Dos señoras mayores fenotipo estándar en una sala de espera de hospital. Las dos aguardan su turno. Aspecto de estar rebosantes de salud pese a su avanzada edad. Se entabla entre ellas una más que improbable conversación llena de ecuaciones y datos en torno a la desgracia humana.
—Me gusta este hospital porque no huele a hospital.
—Ay, hija, sí. No hay cosa peor. Y qué médicos más jóvenes y más majos. Pero me da no sé qué, si parecen mis nietos…
—Dónde habrán quedado médicos como Don Alfonso, el otorrino que operó a mi Rafalín, mi chico. Íbamos a su consulta de Jorge Juan y allí que estaba con su Farias. Se acercaba al pobre chiquillo recién operado con todo el tufo a puro, casi le echaba el humo por la garganta… “Que coma helados este niño, la operación ha salido perfecta. Que coma muchos helados”. Médicos como esos ya no los encuentras… Qué presencia tenía Don Alfonso.
—¿No te has enterado lo de la Joaquina? Lo que le faltaba pal duro…
—Yo la dejé con lo de la vesícula.
—Se le infectó y le dio perotinitis. Otra vez la operaron. A vida o muerte. Luego le sacaron una poquita de azúcar y no sé qué de la fibromialgia o la polimialgia o algo así. Le pusieron corticoides y no veas lo mala que se puso. En coma.
—Hay gente que lo junta todo. Yo toco madera pero las cosas que una ve y escucha todos los días y aquí sigue esquivando desgracias. Que si los muertos de las carreteras, que si la gripe A, que si Ucrania… Esta mañana en la radio contaban la de gente que se mataba en Turquía por dormir en la azotea…
—¿Qué me dices?
—Lo que te estoy diciendo. Muerta se queda una. Por lo visto, por el calor se sacan el colchón a la azotea, con los niños y todo y alguno se ve que se desvela por la noche, como le pasa a mi Antonio que parece un rabo de lagartija por la noche en la cama… El caso es que se ve que por la madrugada, medio dormidos, se caen de la azotea y van nosecuantosmil muertos ya y unos pocos más de heridos. Y graves, no creas… Las autoridades de allí han hecho una campaña informativa y todo…
—Santo Dios…
—¿Y lo de los niños ahogados en las piscinas? Todos los veranos igual… Ya van unos cuantos y todavía andamos empezando las calores…
—Otro que se le juntó todo fue el Jacinto, mi vecino. Tenía dos enfermedades a la vez, una que le hacía la sangre muy gorda y otra que le hacía sangrar y claro, los médicos no sabían si ponerle un tratamiento para que la sangre fuera más rápida y no se le trombosara o ponerle otro para que no sangrara… El pobrecito iba siempre pálido. Y con la nariz siempre como con sangre reseca. Al final se murió el santo varón, claro. Olía a muerto meses antes… Al perro sarnoso, ya se sabe, na más que pulgas.
—A mí cada vez que dan una estadística en las noticias me pongo mala. Las ecuaciones están para eso. Para que cuadren los números. Una X es una X, aquí y en Pernambuco. Y yo, lo que te decía… Que me parece un milagro que andemos todavía vivos con todas las cosas que te pueden tocar.
—Mejor no pensarlo y tirar padelante.
—Porque las estadísticas, Paquita, están ahí, escritas ya y esas hay que cumplirlas todos los años. De las ecuaciones no hay escapatoria. Los que pierden dedos con los petardos de navidad, los que se matan en el puente de la Constitución, los cortes de digestión en verano, los que tienen el Crohn ese o la pulmonía con el agua de los aires acondicionados o cosas más raras. En las revistas que hablan los médicos siempre empiezan diciendo: “esta enfermedad la padece el cuatroporciento de la población, esta otra le sale a un vienteporciento de mujeres con la menopausia, el cáncer de no sé qué ocurre en cuatrodecadadiez hombres en edad fértil, no sé qué, no sé cuantos…”. Así que despeja la X, maja. Porque eso está ahí y hay que cumplirlo… Alguien tiene que cumplirlo.
—Pues sí. Es así. No hay otra…
—Entonces, al final, siempre me da por pensar lo mismo. Es un poquillo cruel, te lo va a parecer, lo sé, pero es que es verdad, hija. Gracias a gente como la Joaquina o el Jacinto, tu vecino, nosotras podemos estar aquí tan panchas. Ellos se cogen dos o tres enfermedades y ahí que están cumpliendo las estadísticas de los periódicos y del Pronto y nos ahorran los disgustos a los demás…
—Qué cosas se te ocurren, hija, qué barbaridad… Aunque mirándolo bien… Cuadra el resultado.
—Seguro que el turco que se la pega desde la azotea ya llevaba dos o tres cosas puestas y lo gasta todo junto y así el resto vamos tirando…
—Ay, mira que eres bruta a veces…
—¿Pero tengo razón o no? Son como mártires… Para que las ecuaciones cuadren.
—Yo qué sé… Uy, espera, mira la pantalla, anda, que creo que ha salido ya mi número…
Por Álex Prada.
Jajajajaja, vaya tela las tertulianas! Te mueves bien en el tono coloquial. “A poquito a poco” han desplegado algunos de sus miedos. Por cierto, como estamos en fechas de regalos recomiendo El país del miedo, de Isaac Rosa. Muy relacionado con este relato.
La supervivencia es así de cruel. Me encanta el final de la chaqueta metálica, porque es tal cual.
Cráneo previlegiado.
Un beso.