. Treinta pastillas y dos litros de cerveza. Pero, claro, fui tan gilipollas que dejé la nota. Como en las películas. ¡Se puede ser tan imbécil! Supongo, como me dice mi psiquiatra, que era para llamar la atención.
– ¿Lo era?
– Siempre lo es, ¿no te das cuenta? Solo queremos que nos quieran.
– ¿Y tú? ¿Dónde quedas tú?
Entonces veo el velo de la locura atravesarle los ojos. Me doy cuenta de que se ha pintado un ojo y el otro no, y también que en los labios se le ha desconchado el carmín. Sobre la cabeza le vuelan pelos blancos despeinados. Tiene la piel manchada de los excesos. O por los excesos. O para exceder la línea.
– Cuando llegué aquí y te conocí no supe ver tu odio. Te desprecias.
Abre los ojos mucho como tirados por un elástico, las venas del cuello se hinchan, las manchas se oscurecen, la sonrisa se finge de nuevo. Le mantengo la mirada. No puedo decir la causa de mi tenacidad, lo inútil solo lleva a lo inútil. Y me obstino sabiendo eso. Si la salvo, también me salvaría yo, pienso con rapidez. El espejo de los otros frente a ti mismo.
– Se ve que no sabes de lo que hablas. Nada se perdona. Todo vuelve al inicio una y otra vez. Nada se perdona. Y yo no me perdoné aquello. Tanta pastilla para dormir y ninguna para olvidar, para perdonar, para seguir viviendo sin culpa.
Ella cree que yo no lo sé, pero lo sé. La culpa te agrieta el alma. La dejo sentada frente a la terraza, con el vaso en la mano y dos paquetes de tabaco acompañando su tarde. Mañana será igual, y pasado.
Un día cualquiera tomará impulso y romperá el círculo. Está cerca. Cuando la boca me sabe a ceniza es porque no queda mucho.
Intuyo que sentiré su alivio.
Por Marissa Greco.