Una sílaba más
Abril 2019. Mercurio. Enlace al artículo.
Por Luis Alberto de Cuenca.
Svarabhakti
Antonio Rivero Taravillo
Maclein y Parker
64 páginas | 12 euros
Antonio Rivero Taravillo nació en Melilla en 1963, pero ha vivido en Sevilla la mayor parte de su vida, aunque es un viajero incansable. Ha vertido a un impecable castellano los versos de los principales poetas de la literatura anglosajona: Shakespeare (Poesía completa, Fundación BLU y Almuzara, 2009), Marlowe, Donne, Milton, Keats, Poe, Yeats, Pound. Como novelista, ha publicado dos novelas en Espuela de Plata, Los huesos olvidados (2014) y Los fantasmas de Yeats (2017), y otra, interesantísima y muy reciente, en La Esfera de los Libros: El ausente. La novela de José Antonio Primo de Rivera (2018). Entre sus libros de viajes me gusta recordar aquí su precioso Viaje sentimental por Inglaterra (Almuzara, 2007), que tuve ocasión de reseñar muy elogiosamente cuando vio la luz. Como biógrafo ha obtenido los premios Comillas y Antonio Domínguez Ortiz, por sus excelentes biografías de Luis Cernuda y de Juan Eduardo Cirlot. Desde 2014 es director de la revista Estación Poesía auspiciada por el CICUS hispalense.
Rivero Taravillo es un enamorado de las brumas del arturismo, un universo en el que se encuentra como pez en el agua, pues siempre se ha adentrado con decisión en el bosque de los mitos indoeuropeos, a los que pertenece la inmortal Materia de Bretaña. También es —y acaso sea su principal tarea creativa— poeta, dándose a conocer como tal en 1989 con una plaquette titulada Bajo otra luz. Este libro, rotulado con la palabra sánscrita Svarabhakti, es el poemario que sigue al publicado en 2016 bajo el nombre de El bosque sin regreso (La Isla de Siltolá). Svarabhakti significa “una sílaba más”, a saber, la vocal de apoyo entre dos consonantes que aparece en términos como Ing-a-laterra o Eng-a-land (por poner un ejemplo en castellano y otro en inglés), y aquí es obvio que tiene un sentido simbólico y translaticio. Son poemas muy próximos al mundo de los mitos, y se desarrollan en un terreno expresivo que da protagonismo al lenguaje y a la literatura por encima de cualquier otra consideración, lo que no significa que carezcan de contagio emotivo y de sentimientos a flor de piel. Lo he pasado muy bien leyendo este pequeño gran libro de 60 páginas, pulcra y sencillamente editado por Maclein y Parker dentro de su colección de poesía Mirto.
Los poemas con los que mejor lo he pasado, si tengo que elegir entre los 37 de los que consta el libro, serían: “Recuerdo presente”, un poema en prosa evocador de una escena infantil protagonizada por el poeta niño en casa de sus tías abuelas; “Velá”, con esos dos últimos versos tan impactantes: “quien va en el asiento vacío, / ese soy yo”; “Excálibur”, en el que se sirve de la espada extraída de la roca por el futuro rey Arturo para referirse a otra hendidura muy distinta y a otra espada bien diferente (“uno es rey cuando la clava / entre tus muslos, / y entonces no eres roca sino carne / que hace que una hoja se convierta / por ti en Excálibur”); “La tregua”, que plantea una lectura interrumpida de la Ilíada (“mi mano se ha posado en el volumen / y el dedo en el doblado marcapáginas… / Y vuelven a morir los campeones, / se mellan las espadas y las lanzas, / ahora terminada / la tregua”), preludio del acto imaginativo que acompaña a toda lectura, en la que vive lo narrado con la misma intensidad con que pudiese hacerlo en el plano de la realidad, dejando constancia de las mil y una magias de la literatura; “Álgebra”, composición en la que se despeja la incógnita de una remota ecuación escolar en un verso final tan desolado como rotundo: “en el espejo trazo un vasto cero”; o, por último, “Nota de lectura”, en el que se nos habla de “la intrincada sintaxis revelada al besarse”, y se remata el poema con un alejandrino muy hermoso: “Tu cuerpo es el atril en que leo tu alma”.