Un día, alguien me dijo que tengo nombre de película. Me llamo Olivia, Olivia Page (de nombre, los apellidos no son relevantes), tengo 65 años y esta es mi historia.
MADRID
Acabo de cumplir 7 años, mi padre y mi madre dejan de ser un matrimonio bien avenido. En la televisión Naranjito lo inunda todo. Dice mi padre que el país ha cambiado tanto que no lo reconoce, yo tampoco lo reconozco a él. En casa su olor se va desvaneciendo. Ya no hay fútbol en la radio. Tampoco zapatillas en la entrada. Mi madre no plancha sus camisas los domingos por la tarde. Dejamos de comprar espuma de afeitar. Nadie pincha los vinilos de Led Zeppelin. Se ha ido. El silencio se aloja en mi cabeza y paso los siguientes meses absorta y ojiplática como si un tren viniera hacia mí a alta velocidad. Esta expresión la llevo conmigo hasta la adolescencia donde la transformo con la cirugía facial del hachís.
LONDRES
Hago 17. Mi madre, en un derroche de modernidad sin precedentes y contagiada por la juventud de su último amigo, me manda a Londres a un campamento de idiomas (obsesionada por las lenguas, con esta edad ya me defiendo en varias). Paseo por el Soho, me impresionan las calles de este barrio, tierra de cultivo y pastoreo, que se revoluciona sin descanso día y noche. Tengo mi primera experiencia sexual. Él, un chico hindú que conozco en las clases de inglés; yo, una enjuta y tímida adolescente. No siento nada pero me doy cuenta de que no me importa. Desmitificadas las ideas fijas sobre hombres y con mi primer cigarrillo en la boca, paseo por Denmark Street, me paro en el mítico número 6 donde vivieron los Sex Pistols y bajo por Wardour. Disparo un carrete entero de fotos a la puerta del Marquee Club donde los Rolling dieron su primer concierto. Vuelvo vivida y desde entonces mi corazón late al ritmo de Londres.
BERLÍN
Mi motivo de estudiar es Berlín. Sin mucho esfuerzo y con el dinero que puntualmente me envía mi padre, hago de nuevo las maletas. Tengo 21 años, he dejado la Complutense. Me pesan el gris del cielo y el verde del Retiro. Me sobra mi madre y casi yo. La ciudad se desnuda para mí. Hago del Bar-25 mi hogar. Mi piel se tornasola como el Spree al atardecer. Alquilo un pequeño apartamento en Pankow. Me matriculo en la Universidad libre de Berlín y reanudo mi carrera de Psicología. Empiezo a trabajar en un supermarket y el sonido de los códigos de barras al cobrar se transforma en música electrónica. Termino el último curso y conozco a Thilo, oh, mi Thilo. Abrimos puertas cerradas, gritamos por las calles de la ciudad, subimos a los edificios más altos, nos tumbamos en el suelo de Postdamer Plazt, consumimos cine clásico, drogas y palomitas, hacemos el amor, nos dejamos, nos encontramos. Thilo es libre. Quiero ser como él. En su huida hacia adelante me pasa por la derecha y lo veo alejarse. Se hace pequeño, yo no puedo seguirlo. En el único regalo que me hizo (un globo terráqueo que su padre le compró con 6 años) dibujo con mis dedos las fronteras de Alemania. Me guío por el color y decido.
MARRAKECH (tierra de Dios)
Llego a la ciudad un caluroso y lluvioso 25 de Agosto. El cielo plomizo descarga agua y fuego a partes iguales. A través de un compañero de trabajo berlinés, un chico judío por la gracia de sus padres, me instalo en el barrio de Mellah. La medina se graba para siempre en mi hipocampo. Paso las primeras tardes sentada en un café observando el espectáculo de color, olor y sonido que supone aquella plaza. Empiezo a moverme entre los corros de gente y me invade una profunda calma. Reconozco las miradas, seguro que he estado aquí antes. Por primera vez decido detener mi camino. Plantar mi vida en esta urbe imperial rodeada de desiertos. Tengo 30 años cuando piso esta tierra por primera vez y 50 cuando la dejo. Lo hago por mi madre. Colecciono semillas de palmeras. Abro una pequeña consulta en el barrio de los suks. Me hago con mi grupo de adeptos, hacemos terapias grupales y soñamos con volar. Crezco. El día que recibo la llamada miro a mi alrededor y veo como mi hijo de 9 años, Fadêl, corre tras una pelota. Su padre espera que se la devuelva y mi madre ha muerto. La vida me ha atravesado como un fantasma a una pared.
MADRID (II)
No llego al entierro. Es enero; aunque nieva, aún tengo en mi interior el calor de la arena. Tarda en irse al menos un mes. Nos instalamos en la casa de mi infancia. Me refriego contra las alfombras y me duermo apoyada en las paredes. Mientras ponemos la vida en orden, decido reunir cada pedazo de mí (tardo 15 años), de lo que soy y quisiera ser. Retomo mi actividad profesional y sigo caminando dentro de la rueda. La casa trae abandono, como una enfermedad crónica, y Amîn vuelve a Marrakech. El día que Fadêl se marcha acaba de cumplir 19. Planto todas las semillas que guardo en el cajón de mi mesita de noche. En el buzón la carta del hospital deja un diagnóstico claro y yo… yo quiero morir en las Vegas.
Por Gema M. O.
Toda una vida. Me ha gustado. Enhorabuena.
Gracias!!!!
Mola!! Escueta y maravillosa descripción de una vida, me gusta la descripción breve que haces de cada una de las ciudades y lo que le aporta. Todo muy detallado.