Guido y el viaje
Guido Miliatoni de 27 años, escucha como el casco del barco cruje bajo sus pies. A lo lejos se dibuja Coney Island. Siempre quiso viajar a Brooklyn. Soñar en Estados Unidos. Vivir América. Bajo el brazo porta una carpeta grande como el mar. Dentro planos, dibujos de espirales, coches de maderas, vías, andenes…Siempre mostró un interés especial por las alturas y la velocidad. A su edad, ya se ha jugado la vida en la Mille Miglia* y ha visto amanecer en la cima del Gran Sasso*. Todo, siempre, por placer y dinero. Las dos columnas que sostienen el techo de su vida. Le ha costado dejar a Fiorella en casa pero no es viaje para una chica de su edad. Ni siquiera él se siente hombre para una chica como ella.
El nombre
Recuerda el consejo de su padre; “En Estados Unidos no puedes tener un nombre italiano, no ser actor y triunfar, hijo. Si quieres que te traten es serio, camúflate entre ellos. Siente y llámate americano”. Mientras ve como la ciudad se hace grande y el mar más oscuro decide como se va a llamar en tierra. Baraja Gary, Larry, Harry y hasta Bob. Al final en honor a un gran piloto y a su alpinista fetiche, decide que se presentará como John, John Miller.
Es un nombre resuelto y contundente. Poco llamativo. Si, un éxito.
El sueño
Guido soñó. Y se lo contó a su madre. Hizo una maqueta. Una pequeña vía portaba un vagón con dos muñecos dentro. Con un rudimentario motor, el vagón se desplazaba a velocidad considerable. A veces descarrilaba pero los ocupantes siempre sonreían. Su madre farfullando en italiano y con los brazos en jarra miró al cielo. Siempre esperó que se dedicara al puerto como su padre, o al comercio como su hermano. Este Guido le salió diferente. Su padre era harina de otro costal. Lo miró por encima de las gafas y dispersó el blanco humo de su cigarro por toda la habitación: “Inténtalo Guido, dijo. No te quedes aquí. Yo me centré en trabajar y olvidé soñar!. Ahora tengo una casa y una familia pero se apagó la chispa Guido”!
Estuvo varios meses trabajando sin descanso en su prototipo hasta que lo tuvo listo. Tomó todos sus documentos y los ordenó cuidadosamente. Días después leyó en un periódico que las empresas ferroviarias estadounidenses diversificaban su negocio haciendo “montañas rusas”. Las llamaban así por que se inspiraban en los juegos de trineos que rayaban a toda velocidad las montañas de nieve blanca. En los fines de semana, con menos pasajeros, se incrementaban la velocidad de los vagones y con cambios de rasante en vías alternativas se ofrecía una diversión asegurada. Las emociones de nuestro tiempo superan las jamás experimentadas, cerraba el periodista. Ni su madre pudo negar el parecido con sus planos.
Guido preparó la aventura.
La ciudad
Brooklyn lo esperaba con su humedad y sus ratones callejeros. Con poco dinero y muchos planes el tiempo apremiaba. Encontró trabajo es un modesto restaurante italiano cerca de la playa. Lavaba platos.
En aquella hoja de periódico hablaba de una empresa, la Traver Engineering Company fundada por Harry Traver en 1919. Corría 1925 y si a algún público podían interesarle sus garabatos era al señor Traver. El primer día de libranza en el restaurante, planchó con cuidado su mejor traje, cepillo su sombrero y abrillantó sus zapatos de cordones. Con la misma decisión con la que un niño coge un caramelo que le ofrece un amigo, se presentó en la recepción.
Su trayecto comenzaba a ser interesante.
Loraine
Todo en ella era pelirrojo. Todo menos la tarjeta dorada que se prendía de su pecho. En ella rezaba “Loraine Palm, secretaria”. Guido se montó por primera vez en su montaña rusa. Cuando recobró el aliento, preguntó con su particular acento por el señor Traver. Ella lo miro con sus flameantes ojos. El señor Traver no estaba. Tendría que volver mañana. Loraine le regaló la primera de las millares sonrisas qué le entregaría durante su larga vida juntos.
El día que se vio con Traver ya sabía cuántos lunares lucia la pequeña Loren en su piel, a qué olía su melena y como le gustaba el café de primera hora de la mañana. Ella le llamaba Guido y lo bañaba con recuerdos.
Cyclone
Traver estudió en silencio aquellos planos de ochocientos cuatro metros de vía, con un tiempo estimado de dos minutos por trayecto, veintisiete cambios de rasante y veinticuatro locos como ocupantes. Miró a los profundos ojos de John y sonrió. Guido nervioso, acariciaba el ala de su sombrero. Es un verdadero ciclón y así se llamará, dijo.
Al día siguiente se enfrascó en el trabajo con Vernon Keenan y Harry C. Baker, los chicos de confianza de Traver. Vernon se ocupaba de que el proyecto fuera viable técnicamente, Harry de la ejecución, para John Miller quedaron los sueños.
26/06/1927
Loren y Guido se aprietan fuerte las manos en uno de los coches de Cyclone. El también aprieta los dientes cuando suben por primera vez a sus muchos pies de altura. Luna Park está cerrado y el silencio entre los 22 trabajadores del parque es sólo comparable a las bellas vistas de la playa que tienen desde allí arriba. El sonido de la madera contra las vías y los rodamientos chispeantes inundan la escena y los gritos desaforados pintan la banda sonora. Cuentan que cuando bajaron de aquel primer viaje, hasta el hombre eternamente mudo del Freak show, habló.
Mille Miglia*: clásico rally de carretera italiano.
Gran Sasso*: macizo de la cordillera de los Apeninos.
Por Gema MO.
Bonita historia Gema,la montaña rusa nos hacee soñar. Un besote
Precioso relato, sigue así
Un abrazo Gema
Me encanta, como siempre me quedo con ganas de más.
Hola, me gustado mucho, y como siempre se nos quedan corto, aunque la espera del siguiente, genial, saludos
Me ha encantado de nuevo. Esta vez, me ha sorprendido un estilo diferente. Enhorabuena! Sigue así!
Hola, me ha gustado, es diferente a otras cosas. Eres increíble.