La historia del cine está llena de historias. Puede parecer una perogrullada, pero hay cientos, si no miles, de pequeños momentos, de detalles, de historias, sí, detrás de los proyectos, de los rodajes, aparte de las tramas, de las películas de la Gran Historia del Cine. Ni que decir tiene de filmes más pequeños, de esos desconocidos que nadie recuerda y a pocos importan. Historias como la de Jasmine Strudel.
Nacida en Toronto de padres alemanes, Jasmine Strudel (que para su carrera profesional había decidido usar el apellido materno, Steiner, temerosa de que, como había hecho su familia desde que nació, la llamaran «pastelito») era una joven actriz que acababa de cumplir los veinticuatro años cuando, en 1988 firmó el contrato para interpretar el drama erótico Orquídea salvaje, junto a los (por aquel entonces) pesos pesados Mickey Rourke y Jacqueline Bisset, dirigida por Zalman King.
Hasta entonces, Jasmine solo había tenido papeles menores en películas aún más pequeñas. Trabajos intrascendentes que le permitían malvivir en un piso de mala muerte a las afueras de las afueras de Los Ángeles. Era la típica chica mona que aparecía semidesnuda al principio de las cintas de terror de serie B y que era la primera en morir a manos del asesino de turno. Rara vez tenía la oportunidad de pronunciar una sola frase. Por lo que aquella película era, sin duda, su gran oportunidad.
Sin embargo, a pesar de ser una auténtica desconocida para el público mayoritario, para la crítica y para gran parte de la industria, Jasmine contaba con un pequeño club de fans al que ella misma surtía de noticias sobre sus futuros proyectos, sus trabajos y les enviaba fotografías, y que recibió con entusiasmo la noticia del nuevo trabajo de la actriz.
El fin de la carrera de Jasmine comenzó poco después, antes aún de que comenzara el rodaje. Cuando la productora filtró las primeras noticias sobre el rodaje de la cinta, que empezaría en breve, estas hablaban del prometedor futuro de su joven protagonista, una joven modelo de San Francisco llamada Carré Otis que jamás había trabajado en el cine. Al parecer, Mickey Rourke, que todavía estaba en la cima gracias al éxito de cintas como Nueve semanas y media o El corazón del ángel, se había encaprichado de ella al conocerla en una fiesta organizada por una conocida revista, y había amenazado a los productores con abandonar el proyecto si no era ella su coprotagonista. Tanto Jasmine como su agente, y, por supuesto, todos sus fans, conocieron por la prensa que ella ya no participaba en el proyecto.
Jasmine, que no cobró apenas indemnización por el rechazo y la ruptura del contrato por parte de la productora, se vio abandonada de pronto por sus fans, que se sintieron engañados. Creían que Jasmine se lo había inventado todo y que jamás estuvo cerca de ser la protagonista de aquella historia.
La película resultó un fiasco y, con un guion torpe y tosco, y unas interpretaciones deplorables, fue masacrada por la crítica y por el público. Carré, también. Posiblemente, si lo que pretendía Jasmine era conseguir éxito y reconocimiento, protagonizar aquello hubiese sido un terrible error. Pero estaba convencida de que debería haber sido SU error. De que debería haber sido ella la que ocupara aquellas críticas, de que tenía que ser ella de la que hablaran en los medios. Y, para ella, aquello resultó catastrófico.
Lo consideró una afrenta personal y se tomó como un reto vengarse de quien consideraba culpable, la actriz que le había quitado su gran oportunidad. Comenzó a enviarle cartas anónimas amenazadoras. Averiguó dónde vivía y la seguía, la espiaba, manteniéndose a cierta distancia para que no la descubriera. Dejó de lado su carrera, su trabajo, su hogar, y se pasaba el día en un destartalado coche que había conseguido, apostada a la puerta de su casa, persiguiéndola cuando salía, espiando su correspondencia.
Carré Otis, que poco después se casaría con Mickey Rourke, solo interpretaría tres películas más antes de retirarse olvidada e ignorada por todo el mundo y, pasados los años, declararía que aquella relación fue dura, confesaría su problemas con las drogas, la violenta convivencia con el actor, los malos tragos, los muchos desagradables momentos…
Pero antes de llegar a eso, Jasmine, obcecada con su persecución, llegó a extremos obsesivos. Un día, en la presentación de la película en una capital europea, Carré despertó en su habitación de hotel, desnuda, como ella dormía siempre, y con una orquídea sobre su pecho. Sufrió un ataque de pánico que llegó a salir en la prensa. Las investigaciones encontraron huellas y restos rápidamente de la culpable. Jasmine fue detenida y extraditada.
Desde entonces, está internada en un psiquiátrico donde los médicos han rechazado reiteradamente su alta, convencidos de que no está restablecida y de que, en caso de salir en libertad, volvería a acosar a Carré Otis, quien, por cierto, vive en una granja, alejada de todo, de los focos y las cámaras, de la fama y los flashes, criando flores: narcisos, lirios, rosas, tulipanes… pero nada de orquídeas. Ni jazmines.
Por Juan Antonio Hidalgo.
pooobre pasteliiitoo!!! creo que deberías meter esta historia, tal cual, en wikipedia… adelante!