Recuerdo que en ese jardín no éramos muchos, la verdad. Las flores daban color a las paredes porque formaban parte de plantas trepadoras o de arbustos de cierta altura, de tipo Convolvulus, pacíficos o la misma hiedra. Y después estábamos unos cuantos salteados en el suelo. Yo era el que ocupaba casi todo el espacio como césped bien cuidado, había alguna piedra que se encontraba allí desde tiempo atrás y también había alguna flor silvestre que había crecido entre nosotros por razones que desconocíamos, ya que el dueño de la parcela no pensábamos que las hubiera plantado. Era el caso de Melisa, una orquídea que, en poco tiempo, creció al lado de Frank, la piedra más grande del lugar y amigo mío. A mí me llamaban Pete, un nombre corto para un césped bien cortado. Cada mañana comenzaba con la misma conversación entre nosotros:
—Buenos días, Pete, ¿cómo va eso, amigo? —me decía a lo mejor Franky con su voz ronca y su tono amable.
—Ahí vamos, Frank, un poco pocho aún con la humedad de la noche. ¡Hey, Melissa! ¿Cómo lo llevas, nena? —La verdad es que esta flor siempre estaba preciosa, no sabíamos cómo lo lograba, pero daba igual el tiempo que hiciera, siempre estaba espléndida.
—Muy bien, cariño, preparándome para recibir algún visitante. Creo que hoy será mi día, lo presiento.
La verdad es que Melisa daba mucha lástima. Podría ser perfectamente la flor más bonita y más fuerte en kilómetros a la redonda, no nos cabía la menor duda, pero apenas la visitaban insectos, y, cuando lo hacían, se iban enseguida. No lo comprendíamos, pero intentábamos animarla cuando se acercaba la noche y ella apenas había recibido visitas.
—No lo entiendo… ¿es que no soy vistosa? Yo me veo muy bien. Entiendo que no tengo néctar y no puedo darle nada a cambio a los insectos que vienen a posarse en mí. Pero estoy hecha para la conquista, tengo un color, olor y forma agradables para proporcionar un descanso apetecible a los viajeros. ¿Por qué no se quedan, Frank? Al final siempre estoy acogiendo insectos de todo tipo, nunca miro lo que traen consigo ni de dónde vienen, no les pido nada más que me valoren y, al final, siempre llegan, me sueltan algún piropo que a veces resulta hasta grosero y, cuando ven que no pueden polinizarme, se marchan sin más. ¡Es humillante!
—Oh, vamos, preciosa… no te vengas abajo. Piensa que tampoco es fácil para un insecto atreverse a acercarse a una flor como tú. Eres la más bonita del patio, la más llamativa y hasta pareces carnívora de lo atractiva que eres. Piensa que hay que tenerlos muy bien puestos para acercarse a ti. Así uno no puede polinizar tranquilo, es que ni lo intentan, no pueden concentrarse.
La naturaleza había hecho a Melisa muy independiente, ella era de esas orquídeas que no necesitaban ser polinizadas para reproducirse, por eso no era capaz de producir néctar de forma natural, y, por eso, quien entraba por casualidad en su inflorescencia completamente deslumbrado por su aspecto salía a los pocos segundos echando pestes y muy decepcionado. Además, ella tenía que soportar ver que flores de su alrededor como el pacífico, por ejemplo, siempre estaban llenos de insectos alrededor deseando posarse en sus flores y escudriñando hasta el último rincón de las mismas. Melisa soñaba con conocer algún día el placer de sentirse explorada de esa manera, pero, al paso que iba, cada día perdía un poco más la esperanza. Aun así, como era tan coqueta, no permitía que el estrés ni el desánimo afectaran a su aspecto, ya que su imagen era todo lo que tenía para conseguir su objetivo.
Nuestra sorpresa llegó el día en que el dueño de la casa trajo un visitante. Este sí que nos parecía extraño. Era un humano en versión pequeña que daba la impresión de estar todo el tiempo fuera de control. Una amenaza en toda regla para todo el jardín, vamos. No hablaba correctamente pese a que parecía muy espabilado. Daba la impresión de que sabía lo que se hacía, pero no era capaz de hablar bien. Creo que los humanos llaman a estas personas tartamudos. Después nos enteramos de que se trataba del nieto del dueño, y de que se había venido a vivir con él. Menudo regalo, sobre todo para mí. Un césped maravillosamente cuidado que pasaba a estar desaliñado todo el tiempo gracias a un enano histérico que no paraba de corretear sobre la hierba. Pero ocurrió algo que cambió nuestra visión del chiquillo e hizo que le permitiéramos cualquier salvajada en adelante:
—¡Halaa! T, t, tttúerrrres u, u, u, u… —El tío se había parado delante de Melisa, y Frank y yo estábamos en tensión, temiendo que la arrancara. Vamos, que yo había dejado de hacer la fotosíntesis, sobre todo mirando la cara colorada del muchacho mientras hacía esfuerzos inmensos por hablar. El visitante lunático no paraba de manosearla y no sabíamos cómo iba a acabar aquello—. Tú eresss…sss….u, una orrrc, orrcc, orrrcc… —Qué agonía—. ¡¡Una orco!!—. Dios… me temía lo peor. Esperaba, soñaba que Melisa no lo hubiera escuchado. Esto la mataría. El delincuente botánico se fue y yo volví a la fotosíntesis.
—¡Guau! ¡Ha sido increíble! ¿Habéis visto eso? Me ha tocado hasta el gineceo, me ha explorado con su dedo sin miramientos, pero con dulzura. Mirad, no me ha hecho ni un rasguño. ¡Creo que le he gustado!
Es de locos pero, efectivamente, este personaje estaba entusiasmado con Melisa. Desde ese momento, vino a visitarla cada día, le hablaba como podía, practicaba con ella, la miraba y admiraba y, lo más importante, la acariciaba. Melisa era feliz, y Frank y yo; pese a que nos sentíamos un poco violentos presenciando estos encuentros, nos alegrábamos de ver que Melisa era feliz. Pasaron los años y llegó el día en el que el enamorado de Melisa vino a visitarla como cada día y, de repente, para sorpresa de todos, soltó:
—Orrrco, orrrrco… ¡joder! Orrrcc… orquídea, mi orquídea silvestre.
Por Mawi Justo.
Jajaja, muy bueno Mawi! Me encanta Frank, qué solido.
Jajajjaaa, Franky…un tipo duro! ;D