Faltan treinta minutos para que se abran las puertas del colegio y los tres elegidos para estar sentados tras la urna, controlando quién vota, ya están dentro, esperando a que llegue la hora y la policía dé el permiso para que se inicie la jornada electoral. En la puerta ya esperan varios vecinos, que se quieren quitar de encima ese trámite para volver a sus vidas lo antes posible. Es un pueblo pequeño, en el que solo un colegio, solo una urna, se usa para las votaciones. En ella deben votar las trescientas cuarenta y una personas censadas y, como es común en este tipo de localidades, se conocen todos entre sí.
Marcos, Lourdes y Fernando no son una excepción. Aunque les separan bastantes años, fueron todos al mismo colegio, tuvieron a la misma profesora y seguramente se cruzaron en el recreo antes siquiera de ser conscientes de la existencia de los otros. Y ahora, mientras esperan, recuerdan viejas anécdotas, viejas historias de compañeros vividas en el patio de ese edificio en el que van a pasar todo el día.
La jornada se presenta aburrida, como todas las jornadas electorales de este pueblo, en el que los que deciden ir a votar lo hacen en las cuatro primeras horas de la jornada, y a la una del mediodía ya está todo el mundo en su casa, preparando el almuerzo, y nadie más acude a partir de entonces. Pero como la ley obliga a que el cierre sea a las ocho, y como no todos deciden votar, las siete horas restantes se suelen hacer eternas mientras se espera a que acudan los que no van a acudir.
Y las horas pasan lentamente. La segunda mitad de la tarde la pasan en silencio. Ya ni siquiera tienen temas de conversación y los tres se aburren solemnemente. Hasta que llega la hora del cierre y, para acabar pronto, deciden hacer el recuento. Un par de sobres vacíos, un resultado que no ofrece sorpresas significativas sobre lo que las encuestas vaticinaban, y una carta manuscrita. Los tres se miran, ¿deberían leerla? Sí… ¡qué demonios!
Queridísimo maridito:
Supongo que habrás captado el tono irónico. Aunque ahora que lo pienso, mejor te lo explico. Significa que quiero decir lo contrario de lo que estoy diciendo. Y es que como eres un poco inepto (inepto significa tonto del culo) a lo mejor no lo has captado a la primera.
Se miran unos a otros y se sonríen previendo lo que va a venir. Es lo que tiene vivir en un pueblo pequeño, donde los cotilleos son tan habituales.
Esta simple nota es para decirte que ya me he cansado de esperar, de aguantarte. Ya no te soporto más. En realidad nunca te he soportado del todo. Empecé contigo por lástima, por compasión. La cosa se fue enredando y hemos llegado hasta aquí, después de todos estos años.
Pero ya estoy cansada. Asqueada, más bien. No aguanto tus tonterías, tu cara de bobo redomado, tu imbecilidad supina. Me da asco cuando tus manos tocan mi piel. Es verdad que por lo menos me lo pasaba bien. Lo que me he reído contigo las veces que no captabas los dobles sentidos, las bromas, los engaños que te soltaba, mientras tú hacías ver que sí te habías enterado. Estoy segura de que no vas a pillar mi última broma ni aunque te la explique. Me encantaría ver tu cara cuando te des cuenta…
En ese momento, las risas ya no se pueden controlar. Lourdes incluso deja caer lágrimas. Le encantaría saber quién ha escrito aquella carta y, sobre todo, a quién va dirigida.
Lo dicho. Me he hartado. Ya no me vas a volver a ver el pelo. Reconócelo, no tienes ni idea de por dónde empezar a buscarme, ¿a que no?
Tu querida exmujercita
Los tres se miran con sorpresa. Por lo menos han acabado el día con unas risas.
Aunque los otros le han propuesto irse al bar de Luis a tomarse unas cervezas, Marcos ha preferido rechazar la oferta. Ha creído ver miraditas entre sus compañeros de mesa, algún roce furtivo de sus manos, y no quiere molestar. Además, tiene ganas de ver a su mujer. Desde que a primera hora fue a votar no sabe nada de ella.
Pero al llegar a casa, Marcos se encuentra con las luces apagadas. Es pronto para que se haya acostado, pero resulta que ella no está allí. Enciende la televisión para ver los resúmenes de los partidos de la jornada y va a la cocina a prepararse algo para comer. Allí encuentra un sobre con su nombre escrito con la letra de su mujer. En su interior encuentra una papeleta de votación sobre la que su mujer ha escrito, con rotulador rojo, un “Todos los políticos sois unos ladrones” que le arranca una carcajada. Se ríe cada vez más. Es increíble las ocurrencias que tiene su mujer…
Se sienta en el sofá y se pone a ver el fútbol mientras espera a su mujer. Seguro que ha ido a casa de su madre y regresa enseguida.
Por Juan Antonio Hidalgo.
Jajajaja! Pobre hombre! Sencillo, entretenido, distinto también… Me gusta el relato. En cierto modo es como el propio pueblo en el que transcurre la historia.
Un abrazo.