Te veo, insomne, desarmado, y me conmueve;
me conmueve tu voz apagada en la noche,
la desnudez de tu cuerpo y de tu alma,
el plato frío que, a medias, comiste,
la luna en la ventana y tú esperando que diga tu nombre.
Es hora de que te ame como debo;
lenta y titubeante me atrevo
a alzar mis deseos a los tuyos,
empiezo en tus pies que, como montañas, son lisos, mudos.
Me quito la falda y trepo por tu falda, vestida de una piel blanca y fina,
que se eriza con cada caricia,
se te nublan los ojos, desde aquí puedo verlos, mientras te beso y te beso,
para que entre nosotros no haya ni un poco de aire o acaso solo él, solo
para amarnos.
Escalo el pecho de esa ladera tuya que me ofreces, te das a mí como un devoto
a su dios de cada día,
me rezas, creo, porque estás susurrando una letanía, o tal vez sea el delirio
que se te ha revuelto en la garganta, y habla, al fin.
Al fin, llego hasta la boca de tu boca
que esconde secretos y nostalgias, otros besos, otro tiempo,
es una cima que no temo explorar, y así, palmo a palmo,
desciendo hasta el final de este volcán, que ya se mueve, brama, cimbrea su lava, arde
y se deja explotar,
indómito, febril,
se esparce en mí tu yo, mientras fuera de nosotros amanece,
se desperezan los fantasmas de la noche,
que, por esta vez, ni siquiera nos rozan.
Por Marissa Greco Sanabria.
Guau. Me encanta!
Gracias, Pablo. Un abrazo.