Junto a las galletas de coco, leche vitaminada y esmalte de uñas granate, productos que yo jamás compraría, había un papel, cuadrado y azul, con una lista de la compra escrita por una mano femenina que no era la mía. Él, que había dejado las bolsas en la cocina mientras iba al baño, se había traído la compra de otra señora, pensé. Quizás un en un momento de desorden en la caja…, pero allí estaban también las marcas de vino y whisky que siempre elegía. En ese momento sonó su móvil y una voz, de nuevo femenina: «Nos hemos equivocado —dijo riéndose—, nos hemos equivocado…». No contesté; durante unos segundos la otra enmudeció. Después colgó.
Parecía evidente que mi marido me engañaba. Abrí su lista de contactos. Bajo el último número registrado solo encontré unas iniciales en mayúscula. Lo esperé preparada con mi lista de reproches, y se los solté sin atenuantes cuando volvió a la cocina: los domésticos, los afectivos, los pasados, los futuros…. Él me respondió con su lista de excusas: conocidas, inventadas, incomprensibles, ridículas, irritantes, vergonzosas… Si tenía alguna duda de su engaño, desapareció. Entonces yo saqué la lista de demandas: financieras, emocionales, domiciliarias… Anuncié que todo se había acabado y, como si no hubiera tiempo posible, me senté a separar en dos listas los libros de la casa. No quería sorpresas de última hora.
En mi bolso encontré mas tarde mi lista de propósitos para el año nuevo, el primero de ellos: vivir más relajada, no hacer listas.
Por Reyes García-Doncel.