Rotura y reconstrucción
11/12/17. Diario de Jerez. Enlace al artículo.
Patricia Andrada aborda el dolor de la ausencia en ‘Mensaje al resto de los hombres’, un poemario editado por Maclein y Parker con prólogo de Ben Clark.
“Mi padre es una silueta de tiza en una acera. / Por favor / no te vayas antes del desayuno / que se me caen las estrellas una a una / de un noveno”. Patricia Andrada (Sevilla, 1976) arranca su primer libro de poemas con una imagen rotunda -ese contorno de un cadáver que se encuentra el lector en los versos iniciales- pero ya en ese comienzo la autora anticipa que en su obra el dolor se afrontará desde un sugerente lirismo. Para Ben Clark, que firma el prólogo, Mensaje al resto de los hombres, editado por Maclein y Parker, es “un poemario de alto voltaje con chispas impredecibles que provocan, de cuando en cuando, incendios inesperados en la retina de quien lee”.
Fue en un taller impartido por Clark en Ibiza, la ciudad en la que Andrada ha vivido 12 años, donde la escritora venció el reparo de compartir una literatura “tan personal” como la suya. “Hasta entonces, nunca había pasado la frontera de darle mis textos a alguien más que a mi madre y a un par de amigos. Tenía una idea férrea de que al estar contando algo de mí, eso no merecía ser mostrado; poseía una autocrítica brutal, como le ocurre a tanta otra gente”, reconoce la sevillana. “Y en ese taller aprendí algo que recomendaba Ben: que un poeta tiene que distanciarse de su obra”, recuerda.
Andrada concibe la poesía como “una mesa de quirófano / sobre la que se extiende / lo que no curó el tiempo / ni los nuevos amores”, como un ejercicio de honestidad donde nada es simulado: llega a titular uno de los fragmentos Te prometo que nunca he fingido un poema. Pero esa disección descarnada a la que se enfrenta la autora huye de lo evidente, y hay momentos en los que, como resalta Clark, el lector no sabe si asiste a un poema de amor o a una pesadilla. Andrada habla de pérdidas: del padre, de “ese hijo / al que tanto nombramos”, del amor que se convierte en distancia y de los hombres “que salen de mi cama / para ir a correr / para esconderse”, pero ese catálogo de ausencias y añoranzas no cae nunca, tal vez por la fuerza de las imágenes, en el exhibicionismo. “No fue mi intención añadir misterio, aunque es verdad que hay poemas en los que se pueden extraer lecturas distintas. Hay fragmentos en los que parece que hablo de mi padre y no era ése el punto de partida, yo misma me he sorprendido más tarde. Si hay sutileza en la obra, supongo que surgió de una forma natural, por la forma en la que escribo, muy visceral, muy orgánica. Cuando uno se expone, tiene el miedo a ser demasiado explícito, pero no trabajé de una forma consciente en evitarlo: sólo intenté no caer en lugares comunes”.
Crónica de una deriva íntima -“yo / dentro de mí misma, / no hago pie”, confiesa la poeta-, la de quien convive con su soledad como otra forma de compañía, Mensaje al resto de los hombres es también la historia de una sanación, la de quien cura las heridas gracias al bálsamo de la palabra. En el poema Mi boda, Andrada celebra: “Y me he dicho sí quiero, olvida ya a la otra. / Sí, quiero estar conmigo / y escribir / hasta que la muerte nos separe”. La autora explica en persona: “Describo el reencuentro con esa parte de mí que ha logrado casarse con la creatividad, que ha conseguido hacer del dolor algo bello”.
Así, en el tramo final, Andrada se inspira en la técnica del kintsugi, “con la que los japoneses unen con masa de oro las piezas de algo que se ha roto. Me interesaba esa filosofía de que lo frágil puede hacerse fuerte y resultar más hermoso. Algo que podemos aplicar a nosotros: la vida nos ha roto, pero podemos recomponernos. El libro concluye con la aceptación de lo que ha sucedido; gracias al arte puede ser bonito”.
En Mensaje al resto de los hombres, Andrada se encarga también de las ilustraciones que acompañan los textos. “En un principio tenía la ilustración de la portada, que hice para un poema que finalmente no incluí en el libro, y quería seguir dibujando. Buscaba que las ilustraciones narraran desde su propio lenguaje, y que no fueran densas: los poemas ya tienen mucho peso. Pensé inicialmente en acuarelas, pero escogí la tinta porque era más minimalista, más elegante”.
Braulio Ortiz.