No estudié matemáticas, pero sí sé hacer cuentas. Y necesito el dinero para que me salgan las cuentas. Sin dinero, las cuentas no salen. Si el dinero que se ingresa es igual a cero, es cero lo que se tiene para gastar. Pero hay que gastar, hay que vivir. Se vive y se gasta, así están las cosas, así funciona esto.
Y hay que robar, lo dijo bien el Chema. Si no se tiene, se roba. Antes robar que matar. Robar, pero ¿a quién? A los ricos, a los bancos, a los que tienen y no les cuesta ganarlo. Robar para que salgan las cuentas.
¿Y cuánto hay que robar? Lo necesario, lo justo y necesario. Pero, y esos que roban a manos llenas a la vista de todos, con esos, eh…, ¿qué pasa? Si los vemos todos los días ahí como presumen, con buenos coches, buenas ropas, viajando, bebiendo, hinchándose hasta que se hartan, hasta que revientan. Y los demás, ¿qué, eh…, tenemos que conformarnos? Ni hablar.
El Chema y yo nos hicimos socios por necesidad y esos eran nuestros principios. Uniéndome a él, empecé a hacer algo para que las cuentas cuadraran.
–Mira, el banco ese que te dije abre sobre las ocho. A esa hora, todavía no ha ido nadie. Entramos, pum…, pum…, pum..., cuatro tiros. ¡El dinero! ¡Al suelo…! Y en dos minutos fuera, con lo que tengan…
–No sé. Puede que haya un vigilante, las cámaras…, los empleados…, yo qué sé…
–Habrá…, habrá….,¡qué más da! Vigilante, ya te digo que no hay. En ese pueblo, no tienen vigilante, si son cuatro gatos.
–Entonces, ¿tú estás decidido?
–Yo lo estoy, ya estás viendo… Lo he estudiado bien y es fácil. Llegamos con los pasamontañas puestos, con los guantes…, pam… pam… y a correr. En cinco minutos por la autovía, volamos. Nadie nos reconocerá.
–¿Solos tú y yo?
–Solos tú y yo, sí. Nadie más. ¡Coño, si lo hacemos para comer, venga…!
Y fuimos de reconocimiento. Era mejor ir antes para prepararlo, para evitar sorpresas, para convencerme a mí mismo de que se podía hacer, de que no era difícil.
Eran solo tres empleados. Tal y como había dicho el Chema, no tenían vigilante. Frente a la oficina había un espacio reservado para carga y descarga.
–Quizás podíamos buscar a alguien que nos espere en el coche.
–No. Seríamos otro más para repartir. Tú y yo, y ya tenemos bastante. Esto es tranquilo. Lo puedes ver.
–Deberíamos entrar. Ver cómo es por dentro.
–Te lo digo yo. Estuve la semana pasada. Me hice el tonto. Dije que quería recargar el móvil. Es una única habitación. Entras y enfrente, el mostrador; a la izquierda, un despacho con cristaleras, ahí es donde está la caja; al fondo hay dos puertas, una la de los servicios, la otra es como de un almacén. Nada más.
–¿Cuándo lo hacemos?
–El lunes. Tiene que ser el lunes.
–Dios quiera que todo salga bien. Y que haya dinero. Mira que si hacemos esto y luego no hay nada…
Sacamos veinte mil euros, diez mil para cada uno.
Y empecé con la resta. La comida era lo primero. Pasé por una carnicería. Dejé de lado el pollo y pedí lomo, solomillo, tres solomillos. Había algo que tenía buena pinta. El carnicero me dijo que se llamaba secreto. Me hizo gracia el nombre, secreto, y compré dos kilos. Y carne de pavo y de cordero, que no faltara el cordero, y ternera, filetes, chuletones, de todo y pagué sin rechistar, con mis billetes nuevos de banco, relucientes. Y me fui para casa con cuatro bolsas de carne, que pesaban como el plomo. Y allí mi mujer me esperaba.
«Mira lo que he comprado, de todo. Fue un trabajo bueno la semana pasada. Nos han pagado bien a mí y al Chema. Una alambrada. Casi cinco kilómetros de alambrada de dos metros veinte, con alambre de espino arriba. La finca de un marqués, por la sierra, que la va a echar de ciervos. ¿Que para qué compro tanto? Pero, mujer, si no es tanto. ¿Tenemos derecho o no? Yo trabajo para esto. Ya sé que hay que ahorrar, y vamos a ahorrar, te lo prometo, pero hay que comer, ¿no? Esto es comida, solo es comida. ¿No estabas tú harta de comer siempre lo mismo? En vez de gastar de la otra, de la mala, de la que no echa gusto a nada, pues ahora comemos de esta, de la buena. Para eso trabajo, para eso gano dinero. Aquí tienes lo que me ha sobrado. Toma, tres mil. Con eso ya tapas los agujeros que sea. No te enfades, mujer. Si no he gastado tanto. ¿A que no sabes como le dicen a esto? Secreto, ¿a que es de risa? Y hoy pones una sartén y lo haces a la plancha que dicen que es como mejor está.»
