Lo salvaje, de Antonio de Egipto.
Una road movie poética en busca del lugar de uno en el mundo
06/04/18. A Librería. Enlace al artículo.
Ana Castro V.
Pongamos que suena Eddie Vedder, Pearl Jam, Ricardo Lezón o Glen Hansard y la sala de un notario queda atrás. Delante, la carretera y el mundo.: “(…)me espera el mundo,/ el asfalto, los mapas, el horizonte./ Dejo atrás una casa que no cesa.” Con estos versos cierra el poema que abre “Lo salvaje” (Maclein y Parker, 2018) Antonio de Egipto (Cabra, Córdoba, 1975), al que le acompaña la condición de nómada no solo en las páginas de su quinto poemario sino también en su biografía y en su trabajo como editor del sello Bandaáparte. Nos invita a emprender un viaje en el que confluyen los ritmos beatniks de Kerouac y Ginsberg con el blues y el jazz. Thoreau y su defensa de la naturaleza van de copiloto en esta road movie poética, en la que lo cinematográfico guarda un peso significativo.
El viaje comienza no solo en el momento de la firma de una escritura de compraventa, sino con la dramática y nostálgica —pero inevitable— ruptura con la casa (y el amor). Así se desencadena esta travesía de tintes nostálgicos, siendo todo en potencia, como “una llamada salvaje que tira de ti a otro mundo” mientras el motor se pone en marcha “con el corazón agitado”. Un camino hacia el Norte con lo puesto, como la protagonista de “Salvaje”, de Cheryl Strayed, con el mismo afán por continuar, por resistir, y proyectarse hacia el siguiente kilómetro.
Este poemario sugerente y delicado, claro ejemplo de la poesía más honesta e intimista, se torna muy musical y cinematográfico. En él se suceden los paisajes de la película “París, Texas” de Wim Wenders y la banda sonora de “Hacia rutas salvajes”, sin pasar por alto las confesiones a cámara al más puro estilo “Cosas que nunca te dije” de Isabel Coixet. Y todo en busca de lo más difícil de hallar partiendo de la herida: el lugar de uno en el mundo.
Tonos verdes, azules (“porque la derrota es azul e inconmensurable”) y tierra pasan al otro lado de la ventanilla del coche, como si de una cinta antigua se tratara. Y es que a lo largo de esta carretera, el escenario rememora “El mapa de América” de Pablo García Casado o “Carretera” de José Luis Amaro. El amor que fue (“un destello en el asfalto —eso fuimos— y giró la tierra”) viaja en el asiento de atrás, junto a lo que aprendimos con él, quien nos hizo ser, como equipaje. Se suceden las visiones más reveladoras, destellos de luz episódicos que conducen hacia el siguiente kilómetro. Todo para terminar bailando desnudo en un desierto.
“Lo salvaje” es —tomando prestadas las palabras de Whitman— “intraducible, un grito bárbaro sobre la tierra” que pisamos. Los poemas concisos y fragmentarios que abren el libro van creciendo y haciéndose más extensos a medida que la ruta se extiende y el poeta se siente más cómodo al volante. Aparece entonces el realismo sucio al más puro estilo de Carver, sin olvidar las referencias a Lorca y su “Poeta en Nueva York”, en un intento por comprender (o acaso solo reflejar) aquello que le rodea.
Lo más interesante no es la delicada cadencia de sus palabras, el cinematográfico paisaje o la franqueza desnuda, tan bella que hiere y sana al mismo tiempo, sino “el camino que es futuro, que sacia los ojos del que llora” y es “horizonte” y “paisaje” al mismo tiempo. Esta reflexión sobre el camino, siempre en tránsito, va más allá de Machado o la metáfora manriquense de la vida como río (o carretera): el camino es “solo senda desnuda de lo salvaje”.
Naturaleza, asfalto y nubes grises. Versos comedidos y brillantes que inevitablemente conducen a concluir con respecto al autor: “Saber de tu silencio/ es mucho más que el ruido del mundo. Bienvenidos a “Lo salvaje”.
A modo de bonus track, la nota del autor que abre el libro, toda una declaración de intenciones o acaso solo la fotografía que quedó del inicio de esta road movie con tintes autobiográficos que conduce a ese lugar común donde todos somos espectadores o compañeros de viaje:
«Dejé de lado lo superfluo y la tirantez de las palabras, cesó el humo en la cabeza y el dolor en los dedos de las manos. […] Me lancé al mundo literariamente hablando, rescaté poemas que siempre habían buscado estar en este libro, y surgieron más versos. […] Quise detenerme, estar quieto, mirar el cielo, las estrellas, la línea discontinua de la carretera, la bravura de los ríos, quise amar y amé, quise ser árbol y delirio, me declaré devorador».
Lo salvaje
El camino se torna fuego
que lame heridas y arroja llamas
de tierra y hojas
contra los cuerpos.
El camino marca lo que somos,
dentellea las manos y las piedras
con injurias, mordazas y tormentas.
El camino es paraíso y lluvia,
es bosque profundo, negro y sonoro,
lobo que aúlla,
lechuza de luna plateada,
arroyo de silencio en el sueño de las raíces.
El camino es palabra y gesto y abrazo,
atrapa en su vientre los latidos,
lame con lujuria y teme.
El camino traza lo salvaje como un rito,
un laberinto de escamas de serpiente,
musgo que sostiene el rocío de la mañana,
el tronco vacío de un árbol seco y roto.
El camino es futuro que sacia los ojos del que llora,
horizonte, paisaje, mudo mundo de metal y letanías.
El camino camina como un caminante
que deja atrás el sinsentido vacuo de lo visible,
cierra los ojos, se sumerge, desciende,
roza lo atemporal y lo físico con el aliento leve
del que respira por obviedad.
El camino no piensa en si es verde, barro, ramas, piel,
no tiene mapas, ni colinas, ni prados, ni brújulas,
solo la senda desnuda de lo salvaje
Valoración: Imprescindible