Yo es nosotros y viceversa
JUAN CARLOS SIERRA | Hacer una reseña de Gente que busca su bandera, el último poemario de Braulio Ortiz Poole, se antoja inútil y/o imposible, porque probablemente cualquier cosa que se pueda escribir sobre este libro ya la ha dicho Alejandro Simón Partal en el Prólogo –inmenso, agudo, preciso, cariñoso,…- que lo preside. No obstante, nobleza obliga; de modo que, para intentar justificarme y pergeñar una especie de reseña que cuenta desde su inicio con el estigma de lo absolutamente prescindible, haré como que no he leído esa introducción de Simón Partal o simularé que, aun convencido de su tino en el análisis, no me fío en esto de la literatura del criterio de los amigos –aunque sean los que tienen licencia para decirte las verdades más hirientes-.
Comenzaré por algo que creo que es marca de la casa poética de Braulio Ortiz Poole. Me refiero a la conciencia de proyecto, de conjunto coherente, orgánico, bien pensado, bien estructurado y bien ejecutado. Desde el primer poema esta premisa está clara, no hay dobleces ni trucos fulleros para atrapar al lector. El itinerario está señalado ya en los primeros versos y se cerrará coherentemente al doblar la última página del libro. Esto no es una playlist de Spotify, con materiales de aquí y de allá, algunos de derribo, con una ligera conexión, que es a lo que parecen muchos poemarios contemporáneos y no tanto. Gente que busca su bandera se asemeja más a un LP de aquellos que tenían introducción, nudo y desenlace, de esos que había que escuchar de principio a fin, casi sin descanso, sin aliento, sin perder detalle, sin saltarse una pista, porque todas eran necesarias.
El punto de partida del último poemario de Braulio Ortiz Poole es un viejo conocido de nuestra manera de pensar y de vivir, todo un clásico romántico, la raíz quizá de la Modernidad: el sujeto escindido, el individuo que no encaja en la sociedad o, mejor dicho, al que no le dejan encajar. Sin embargo, en lugar de regodearse en su marginalidad o de chocar trágicamente contra las convenciones sociales, como haría un sujeto romántico de manual, la propuesta de Braulio Ortiz Poole se encara hacia la superación de esa lógica y la búsqueda de un sentido de comunidad dentro de esa escisión -de ahí la elocuencia del título del libro y del primer poema, clara brújula de lectura del conjunto-. En Gente que busca su bandera se pone el acento en la comunicación entre quienes se reconocen en las afueras, en los márgenes de los usos sociales, sin compartimentos estancos, en diálogo incluso con quienes han sido y siguen ejerciendo su crueldad. No es un ‘nosotros’ frente a ‘ellos’. No es un encastillamiento en la propia idiosincrasia excepcional, orgullosa, soberbia, incluso despectiva; no se trata de cometer los mismos errores.
El camino ha de ser lingüístico, porque las palabras no solo nombran la realidad, sino que la crean. De ahí la resemantización –valga el palabro- de algunos términos que han sido secuestrados por esa masa que ha mirado por encima del hombro a todo aquel que no le bailaba el agua. Conceptos como ‘patria’, ‘bandera’, ‘ley’ y toda su retórica casposa y manoseada para hablar de los valores eternos y sagrados –los de esa mayoría- encuentran en estos poemas oxígeno. El libro le levanta la falda a sus manipuladores para desvelar sus vergüenzas, su fascismo –si se prefiere-, esa retórica del ‘nosotros’ los virtuosos, los elegidos frente a ‘ellos’ los desviados, los raritos, los desertores, los anti… [complétese con lo que cada cual tenga más a mano, especialmente con adjetivos referentes a nacionalidades: español, catalán, americano, italiano,…].
El libro propone un recorrido por la historia de los excéntricos, de los heterodoxos, de los apátridas y desertores. Se trata de una galería de personajes en los suburbios de la sociedad tradicional, en las afueras, como Leonard Matlevich, militar condecorado en Vitenam y después degradado socialmente por declararse gay y luchar por ello; Francisco Sánchez el Escéptico, filósofo de origen español que se anticipa a Hume y Descartes; Eddie Slovik, desertor del ejército estadounidense durante la II Guerra Mundial y ejecutado por ello; la rompedora bailarina expresionista Mary Wigman; el escritor y activista negro James Baldwin; la sufragista británica Emily Davison; Lili Elbe, la pionera trans;…. “Desde entonces, esa ha sido la historia:/ alguien quiere ser libre/ y otro lo señala.// Y los dos que nacieron de la misma costilla/ hablarán entre ellos la lengua de la pólvora”. (‘La historia del mundo’ II –página 33-).
