Carlos Lucena. El bosque. De huidas también vive el hombre
09/04/18. Libros Prohibidos. Enlace al artículo.
Víctor L. Briones.
¿Por qué se aparta uno de su vida habitual? ¿Para qué se marcha a un lugar aislado? Empiezo esta reseña con preguntas retóricas para ser fiel al trasfondo de El bosque, narración que parece diseñada para hacernos dudar, para moldear y estirar la incertidumbre.Preguntas implícitas en este texto a las que cada uno responderá desde su visión personal: para huir, para cambiar y ser fiel a la esencia traicionada, por cobardía, por valentía… Pero cuando tomamos la decisión radical y firme de cambiar de vida nos llevamos todos nuestros pasados con nosotros, circunstancias no resueltas que encontrarán detonantes para hacerse presentes y aflorar en los momentos más inoportunos. Nos recordarán que podemos intentar renovarnos, pero que es imposible dejar de ser lo que fuimos, que el proceso tiene más que ver con abandonase y entregarse que con olvidar y enterrar lo que ya no queremos reconocer que aún somos.
Calificar esta narración de novela breve es algo que no le hace justicia. El bosque ha sido construida con ladrillos huecos, con retazos tomados de aquí y de allí, como si el narrador de repente se asomara a un cuadro costumbrista o a un momento concreto y lo congelara para mostrárnoslo. No hay un hilo narrativo claro más allá de las instantáneas de la vida cotidiana del personaje principal, en ellas se aglutinan todas las historias a medio mostrar y las consecuencias de los pasados que vuelven a su vida a través de su actual existencia aislada. La narración se asemeja más a una sucesión de relatos breves con pinceladas de inquietante surrealismo extraídos del día a día en Los Colonos, lugar y personaje a la vez. Como suele ocurrir en este tipo de historias de búsqueda personal (quizás Pedro Páramo sea el ejemplo prototípico), el entorno se convierte en una alegoría del batiburrillo interior que los personajes experimentan. Tiene este lugar una cualidad de amenaza y decepción difusa, de maravilloso e inquietante circo donde todo puede suceder a pesar de que parezca que nunca ocurre nada. Esto hace que lo que vamos conociendo sea confuso y algo inconexo, sin tiempo y con tonos variados; pero este hecho, intencional y premeditado, es manejado por el narrador con habilidad y se constituye como una de las sorpresas del texto y un buen aliciente para la lectura.
Como todos los libros que he leído de Maclein y Parker, y no es el primero de ellos que comentamos en la casa, la forma que son capaces de darle los editores al producto hace que uno deje volar esa parte de la personalidad que es una coleccionista algo pirada de placeres estéticos y sensitivos, cierre los ojos y se ponga a sentir las texturas elegidas para dar cuerpo a este libro incluido dentro de la colección Taiga de la citada editorial. Saben envolver para potenciar y no olvidan que el libro es un objeto que va a ser tocado y gustado.
Silencio, se expone
Dejo el continente y vuelvo al contenido, a como un tal Pablo Peyrou se retira a una cabaña en el bosque y se nos presenta como caído del cielo, sin antecedentes ni futuro posible. Poco a poco iremos averiguando que hace allí y conociendo también el paisaje de ese bosque que es a la vez real y figurado, de plantas y personas. De la relación de estos dos elementos, personaje principal y entorno, se irán extrayendo las conclusiones sobre qué es lo que se nos quiere contar (o más bien exponer, colocar delante, como la carne cortada y aún sanguinolenta en el mostrador de la carnicería). Poco a poco vamos entrando en la vida del protagonista y vemos que su historia tiene que ver con la rotura emocional y la añoranza. Este hombre difuminado no se hace presente de verdad hasta el último capítulo, también presentado de modo fragmentario, a través de sus opiniones que surgen como reacción, en un último tramo narrativo brillante, a una tensión que el narrador sabe ir apilando para hacer que sea inevitable que se desate.
Importa mucho en esta obra lo que no se dice y cómo no se dice: a través de un tono cercano, íntimo y de desenfadada indagación que ayuda a soportar la tensión narrativa que va creciendo y las ganas que nos aparecen como un picor en la nariz de que se nos diga de una vez quién es Pablo Peyrou y que hace en el lugar al que ha ido a parar. Se sirve Carlos Lucena de una voz narrativa en primera persona a la que dota de una forma de ser retraída y desengañada que consigue abrir espacios para las suposiciones del lector, para todo ese mundo apuntado pero jamás presentado de forma explícita en lo que se cuenta. Tenemos pues un relato en el aire, que bien podría estar engañándonos, presentándonos personajes inexistentes, fantasmas; quizá una gran alegoría de la búsqueda de la verdad y la autenticidad en la vida. Una obra colmada de arquetipos, con sombras y toneladas de incertidumbre.
Para concluir, en un acto de torpe condensación, podríamos decir que El bosque es una historia de autoconocimiento. Un puzle de gentes que se reconstruyen unas a otras porque, aunque no lo terminen de reconocer, los vemos heridos y abiertos en canal ante nuestros ojos. Conecta con el lector porque todos y todas hemos querido huir de nuestras vidas en alguna ocasión (varias veces al día), hemos sentido esa insatisfacción profunda y nos hemos dejado arrastrar por ella. En definitiva, esta narración nos ayuda a aliviar esa tensión de estar vivos y no tener ni idea de cómo se hace. Escapad, huid, corred a la hacia la espesura.