Maldita sea. Maldito tráfico. Kapiolani Boulevard está atestado. Para qué demonios tendré la oficina en el Downtown si me paso el día entero en el coche. De aquí para allá como si fuera un taxista. Aunque lo que debería preguntarme es para qué me han puesto una oficina. Vamos, imbécil, que se nos pone en rojo. Malditos imbéciles que no pisan a fondo. Maldito tráfico. Maldita lluvia. Y maldita mi suerte.
Enamorarme de la chica guapa. De la protagonista. Joven, inocente y rica. La desvalida heredera del mayor magnate de las diecinueve islas. Milly. Miss Molly. Mi pequeña y dulce Millie Molly. Aguanta un poco más, amor mío. Que ya llego.
Mejor no cojo la autopista. ¿A esta hora? Ni de lejos. Mejor torcer a la derecha y probar Kalakua Avenue. En un día normal estaría impracticable, pero esta noche hay lluvia. Verás que sí, Sánchez, como no hay turistas. Los bañistas ya deben haberse ido a casa. Los juerguistas se estarán preparando. Duchándose y acicalándose. Además, no es la temporada fuerte. Sin borrachos y sin veraneantes. Lo tengo todo para tirar millas. Ya casi oigo el motor del viejo Mustang rugiendo. Solo un poco más, amor mío.
Casi no puedo creerme lo que nos pasó. Parece que fue ayer cuando se presentó en comisaría. Unas piernas tan largas que parecían de otro mundo. De otra galaxia. O de otro universo. Piel morena, cabellera sedosa, larga, brillante y oscura. Negra como dos pupilas. Las mismas que tienen sus dos ojos caucásicos. Azules. Luminosos. Hechizantes. La combinación perfecta entre James Molly III, dueño de medio Michigan, y Lielani Molly. Lielani Kamehameha Pu’u, de soltera. Lielani montaña solitaria. La puta más famosa de las diecinueve islas. Pudo haber elegido a cualquiera y se fue con el rubio hijo de James Molly Jr., a su vez hijo del gran senador James W. Molly. Normal que acabaran a tiros. Claro que eso fue cuando Millie Molly era niña. Miss Molly. Mi pequeña Molly. Amor mío, voy a por ti. Aguanta un poco más. Cada vez queda menos.
Doblo a la derecha. Efectivamente, no hay un alma. Algunos surfistas imprudentes. Pista despejada, rum, rum, vamos pequeño. Demuestra lo que tú vales. 225 caballos en tus ocho cilindros. Dios bendiga esta lluvia. Solo espero no ver luces azules. Sería un contratiempo. Tener que explicarme a un par de imberbes que se crean importantes por vestir uniforme. Qué diablos hace un latino conduciendo como un loco. No, imbécil, no soy mexicano. En todo caso, chicano. Mis padres me criaron en New Mexico. ¿Que qué hago aquí? Vamos, coge esa radio. Llama a la central y pregunta. Inspector Sánchez, Walter Sánchez. Si llevara la placa estaría arreglado, pero no la cogí. Las prisas. Me la dejé en casa. En la otra chaqueta. ¿Qué, te responden? Disculpas aceptadas, agentes. Que tengan también ustedes buena noche. De diez a quince minutos parado. Mi pequeña Molly no tiene tanto tiempo.
Me salto el semáforo. Necesito llegar enseguida. No recuerdo cuánto hace que sonó el teléfono. Cariño qué tal, cómo te va. ¿Cariño? ¿Qué? ¿Por qué no respondes? Al otro lado, un grito. Qué demonios. ¿Amor mío? ¿Se puede sabe qué sucede? Aullidos, crujidos, algo que crepita. Qué está pasando. Fin de la conexión. Mi cara de pasmo. Vamos, piensa rápido, Sánchez. Qué puede haberle ocurrido. Mi amor está en peligro. Tengo que hacer algo, ¿pero qué? Creo que un… ¿cómo se llama? ¿Un pin up? ¿Una pub? No, no es eso. Tengo que avisar a alguien. Agente Kuilan, cuál es el nombre de esa… cosa. Eso de encontrar el celular. Sí, el de otra persona. El de Littl’ Ms. Molly. La hija de… sí, eso es, ella. ¿Find-My-Hey-Phone? Sí, puede ser. Una app, claro, será eso. ¡Rápido, puede estar en peligro! Diamond Head, Kalaha Avenue, número… Sí, esa es su casa. Es decir, la de su tío. Vive con él. ¿Es allí? ¿Donde está ella? ¿Su i-Telephone… I-Phone? ¿Está seguro?
Su tío. Menudo tipejo. Hermano de la Montaña Solitaria. Un hawaiano de los que no quedan. El mayor experto mundial en plantas carnívoras. Luego le dio por las venenosas. Y más tarde se dedicó a las orquídeas. Enormes, gigantes, desproporcionadas. Flores que miden dos metros. Lo que es la flor. Luego viene el resto. Tallos, hojas. Nadie conoce de qué modo lo ha hecho. Algunos dicen que ingeniería genética. Otros, que vaya usted a saber. Brujería, vudú, magia negra. Circulan todo tipo de historias. Lo que no es normal es que un tipo tan extraño haya criado a mi dulce Molly. Desde que murieron sus padres. Mejor dicho, desde que se mataron. A tiros. Lo cierto es que el tío ha hecho un buen trabajo. La pequeña Ms. Molly es todo un encanto. No se le parece en nada. Están muy unidos. O lo estaban. Fue el motivo por el que nos conocimos. Ese día, en comisaría, cuando vino a denunciar su desaparición. Mi pobre chiquilla, está desconsolada. Pocos sospechosos. Todas las pistas apuntan a su propio servicio. El chófer, la cocinera y la ama de llaves. El mayordomo ya no está en la lista, despareció más tarde. Pasó lo mismo con el jardinero. Y con dos o tres de los que le ayudan en el invernadero. Curiosamente, los que conocen su secreto. El de sus orquídeas. La verdad, no tenemos ni idea.
