Sin darse cuenta, le estalló dentro de su cabeza un universo de bolas de cristal con agujas verdes y afiladas. Quiso remediarlo, pero sabía que era tarde para ello. Su medicación le había hecho efecto durante casi un año y medio sin ningún sobresalto destacable. Los brotes sicóticos se habían espaciado, una bendición para su familia, aunque una maldición para ella, cuando sin avisar llegaban.
Su vida era aparentemente normal. Una joven guapa, simpática, prometedora. Las notas que estaba sacando en cuarto de ingeniería de telecomunicaciones eran más que aceptables. Sin embargo, a ella siempre le parecía insuficiente. Su mente perfeccionista le conducía muchas, demasiadas veces, a la insatisfacción del que siempre quiere más. Y eso que en el anterior trimestre sacó las mejores notas en dos de las asignaturas más difíciles de la carrera.
Aquella tarde Cristina salía con sus amigas y con Pablo. Lo de siempre: entre bromas… más bromas. Nada presagiaba lo que iba a pasar en unos minutos. Tres cervezas, un tequila y una ginebra con piña a medio tomar, y… de pronto se puso un poco impertinente, la voz se le entrecortaba y su mirada comenzó a mostrar enigmas. Los presentes lo achacaron en un primer momento al alcohol, el calor y la poca comida consumida. De las siete personas que formaban el grupo, sólo dos amigas estaban al tanto de la realidad oculta de Cristina. Aunque ninguna de las dos habían visto a su amiga en plena crisis. Belén, era una de sus mejores amigas, le acompañaba a casi todos los sitios, compartiendo confidencias y temores, aspiraciones y logros. Empezó a alarmarse cuando, sin previo aviso, Cristina cogió un cubito de hielo de la copa y se lo puso en la palma de la mano. Miraba al hielo como si tuviera vida, en realidad estaba convencida de que lo tenía. Hacía ya demasiados días que dejó de tomar el antisicótico. Y como es habitual en estos casos no se lo había dicho a nadie. Empezó a acariciarlo, con su mano derecha, en un movimiento que recordaba al de un dedo de mujer en plena masturbación. El hielo comenzó a derretirse en la palma de su mano, y le dio por gritar de manera desconsolada. Al principio de manera suave, casi cómica. Más tarde comenzó a desfigurarse; su bonita boca dibujó una inquietante mueca que recordaba la de alguien de otro mundo. Un mundo de sombras, miedos, aristas y perfiles cortantes.
La música sonaba, impertinente, y las camareras danzaban, ajetreadas, de un lado para otro. El grupo empezó a inquietarse abiertamente cuando Cristina lanzó un alarido en el momento en que el cubito de hielo resbaló de manera inevitable, estrellándose contra el sucio suelo. Cogió uno de los vasos a medio beber y lo lanzó con masculina fuerza por encima de las cabezas de sus amigos, rozando a Pablo. El vaso se estrelló sobre un espejo colocado justo detrás de las bebidas. El estruendo que generó enmudeció la sala, aunque la música seguía sonando de forma impertinente, como antes. En ese momento los acontecimientos se precipitaron. Se levantó y comenzó a insultar a todo el mundo. Su metro sesenta y poco parecía unos 2,15 de altura, y su voz dulce y aterciopelada se volvió bronca y agreste. Ante este tipo de comportamientos lo normal es que nadie sepa bien qué hacer, y eso fue lo que hicieron: nada. Unos minutos más tarde Cristina cayó a plomo en el suelo.
La suerte le acompañó y no se hizo daño con el golpe. Alguien propuso que se llamara a una ambulancia, y alguien cogió su móvil, marcando el socorrido 112. Al cuarto de hora llegaron los sanitarios. En ese momento la gente de la sala ya empezaba a olvidarse del accidente. La música y la conversación fueron cobrando protagonismo y Cristina fue llevada al hospital más cercano donde le practicaron las pruebas protocolarias de rigor. A las pocas horas le dieron el alta, no sin antes recibir un rapapolvo por no haber seguido las instrucciones con respecto a la medicación que no debió dejar de tomar. Este hecho y la imprudencia del cóctel alcohol-cansancio hicieron el resto.
Los meses dejaron en un olvido respetable el acontecimiento para Cristina y la mayor parte de sus amigos. Menos Belén.
Belén, hacía tiempo que se encontraba fuera de su costumbre. Estaba inquieta y era fácilmente enojable. El acontecimiento que vivió con Cristina le incomodó desde entonces.
Sin embargo, esa inquietud adquirió un cariz especial el día en que a ella le estalló un universo de bolas de cristal con agujas verdes y afiladas dentro de su cabeza, como a Cristina.
Por Paco Carrascal.