No obstante, la pregunta clave en esa dinámica, la cuestión sin respuesta clara, es cuándo se torció la bondad, qué le sucede a uno para convertirse en un capullo fascista, qué extraña lógica y conexión existe entre amar y odiar en esta gente, dónde cortocircuita todo. Quizá demasiadas cuestiones, demasiadas incógnitas. A todas estas preguntas les podemos poner cara en el poema ‘Canadá’ (pp. 38-39), uno de los textos fundamentales de Gente que busca su bandera.
Esa nómina de incomprendidos a veces supone una dificultad en la lectura, ya que las claves interpretativas de muchos poemas se nos pueden escapar al no conocer la biografía de los personajes que los inspiran. Especialmente difícil resultan, en este sentido, los textos más pegados a un personaje, más estrechamente vinculados a su biografía, ya que les cuesta trascender lo anecdótico, lo muy personal. Para salvar este escollo y poder disfrutar aún más la poesía de Ortiz Poole nada como una buena conexión wifi, un buen buscador y un criterio objetivo y acertado en la búsqueda. De esto último cada uno es responsable; de las otras dos circunstancias hay que remontarse a otra gran ‘outsider’ que bien merecería un poema aquí: Hedy Lamarr, archiconocida actriz de Hollywood, pero también inventora en 1942 de un sistema de comunicación contra los nazis que dará lugar con el tiempo a nuestra contemporaneidad cibernética. Pero esa es otra historia. Volvamos a Gente que busca su bandera.
El diálogo entre estos personajes protagonistas del poemario y la masa acusadora no es exactamente eso, sino más una tensión, una fricción entre lo firme, lo granítico, lo estricto –la ley y el orden, sagrados si puede ser- y lo que fluye, lo tremante, lo dúctil. El primer término de esta inecuación afirma sin fisuras, sin consentir grietas, sin admitir disidencias, de modo que condena, es intolerante; el segundo es la grieta en sí, lo que hace tambalearse al edificio granítico de la moral de una época. De hecho, esa raja en la pared con el tiempo se irá asentando, vencerá a los intolerantes por desborde.
De modo que la justicia poética existe. No solo en el hecho de que los personajes marginados e incomprendidos en su momento histórico aparezcan en este libro de Ortiz Poole, sino sobre todo porque inundan enciclopedias –digitales o analógicas-, documentales, homenajes públicos, callejeros,… El tiempo, siempre y cuando la historia progrese en igualdad, empatía, sensibilidad,… pone a cada uno en su sitio: sepulta a los represores y recuerda a los que aportaron algo positivo con su vida o con su obra: “De los hombres que ahora veneramos/ se temió en su momento/ que hablaran con la lengua del demonio…” (‘La nueva inquisición’ –página 63).
Gente que busca su bandera se cierra con un ‘Epílogo’ que es quizá el texto más personal, más íntimo, más confesional del conjunto. Se trata de un cierre lógico: el espejo de la búsqueda, el hallazgo del sentido de pertenencia, de una patria íntima y compartida a la vez, de un sentimiento de comunidad difícil de encontrar. De modo que Braulio Ortiz Poole no se ensimisma ni se victimiza, porque este libro es todo lo contrario al victimismo. Se reivindica a sí mismo en su especificidad y como parte de una estirpe decisiva para hacer avanzar a la Humanidad (con mayúscula), de modo que nunca se pierde la perspectiva de conjunto.
La búsqueda de la identidad es complicada en cualquier circunstancia, pero más cuando te has sentido machacado, por la razón que sea. Gente que busca su bandera es ese viaje indagatorio personal y colectivo, coherente y orgánico en su arquitectura, elegante y contundente en su ejecución. Gente que busca su bandera celebra la vida a pesar de su dureza, desemboca en un mar pacífico, calmado en superficie, aunque con sus corrientes profundas –a veces crueles-. Gente que busca su bandera es un poemario fundamental ahora, con la que está cayendo, y siempre. Y no porque lo diga yo en esta reseña, sino porque ya lo anticipó Alejandro Simón Partal en el Prólogo de Gente que busca su bandera.