Que las matemáticas no me gustaban lo sabía desde hacía mucho tiempo, pero que don Manuel era un mentiroso no lo supe hasta final de curso. Don Manuel solía decirnos que las matemáticas eran muy importantes, que las matemáticas eran la vida. Lo cierto es que creo que mi vida se empezó a complicar el día en que don Manuel explicó por primera vez en clase de matemáticas las ecuaciones. Hasta dónde puedo recordar todo había sido fácil hasta ese momento. Viendo películas de kárate en el video comunitario, jugando mucho en la calle y estudiando poco había llegado hasta sexto curso. Pero aquel día don Manuel llegó, nos dio la espalda y con tiza blanca empezó a escribir en la pizarra algo muy extraño. Se volvió y nos dijo solemnemente: «señores, esto es una ecuación». Nos quedamos mirando aquella mezcla de números y letras en el encerado como el que mira uno de esos cuadros raros, arte abstracto creo que lo llaman. Entonces, dando unos golpecitos con la tiza en la pizarra sobre una letra que había escrito en la ecuación, dijo: «¿y esto qué es?» No recuerdo quién fue pero sí que alguien respondió: «una equis». Don Manuel dijo: «no burro, esto es una incógnita. ¿Sabéis qué es una incógnita?» Todo el mundo calló. «Una incógnita es algo que no se sabe.» Y dedicó el resto de la clase a explicarnos la importancia de saber despejar bien la incógnita para solucionar cada ecuación, cada problema. No conseguí enterarme de nada más. La culpa no era de que don Manuel hablara con ese tono bajito y aburrido de siempre, ni que su clase fuera a primera hora y tuviera que luchar a cabezadas con el sueño, el problema era que a mí no me gustaban las matemáticas. Ni siquiera el hecho de que de aprobarlas dependía que mi padre me comprara la motoretta, despertaba en mi escaso cerebro ninguna neurona.
Mo-to-re-tta. Hasta despierto soñaba con aquella bicicleta roja con letras blancas. El resto de los de mi pandilla ya la tenían y salían todas las tardes con ellas. Unas veces patrullaban con sus motorettas las calles del barrio para evitar que los de otros barrios invadieran nuestro territorio. Otras veces montadas en ellas jugaban a policías y ladrones. Yo en cambio era el único que no tenía una motoretta y si quería unirme a ellos tenía que coger la bicicleta antigua de mi padre a la que mis amigos le pusieron de mote «la camella». La camella era una bicicleta vieja, fea, desgarbilada. Cuando los de la pandilla me veían montada en ella casi siempre se metían conmigo. Me decían entre carcajadas que porqué no me ponía una boina de viejo, que podía estar seguro de que las chavalas se iban a fijar en mí y cosas así. Yo le contaba estas cosas a mi padre. ¿Por qué no podía tener yo una motoretta como el resto de mis amigos en lugar de tener que ir en la camella? Él me respondía que las cosas sólo se conseguían con esfuerzo y que si aprobaba matemáticas entonces tendría mi motoretta. Porque mi padre decía siempre que si quería ser un hombre de provecho tenía que saber matemáticas.
Y llegó el día del examen de matemáticas. El resto del temario lo llevaba medio qué, pero las ecuaciones me seguían sonando a chino. Y allí estaba el último ejercicio, una ecuación. Don Manuel avisó que ese ejercicio puntuaba doble. Leyéndolo fue cuando me acordé del video comunitario. Todos los días emitían cuatro películas, salvo los sábados que daban cinco. Yo estaba siempre pendiente de la programación del video comunitario por si ponían alguna de esas de Bruce Lee que tanto me gustaban, como aquella del dragón. ¡Joder qué buenas eran! La programación del video comunitario era una pantalla fija con letras azules sobre fondo blanco hecha quizás con un ordenador Spectrum 48k. Todos los días aparecían en ella cuatro líneas: las dos, las seis, las ocho y las diez. A continuación de cada hora figuraba el nombre de la película que emitían. Pero los sábados aparecía una línea más a las doce de la noche que titulaban siempre como «XXX». Yo le preguntaba a veces a mis padres qué era aquello y me contestaban que si eran cosas de mayores, que si no lo debía ver y que si yo a aquella hora lo que tenía es que estar dormido. A mí me intrigaba el hecho de que todos los sábados emitieran la misma película a la misma hora y que mis padres me dieran tan pocas explicaciones. Así que me acordé de aquello que decía don Manuel de resolver las incógnitas. Por eso cuando leí el último ejercicio del examen: 3X = 12 , no tuve que hacer ninguna cuenta, las matemáticas eran vida, simplemente respondí: x = FOLLAR. Aquel verano mis padres se dieron de baja del video comunitario y yo dejé de soñar con la motoretta.
Por Simón Rafael.