Dicen que el amor es como una droga que acaba consumiéndote. Muy al contrario, en mi caso me da por engordar. Así que mi mejor dieta siempre ha sido dejar pasar cualquier oportunidad de enamorarme. Al fin y al cabo, en eso de que la salud es lo primero todos estamos de acuerdo, ¿no es cierto?
Pero ocurre que soy mi peor enemigo y siempre que me descuido me enamoro. Ayer mismo ocurrió, mientras esperaba el autobús. La vi pasar por la acera de enfrente y no pude despegar mis ojos de ella. Así que preferí hacer un poco de ejercicio y seguir sus pasos fuera donde fuese. Al principio, a cierta distancia, pero, mientras más me acercaba, más corrían mis pies hacia ella.
Solo se giró cuando, finalmente, me frenó en seco su espalda. Fue un encuentro fortuito que acabó por hacer que no solo chocaran nuestras espaldas, sino todas nuestras partes del cuerpo, aunque prefiero no relatar esos pormenores justo ahora. Lo que sí puedo contar es que al levantarme esta mañana, la báscula ha indicado la triste realidad: cuatro kilos más. Y es que la de ayer sí que fue una historia de amor por todo lo alto. La chica resultó ser cuanto yo había imaginado. Por eso, en este instante me encuentro una vez más en el dilema de tener que escoger entre verla de nuevo o seguir mi dieta a rajatabla. Maldito problema.
Pero, ¿saben? El mundo siempre ha estado al revés y no voy a ser yo quien lo ponga derecho. Después de meditar los pros y los contras, tras despejar la equis invisible de mi ecuación vital, una vez más prefiero saltarme la dieta y caer en picado sobre el amor. Así que está decidido: la llamaré.
Mañana será otro día igual que hoy, salvo que probablemente habré aumentado de peso. Y, a estas alturas, confieso que no me importa en absoluto. Déjenme llenarme el estómago con amor del bueno, que es el mejor alimento del mundo. ¿No les parece?
Por Sara Coca.