Aunque la noticia saltó a los medios la tarde del pasado sábado, lo cierto es que el cuerpo sin vida de Niklas Kjelgaard se encontró tres días antes. El cadáver del que fuera uno de los más afamados músicos de rock de la última década aparecía en la bañera de su casa, donde era descubierto por su hermana, después de que estuviera sin contestar a sus llamadas ni fuese capaz de encontrar a nadie que supiese de su paradero en varios días. Tenía cuarenta y tres años.
Kjelgaard (Trondheim, 1972) se crió en una familia acomodada. Hijo de un catedrático de la Norges Teknisk-Naturvitenskapelige Universitet (NTNU) y de la soprano Frøya Dahl, con apenas seis años ya daba sobradas muestras de su apetencia por la música, y a los catorce formó Bergen, su primera banda, junto a un grupo de compañeros de clase. Aquello no llegó a ser más que un hobby que le sirvió para aprender y evolucionar en su modo de tocar la guitarra y el piano. A los diecisiete, tras una brusca pelea, abandonó el grupo y formó la banda con la que, con el tiempo, le llegaría la fama: Procrastinating Muses.
Los comienzos de la formación fueron duros, y Kjelgaard y los suyos no terminaban de encontrar el reconocimiento del público, aunque alguna revista especializada, como Musik och Andra, ya apostaba por ellos. Sin embargo, durante los ocho primeros años de vida de la banda, en los que publicaron tres discos en noruego (Formørkelse, Kjøttetende kakerlakker y Når lysene går ut) sus temas no llegaban a entrar en el top ten de ventas ni siquiera en su propio país. Fue entonces cuando decidieron dar un giro a su estilo visual y cambiar el idioma de sus temas al inglés. Y el éxito llegó definitivamente para quedarse. Desde ese momento, las apariciones y conciertos del grupo eran celebrados como verdaderos acontecimientos. Su nuevo look era extraño, casi contradictorio. A pesar de sus intensas guitarras, limítrofes con el hard metal, aparecían con indumentaria de la época victoriana, incluyendo pelucas, maquillaje e incluso mobiliario, atrezo y figurantes sobre el escenario. Ver uno de sus conciertos era acudir a un espectáculo inolvidable.
Lo cierto es que, tal como reconocería el propio Kjelgaard años después, la cosa había empezado como una broma privada entre los integrantes de la banda. Pero después, visto el buen recibimiento, decidieron continuar y hacer de ello su seña de identidad.
El disco que los catapultó a la fama fue Scratching glasses (1997), con el que llegaron a lo más alto de las listas no solo en su Noruega natal, sino también en Suecia, Polonia, Estonia, Dinamarca y un país tan lejano como Australia. Tras él vendrían The blood of three drunk unicorns to celebrate the birth of three real witches (1999), To go to heaven you must make a scale at purgatory (2001), Pet cemetery (2003) y A piece of poisoned cake as Christmas present (2007), que incluía el tema Anje, dedicado a la cantante noruega Anje Jorgensen, que por aquel entonces era su pareja y que fue número uno en absolutamente todos los países de Europa, además de en Estados Unidos, Canadá, México, Argentina, Brasil, Chile, Japón, China, Nueva Zelanda y Australia.
La prensa especializada estuvo años rendida a la banda. “Los más grandes”; “La mejor banda de la historia”; “Nunca ningún músico ha escrito como escribe Kjelgaard”; “Los Procrastinating Muses no hacen ‘solo’ rock; ni siquiera ‘solo’ música. Lo que estos chicos hacen es Arte. Es Magia. Lo es Todo”, son frases que han quedado grabadas en la historia de la música.
Aunque, del mismo modo que Niklas Kjelgaard sobresalía en el aspecto profesional, en su vida personal el músico era un auténtico desastre. Durante su ‘época noruega’ su vida era tranquila, mientras mantenía una relación con la que era su novia desde el instituto, Stina Voll, una recepcionista de hotel. En 1997, el año en que Procrastinating Muses lograba el éxito, Niklas y Stina eran padres de una niña a la que llamarían Ebba. Ese mismo año, solo un par de meses después, Kjelgaard las abandonaba a las dos y se iba con la cantante Szilvia Toth, a la que acababa de conocer en el Wacken Open Air.
Aquella historia duraría poco y terminaría con una brutal pelea que acabó con ambos en el hospital. Desde entonces, los problemas de Kjelgaard con el alcohol y las drogas, y sus continuas y breves relaciones ocupaban casi tanto espacio en la prensa como su música, que, afortunadamente, no se vio afectada por su desordenada vida. Raro era el mes que las revistas no publicaban fotos de la nueva conquista del cantante. Por ello quizás, muchos se sorprendieron cuando Niklas comenzó, en 2008, una relación con Anje Jorgensen, una cantante de pop suave que estaba radicalmente alejada de la imagen de la vida desordenada que parecía tener Kjelgaard. Él tenía 36 años, ella acababa de cumplir 19. Contra todo pronóstico, la relación duró y, fruto de ella nació Tove, la segunda hija del músico. La pareja se separaría en enero de 2012, poco antes de que Niklas se fuera sin que nadie supiese a dónde.
Y es que en los últimos tres años Niklas Kjelgaard estuvo totalmente desaparecido del panorama musical. Algunas noticias hablaban de un arduo proceso de desintoxicación, mientras otras contradecían a estas arguyendo que, en realidad, se encontraba en un desesperado proceso de composición con la loca idea de editar un disco óctuple que incluyera más de ciento cincuenta canciones. Pero, a pesar de que nadie sabía en realidad dónde estaba ni qué hacía, su nombre permanecía en el candelero de forma secundaria. Inesperadamente, cuatro de sus ex-parejas (las ya mencionadas Anje Jorgensen y la húngara Szilvia Toth, ambas músicos; la tenista ucraniana Karolina Polankova; y la periodista alemana Silke Erindt) se reunían para formar una banda de pop-rock, las ExNiks, que ha tenido un éxito relativo con temas como Fuck you really hard o Wanna smash your ridiculous face, que no dejaban en buen lugar, precisamente, a Kjelgaard.
No obstante, en los últimos días, tras conocerse la noticia del fallecimiento del músico, todas ellas dejaron declaraciones sobre la terrible pérdida. “Me ha dejado destrozada” decía Polankova, “era un tipo estupendo y un artista excepcional”. Jorgensen se mostraba abatida: “Lloré durante dos días. Ha sido el gran amor de mi vida”. “Siempre nos apoyó con nuestro proyecto, y entendió que no era más que una broma. De hecho, él mismo nos ayudó con las letras, creía que estábamos siendo demasiado suaves. Tenía mucho sentido del humor”, declaró Erindt.
Mañana se celebrará una ceremonia en Trondheim en homenaje a Kjelgaard, a la que acudirán personalidades del mundo de la música de toda Europa, e incluso The ExNiks ha anunciado que tocará una versión de uno de sus temas. Quien no estará será Ebba Kjelgaard, su hija mayor, actriz incipiente que se encuentra inmersa en un rodaje en Alemania, y que ha declarado “No quiero saber nada de ese mierda. Mi padre murió el día que me dejó hace casi dieciocho años”.
Por Juan Antonio Hidalgo.