La lentitud del liberto – Maribel Andrés Llamero
18/09/18. La república cultural. Enlace al artículo.
Por Alberto García-Teresa
Con tono narrativo, pero empleando el relato bíblico o el registro épico, Maribel Andrés Llamero (Salamanca, 1984) da cuenta del proceso de aniquilación por el consumo y el capitalismo del mundo, de las gentes y otros seres vivos que lo habitan. Ese registro le permite adquirir distancia, poder detenerse en lo descriptivo sin caer en la obviedad ni en lo reiterativo. En ese sentido, es constante el uso de la ironía en estas páginas, incluso del tono paródico. Esto le permite explicar el mundo y sus mecanismos con virulencia.
En este volumen, que supone su primer poemario editado, la autora incide en la colonización que supone el capitalismo de consumo, la homogeneización cultural (concretamente, se detiene en la ausencia de diversidad y en la proliferación de réplicas y de sucedáneos) y en el conformismo complaciente resultante de todo ese proceso. Se centra la poeta en los mecanismos de sometimiento y de anulación. Al respecto, remarca también cómo hemos asumido esa nueva escala de valores y todas las aspiraciones fabricadas por el capitalismo. Habla del shock, de la docilidad, y vehemente rechaza la imposición de los ritmos que el consumismo ha instaurado. Se muestra su firme en su crítica a la apariencia y a la superficialidad. En ese sentido, subraya la denuncia de los cánones de belleza, la obsesión por el cuerpo joven y esbelto y todo el negocio que se ha levantado alrededor de la insatisfacción con él impulsada por la industria consumista.
A nivel compositivo, Maribel Andrés Llamero alterna poemas de 30 ó 40 versos con otras piezas muy breves, de apenas unos versos, donde despliega la síntesis y la condensación conceptual. En todos ellos, hay que resaltar que la autora construye una atmósfera de decadencia muy lograda.
La lentitud del liberto nos presenta una escritura llena de rabia y de necesaria incomprensión ante la sumisión. Se trata de un poemario que nos hace mirar el mundo para desbaratar el simulacro de felicidad en la vida cotidiana en el que pretenden hacernos creer que vivimos.