De los guionistas de Nueve semanas y media llega a vuestras camas Orquídea salvaje. Valiente mierda. La pongo a cuatro patas, como le gustaba a X, pero Z no sabe sostenerse y tiene las plantas de los pies peladas y mal cuidadas, así no, joder, así no. X se erguía como una estatua egipcia, X hacía de esa supuesta postura sumisa y otras mierdas políticamente incorrectas, un monumento sublime y elegante, una cebra, un flamenco, un jarrón chino, algo así, y yo no podía mirar allí abajo, no, tío, no mires, pero en cuanto miraba aquellas plantas doradas, sí, esculpidas en pan de oro, tal cual, me corría y punto. Z no es más que una gelatina insípida. X tenía esa cosa de uva prieta de la Basinger. Venga, va, cambiamos. Pero no me mires, no, por favor, Z, no me mires porque me voy a tirar por la ventana. El hielo del ombligo ahora no hace más que provocarnos resfriados. Bajar del cielo, haber estado allí, arriba, tocando el espeso líquido que recubre las nubes, el flujo familiar de X esparcido en el pecho, la saliva de las piedras y los dientes que le llena a uno la boca de placer, una ostra retorciéndose en limón y mar, una verdina atrapada dentro de la cuenca de las manos, el grito que se multiplica en una caverna en mil cristales transparentes… Pero el golpe contra el suelo, el pelo acartonado de sangre, no me mires porque no lo voy a soportar, segundas partes siempre fueron un desastre, esto no llega ni a eso, ni a segunda parte, sino que se queda en un desperdicio maloliente, un sumidero, ni siquiera la elegancia de los huesos sino justo antes, cuando el cadáver es un montón de desgraciada carne que se pudre deforme e irreconocible. Pues eso… Ahora ya me corro. Me has mirado. Tengo además la indecencia de correrme pese a todo. Z se empieza a vestir y es cuando uno hace las comparaciones más trágicas, un resumen despiadado y termina de morir de asco: aquel vientre milagroso, aquella vuelta a lo convencional de la falda, las medias mientras silbaba canciones absurdas o la pinza del pelo que X siempre llevaba prendida en lo más alto. Porque Kim Basinger no, pero yo sí me he quedado en esta trama innecesaria, en un disco rayado, yo sí soy Mickey Rourke atrapado en una cama que huele a podrido, a ambulatorio, mientras la Basinger vuela en otros cielos con sus alas impolutas y blancas hasta la ceguera… Yo no soy más que un vejestorio de plástico… De los guionistas de…
Por Álex Prada.