El ruido embotellado de una moneda al caer la despierta desde la mesita de noche: «Ayer me dejé en tu casa el tabaco y las ganas de quedarme».
Frontal, claro… Se estira en la cama y mete el móvil debajo de la almohada en un gesto propio de una jovencita. Una sonrisa le devuelve a la cara las patas de gallo. Coge un cigarro y se acaricia los labios con el filtro. Imagina cómo serán los de él. Se excita. El paquete de cigarrillos y el mechero huelen a su piel. Se excita más. Devora el desayuno.
Desde que Ricardo apareció en la cola de la caja del supermercado en el que trabaja, algo que se asemeja a una ilusión, se le alojó en el estómago. Cerca del esternón. A veces le dificulta la respiración, de vez en cuando le complica concertarse en lo que está haciendo, otras le humedece repentinamente su ropa interior. Tiene cincuenta y tres años y hace siete que tiró el último bote de espuma de afeitar que habitaba en el armario del baño. Juan Manuel se fue y, con él, la casa se convirtió en un estado femenino.
Lo de Ricardo es como el sol, los días que sale lo hace intensamente y llena cada rincón, otros queda escondido detrás de las facturas por pagar, los turnos del trabajo, las portadas de las revistas que lee o la voz cansada de su madre que tanto le preocupa. Pero sí, podemos decir que Inés se ha puesto el traje de faena y, como lo hacen los barcos, briega entre las olas del día en busca de su pesca.
La noche que tanto prometía quedó en nada. La recogió a la salida del trabajo y con la excusa de cambiarse, no sin rodeos, lo invitó a subir a su casa. Quizás sería el momento apropiado para acercar posiciones, piensan ambos. Ella saca la llave, él hace que sienta su presencia y se esfuerza en suspirar cerca de su cuello mientras espera en el distribuidor de la entreplanta.
Perdona el desorden…
Si vieras la mía.
Ven, que te enseño un poco.
Habitación tras habitación la conversación se fue animando.
¿Te importa si me doy una ducha? (y si quieres entras, omite).
No, tranquila, sin problema (ahora voy yo, se dice).
¿Te apetece una cerveza? (para que te vayas relajando).
Si, estupendo (y así me refresco).
Ricardo, sentado en el cómodo sillón, disfrutaba de la cerveza fría con los nervios previos recorriéndole la piel de la espalda. Más pendiente de los sonidos que venían del baño que del disco de Neil Young que acababa de pinchar.
¿Puedo fumar? Preguntó desde el quicio de la puerta del baño desviando la mirada al espejo.
Si. Respondió ella y mientras se giraba desabrochándose el sujetador.
Se cruzaron en el espejo. Diez segundos. El sonido de un teléfono en el salón. Ricardo se volvió a atenderlo. Ella se dio prisa y agua fría.
Me tengo que marchar, lo siento, es del trabajo, ha fallado un compañero…
Mientras desayuna vuelve a cargar las baterías y, antes de sentir que se equivoca, escribe:
«¿Qué haces esta noche? Podríamos ir a tomar algo por el centro y te devuelvo el tabaco.»
Espera el doble check azul como esperaba las notas en la Universidad. Le sudan las manos.
«A las diez en el Moon?»
«Perfecto»
Último round, piensan los dos. A los cincuenta si las cosas marchan, perfecto, si no, para qué perder tiempo. Los cortejos intensos son para adolescentes. Los largos, para jóvenes. Si o no.
Él llega antes de las diez y pide una Coronita, ella se espera dentro del coche unos minutos para no parecer ansiosa y entra en el bar algo retrasada. Él viste de gris, ella de rojo. Él le regala una sonrisa, ella la devuelve. Él la besa muy cerca de la comisura de los labios, ella se ruboriza. Hablan animadamente, del colegio, los coches, la sinceridad, el tiempo, la política, la música, el cine y la soledad. Aproximándose al campo de minas de los deseos. Inés siente el hormigueo en el estómago y va al baño. Cuando sale lo ve charlando con una chica más joven, menos arrugada y vestida por Amancio Ortega. Revalúa la situación y se acerca con la naturalidad como bastión. Por dentro plancha la inquietud de la posibilidad del encuentro y la guarda en el cajón de la rutina.
Es una vecina, dice Ricardo.
Encantada, dice Inés.
Hacen un buen trío, toman cervezas y lo pasan bien.
Se despiden bajo la mirada de la inoportuna compañía, rozándose suavemente las manos. Inés con el convencimiento de que él no ha hecho nada por quitársela de encima, Ricardo masticando la certeza de que, para ella, ha sido un alivio la aparición de un tercero.
Conservarán esta sensación de «quisimos y no fue» justo el tiempo de llegar a casa. Él enciende la televisión y pierde sus pensamientos tras un viejo y glorioso combate de boxeo. Ella echa en la cama un par de mantas más y se acurruca hasta la mañana siguiente.
Tablas, empate a cero, égalite, quizás en la segunda vuelta.
La vida, a veces, es tan fría, que hiela.
Por Gema MO.
Delicatessen!!
Me agarró el frío todo el tiempo. Será el invierno. Muy bello, Gema. Un abrazo.
Te engancha desde el principio, pero se queda muy corto, me ha gustado mucho, genial
Me has dejado helado 🙂
Gracias a todos! Que tengáis un Diciembre tibio (al menos)