La literatura no tiene cura
10/07/19. Mi taller de los jueves. Enlace al artículo.
Charlar con Manuel Valderrama Donaire es un poco, salvando las distancias, como leer su libro “La literatura no tiene cura”. Conoce historias y anécdotas de escritores y escritoras para aburrir pero precisamente aburrir es lo que no hace nunca y en un ensayo, como es el caso, esto se agradece porque aprendemos más cuando quien nos enseña nos lo hace divertido. Y divertido es un rato.
Solo con echarle un vistazo al índice tomas conciencia de que sí, la literatura es cosa de locos y locas que sublimaron sus pulsiones a golpe de pluma o lápiz. La locura forma parte de la literatura universal pero ¿qué sucede cuando esa locura trasciende las páginas de las obras y a sus personajes, y toca de lleno al autor o autora? En esta clase magistral que es el libro encontrareis un sinfín de ejemplos tanto conocidos como desconocidos, a cual más curioso, extravagante y, por ese estilo irónico e inconfundible que tiene el autor, un verdadero deleite. Porque no se trata solo de traer al presente por un instante escribientes de otros siglos cuyas dolencias podrían parecernos superadas, Manuel enlaza una y otra vez aquellas locuras de antaño con las que hoy nos aquejan e intoxican, por eso, aunque de manera inteligentemente dosificada, aparecen por sus páginas Instagram, Coelho o las Cincuenta sombras de Grey… Por citar alguna de nuestras parafilias contemporáneas.
Dice Manuel que “cualquier experto que se precie les dirá que la muerte y el amor son los grandes temas literarios” (no querría yo ser menos) así que en el libro merecen un capítulo para ellos solos. Pero también hay capítulos dedicados a un rosario de, cómo decirlo, ¿desajustes? como son el narcisismo (o cómo Truman Capote llegó a entrevistarse a sí mismo), el erotismo (o cómo al autor de “Alicia en el país de las maravillas” hoy le prohibirían la entrada a los parques de bolas y a las piscinas municipales), los complejos mesiánicos (con Teresa de Jesús y Juan de la Cruz en el equipo titular), los desórdenes de personalidad múltiples (en el que caben tanto “El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hayd” como Jack el destripador o la pertinaz tradición literaria del plagio. Leedlo y ponéis en pie qué relación tienen unos con otros), las parejas de escritores que compartieron o se contagiaron de esa patología que es escribir en familia (con mención especial a la pareja formada por María de la O Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra y la de Scott Fitzgerald y Zelda Sayre), la misantropía, las posesiones demoníacas y uno de los síndromes, síndromes hay aquí la intemerata, más mordaces que puedes encontrar en este nutrido catálogo; el síndrome Disney. Que no os os voy a desvelar porque sé que solo el nombre ya genera curiosidad y deberíamos tener muy en cuenta con todo lo que sucede a nuestro alrededor.
Valderrrama aclara que no todo el que escribe es oligofrénico, faltaría más, y en sus propias palabras: los hay muy centraditos, pero, eso sí, no aparecen en este libro.
Podréis abrirlo y leerlo por cualquier capítulo, el que sea, y dar saltos de uno a otro como una pulga que el resultado será, como en todo buen ensayo, que al terminar su lectura seremos un poquito más sabios y sabias.
En mis talleres ahora comparto, gracias a los conocimientos adquiridos, sucesos hilarantes que suelen gustar mucho, como que Mark Twain “escribió” siete años después de su muerte una novela que dictó a una espiritista a través de una güija. La cosa acabó con un juicio por los derechos de autor y el consejo de los críticos de la época al finado para que, en lo sucesivo, se abstuviera de escribir desde el más allá. O, por volver a la Lejárraga y a Disney (curiosa combinación donde las haya), que el segundo se quedó con un texto que le había enviado la primera para terminar apropiándoselo el muy… ¿Que qué hizo el señor Walt con esa historia?, igual os suena de algo el título “La dama y el vagabundo”. Y es que lo que le ocurrió a María toda su vida es para denunciar y puede que en el futuro ella misma disfrute de un síndrome con su nombre por méritos propios y, claro está, deméritos ajenos.
Hay temas, los más duros, que solo con humor se sobrellevan y al acabar de leer este libro, con ese retrogusto ácido y lúdico aún en el paladar, puedes llegar a pensar y piensas: No estoy yo tan mal como esta pandilla. ¿Y qué haces? Pues te pones a escribir que para eso, y este libro lo confirma, no hay cura ni la buscamos. Que de algo habrá que morir.
Rigor, diversión y buena escritura. ¿Alguien da más?