Allí está. La mansión. En lo alto de aquella colina. Luces apagadas, como si no hubiera nadie. Pero ahí tiene que estar. Me lo ha dicho el Agente Kuilan, que sabe de estas cosas. De cachivaches de estos, eléctricos y con pantalla plana. Si por mí fuera tendría uno de los de antes. De los de botones grandes. Nada de pinups de esos raros. Soy el tipo menos tecnológico de Honolulu. Un par de balas es todo lo que necesito.
Freno. Paro el coche. Me bajo y pongo la directa. La puerta principal está cerrada. No veo ninguna luz. Ventanas atrancadas. No puedo colarme, son de cristal blindado. Mucha seguridad tiene este individuo. Doy la vuelta. Hay luz allí abajo. Es la zona de los invernaderos, donde nunca he entrado, donde nunca entra nadie. Ni siquiera Ms. Molly. Sin embargo, veo la puerta entreabierta. Salgo pitando. Se oye un ruido. Como si alguien estuviera zarandeando una soga. O más bien muchas. Saco mi revólver. El metal está frío. Algo me dice que en breve se pondrá al rojo vivo. Doy un par de pasos más despacio. Sí, allí dentro. Algo se mueve. Qué diablos es.
Me quedo helado. No. No, esto no es posible. Son las plantas. Se están… ¡moviendo! ¡Se mueven, esos… troncos, hojas, tallos, nervios! O-H-M-Y-G-O-D-!!! Me lío a tiros. No me queda otra. Pum, pum, pum. Me vuelvo loco. Embisto como un gladiador que se rebela. Rompo los tallos a pedazos. Uso los dientes, las manos, pies, uñas. Menos mal que hace semanas que no me las corto. Estaban amarillas, ahora están verdes. Lo que sale a borbotones no es sangre, sino un líquido resbaladizo. Huele a montaña bajo la borrasca. Las plantas se derraman sobre el suelo. Si pudieran hablar, emitirían aullidos, gritarían, se desgajarían la garganta. Pero no las oigo. Rompo un cristal y lo uso a modo de espada. Como una guadaña. Soy la muerte que ha venido a veros, señoras orquídeas, salvajes alimañas verdes y enormes como edificios de varias alturas. No sé cuánto tiempo estoy así. Puede que sean horas. Destrozando lo que se pone a mi lado. Al final, entre el holocausto, allí las veo. Sus dos piernas. Las de mi pequeña Molly. Engullidas por aquel capullo. Nunca mejor dicho. A metros del suelo, pero aún se mueven. Intentan escaparse. Menuda prisión carnívora. Me pongo como un búfalo. Cojo carrerilla. Soy un delantero en los últimos segundos de la superbowl. Es el touch down decisivo. Pum, crack, ras, orquídea asquerosa, esta noche vas a dormir en el infierno.
Oh, Molly. Mi pequeña Molly. Déjame que te ayude, amor mío. Quito los pétalos. Dejo que respire. Está cubierta por una baba asquerosa. Pero sigue viva. Viva, por todos los santos, sigues viva. Ven, vente a mis brazos. Querido amorcito. Abre los ojos. ¿Me ves? Soy tu héroe. Te he salvado. Oh, Molly, sigues tan guapa. ¿Qué ha pasado? Luego me lo cuentas. Tu tío está como un cencerro. Bueno, caso resuelto. Al menos, en lo que a ti y a mí respecta. Te recuperas, hacemos el amor y luego te duchas. Después lo hacemos otra vez y luego otra. A la tercera te dejo que duermas. Amor verdadero. Amor del bueno. Te quiero. Dame un beso.
Abre la boca. Parece que me va a dar el beso. El beso que tanto me merezco. Pero no. Sigue abriéndola. Sus enormes labios que se siguen abriendo. Algo va mal. Oh, Dios mío, pero qué boca tienes. La tienes tan abierta que parece que te quepo dentro. Yo, así como estoy. Entero. Y se sigue abriendo. Cariño, ¿qué es lo que te ocurre? ¿Me lo explicas? ¿Y… y esa boca? Sigue… se… sigue abriendo… ¡y no para de abrirse! ¡¡Qué locura es esta!! Me pellizco, esto es un sueño. Auch. No, no lo es, porque me duele. Y esa boca que se sigue abriendo. Y sigue y sigue y se abre cada vez más.
Entonces mi amor, mi pequeña Molly, mi pequeña y dulce Millie Molly, abre aún más su preciosa boca, pega un testarazo y me engulle.
Por Ignacio Moreno Flores.
Me gustan esas frases cortas.
No sè porque, pero desde el comienzo del cuento notè algo estilo Frank Miller. De echo el final era lo que me esperaba ! Muy bueno el ritmo y la atmosfera en general.
Muy buena técnica, el uso de las frases cortas impone un ritmo trepidante al relato, el lector gracias a ello siente la urgencia del protagonista por llegar hasta Millie Molly.
Muy buen final.