–Pero, ¡qué haces!
–¿Como que qué hago?
–Sí, hombre. Tu mujer ha visto a la mía. ¿Tres mil euros? ¿Pero tú estás loco? ¿Y le das tres mil euros? ¡Yo no le he dado ni quinientos!
–Tampoco se lo he dado todo. Tenía que darle para la casa.
–¿Pero tú crees que poniendo alambrada, una semana, nos iban a dar tanto? Se lo podías dar poco a poco.
Yo no pensé en eso, y seguí con la resta. Compré ropa nueva, de la que no raspa. Parecía hecha para mí de lo bien que me quedaba. Fueron cien o doscientos menos. Y ropa de deporte, un chándal que necesitaba y para estar en casa también, y más jerséis y un buen abrigo. Y para los hijos, pues también.. Y hasta un reloj nuevo que me gustó y un traje con corbata.
Y se aceleró el sacar y no meter y fue menguando más deprisa, porque volví a ir por el bar a ver los partidos en la pantalla gigante, que menuda diferencia de como se ven, que ya ni me acordaba. Y estuve de cervezas con los amigos que seguían por allí, y los invité a algunas rondas. El día que ganaba nuestro equipo, nos íbamos de copas y estábamos hasta las tantas para celebrarlo.
–Oye, te podías cortar un poco.
–Pero, ¿qué hago?
–Mira, te lo advierto, como en una de estas te vayas de la lengua, te juro que…
–¡Quieres dejar de quejarte! Tú me metiste en esto y ahora no paras de darme por el culo. ¡Joder, Chema… déjame en paz! Hago mi vida ¿vale? ¿No puedo disfrutar un poco? Tengo dinero, qué pasa. Hice un trabajo, en una alambrada, fue eso ¿no? ¿Recuerdas? Me pagaron bien. Ya está, punto.
Hace unos días me acordé de aquella chavala que andaba por el barrio cuando yo era más joven. Estuvimos saliendo un verano. Sabía que estaba liada, enganchada en algo y que andaba por Málaga. Conseguí su teléfono y un fin de semana, sin pensármelo dos veces y sin darle explicaciones a nadie, cogí el coche, el dinero que me quedaba y me fui a verla.
Se alegró de verme. Ella no había cambiado nada, seguía teniendo la misma belleza sensual que yo recordaba. Estuvimos hablando de los viejos tiempos por el barrio, recordando a los amigos de entonces, las locuras que hicimos juntos, lo bien que nos lo pasamos. Le dije que me dedicaba a poner alambradas y ella me contó que tenía un trabajo a turnos de camarera. Por la noche fuimos a cenar a un restaurante y estuvimos de copas en un club que había a las afueras, junto a la carretera. Tenía coca, me invitó a unas rayas, y nos las metimos en el coche. Hacía tiempo ya que no la probaba. Recordé lo bien que me sentaba aquello y nos pusimos como una moto los dos, y así estuvimos todo el fin de semana, de un sitio para otro.
Cuando llegó el lunes no tenía ninguna gana de volver. Me acordé de unos colegas que me habían presentado el sábado. Fui a verlos. Les di mil quinientos, lo que me quedaba del dinero. Eran gente legal y lo que me vendieron era de calidad. Decidí que tenía que despedirme en condiciones de ella, que no me podía ir así como así después de lo bien que lo habíamos pasado, y como sabía que le gustaba, pensé en dejarle algo del material. Volví a su casa, le aparté unos gramos y nos metimos otra poca. Aquello nos puso como locos y estuvimos haciendo el amor por toda la casa durante horas, en plan salvaje.
Pero tenía que volver, y me lo había gastado todo. Llamé a mi socio.
–Chema, colega, tengo que hablar contigo. ¿Que para qué te llamo? Tranquilo tío, que no pasa nada. Verás, no me queda nada. ¿No sabrás de otro sitio para…, bueno, ya sabes, poner alambrada? Pero, ¿qué te pasa, tío? Soy tu socio, ¿recuerdas? No querías a nadie más, tío. Venga, hombre, no te pongas así. ¿Que yo qué…? ¿Que soy un qué…? Y si me meto, ¿qué..? ¡Pero, serás…! Oye, tú también te metías… ¡Jodido hijo de…! ¡Serás…! ¡Como te pille te…!
Me he quedado solo en mitad del camino de regreso, entre Algeciras y Tarifa, en el mirador del Estrecho en donde llevo dos días con el coche sin gasolina. Estoy apurando lo que me queda. Una vaca que pastaba cerca ha venido hasta mí y en sus grandes ojos negros he visto mi futuro. Ya tengo todas las incógnitas despejadas. Mañana, después de que leáis esto, yo ya habré volado a la otra orilla.
Por Ricardo Muñoz Carrión.