Fernando García Maroto: La persistencia del frío
11/01/18. Libros prohibidos. Enlace al artículo.
Ese frío que se te mete en los huesos
Tenía yo una espinita clavada con Fernando García Maroto, autor del libro que reseño hoy, La persistencia del frío. Empecé a leer su última novela, Que se enteren las raíces, pero no la terminé. Por aquella época —bueno, como siempre, en realidad— tenía una lista de pendientes abusiva y primaba el ir dando salida a las reseñas. Lo abandoné porque no conseguí meterme en la historia, porque me salía constantemente, y ahí se quedó. Cuando los chicos de Maclein y Parker me ofrecieron leer su nuevo libro de relatos, me dije que era el momento de darle una nueva oportunidad. Y era cierto.
Los fantasmas de la razón humana también llegan acompañados de una sensación gélida en la nuca. Así, el frío que anuncia la soledad, el desamor, la muerte o el delito, se convierte en el hilo conductor de estos relatos. En estas historias encontramos, entre otros, a un artista que halla su inspiración en el crimen; casas que respiran vaho helado y sepultan a sus inquilinos en la total incomprensión de sus vidas en común; una adolescente enamorada de su propio reflejo; e incluso un cielo hostil que niega la lluvia a los habitantes de un pueblo convertido en un erial.
Es curioso, pero a este libro de relatos le ocurre algo muy parecido al último que traje, La sabiduría de quebrar huesos, esto es, sin ser obras de terror, sí que entroncan directamente con los miedos más ocultos y primarios. Como ya comenté en esa otra reseña, creo que basar los textos en el miedo es un acierto por ser algo que todos llevamos dentro y que ayuda al lector a identificar las situaciones y a meterse en los relatos. Y si bien La persistencia del frío no es una obra tan centrada en los miedos sí que consigue ese efecto. Esto último tiene dos caras. Por un lado ayuda a aflorar los sentimientos a que el autor apunta; y por otro, acentúa una bruma de pesimismo de la que le cuesta desprenderse. De modo que mi consejo al lector es que vaya con cuidado, que si se encuentra en un mal momento anímico se lo piense dos veces antes de adentrarse en estos cuentos.
En este párrafo quiero resaltar el trabajo de edición de este libro. No solo por el mimo de la cubierta, el papel y los acabados, que también, sino por su labor tratando los textos. Por una parte, han coordinado muy bien la obra y han sabido ordenar perfectamente los cortes para que tengan un sentido narrativo y un ritmo que no abrume al lector. Se trata de relatos con enjundia, por lo que hay que saber presentarlos bien ordenados. Por otra parte, han sabido trabajar junto al autor para ayudarle a entregar su mensaje correctamente. Obviamente no sé cuánto han intervenido aquí, pero en La persistencia del frío no ha aparecido apenas nada de eso que me hizo abandonar la lectura de Que se enteren las raíces. Y no ha pasado tanto tiempo entre una obra y otra. Sigo pensando que a sus construcciones le sobran adjetivos, pero el autor, sin duda, ha crecido y en eso hay que darle su parte a los editores. ¿Soy muy pesado con Maclein y Parker? Nah…
Y es que el estilo de Fernando García Maroto es muy peculiar. Tiene la asombrosa y poco común habilidad de construir frases kilométricas sin perder el sentido y sin dejar de aportar información. Y eso lo agradecen los lectores que se sientan con un libro por el placer de encontrarse con el lenguaje en su faceta más bruñida. Su prosa requiere desarrollo, espacio, una constelación de palabras precisas para llevarte donde pretende. Te envuelve en una manta de nubes y te arrulla, te hipnotiza, te deja medio grogui y, cuando menos te lo esperas, te da el hachazo. O eso, o te deja ir, pero es raro que escapes sin ningún rasguño.
Sin apenas darse cuenta, con la lentitud violenta y obstinada con que surgen las arrugas y aparecen las canas, el hombre y la mujer quedaron aislados, pretendiendo hacerse inexpugnables para solventar el problema que les acuciaba con insistencia canina. La pareja quedó completamente aislada por decisión propia; aunque en realidad ellos, por sí solos, no decidieron nada, sino que fue el frío, con sus artimañas y sus sobreentendidos, fue acorralándolos en la casa, dejando fuera de sus vidas todo aquello que no tuviera una relación directa con él.
Los 4 magníficos
En este apartado hablo de mis relatos favoritos, aquellos con los que he conectado mejor y he disfrutado más. Antes de empezar con ellos, me gustaría resaltar que el nivel de toda la obra es constante, sin ningún cuento que te deje tirado. Y luego están estos 4 que destacan por aprovechar mejor los ingredientes de la receta que se nos presenta en La persistencia del frío.
Comenzamos con «Las manos», el que es, en mi opinión, el mejor de los cuentos de extensión más reducida. Su desenlace se ve venir un poco, pero es en la forma que se desarrolla lo que consigue arrastrar al lector. Seguimos con «Estadio monumental», historia escrita a varios niveles, perfectamente contada, con tacto y sutileza, escondiendo en todo momento las intenciones y con una clara estrategia de soltar poco a poco la información. La mezcla de fútbol, amistad, política y amor consigue un resultado insospechadamente cáustico.
El relato más visceral de todos es «Marinero con guitarra», y eso que arranca con un planteamiento plácido, casi ideal. Parece que va a ser un corte más hasta que llega su descarnado final, con un giro de esos que te impiden seguir leyendo. Ejecución perfecta. Y finalizo con mi favorito, «Una larga espera». No sé si es debido a que pinta una especie de distopía, una situación posible-imposible que tampoco se termina de conocer más allá de esa lluvia que no deja de caer y que mantiene encerrada a la gente. En realidad, su valor está en lo bien que juega con las sensaciones del lector, lo bien construido que está para mantener la incógnita hasta el final.
Como cada mañana desde hacía ya mucho tiempo, el viejo Andrade salió al porche de su tienda, con el puro barato colgándole de la comisura de los labios, pretendiendo ser un atributo más de su cuerpo desgastado, y con sus manos vellosas repletas de manchitas indescifrables comenzó a pelar una naranja —su desayuno de costumbre, amén de un café bien cargado— desgajándola diestra y minuciosamente. Comió un troco y observó el paisaje abandonado y desértico, desolado. El pequeño pueblo obstinado no cambiaba, y si lo había hecho sin que él se diera cuenta, entonces lo había hecho a peor.
Y hasta aquí esta recomendable colección de relatos, mi redención con este autor. La última cita, por cierto, no pertenece a ninguno de los relatos mencionados. Es el comienzo de «Desde el cielo». Retorcido que es uno.
Javier Miró.