02/12/2016. La piedra de Sísifo. Enlace del artículo.
¿Qué mejor, en los días de frío que tenemos ahora, que calentarse al calor de un buen fuego hecho con leña? ¿O, por qué no, al calor de un buen libro de relatos? Porque quien diga que la literatura no calienta es que no ha leído libros con sangre. Y no me refiero a D.H. Lawrence, a Anaïs Nin o a Melissa Panarello. No, un buen libro es la llama que enciende el pensamiento. Un buen libro como Leña, un compendio de relatos de José Pedro García Parejo editado por Maclein y Parker. Se trata de 20 relatos cortos que este autor sevillano, profesor de geografía e historia, ha ido escribiendo a lo largo de los años y ha seleccionado de un total que casi llega al doble. Algunas de esas historias comenzaron a escribirse en 2007 y otras casi antes de ayer, ocho años después, lo que explica que el conjunto tenga cierta heterogeneidad. Eso sí, la calidad es uno de los denominadores comunes en todas las historias: muchas de ellas han sido premiadas en distintos certámenes y concursos literarios.
No es, sin embargo, el único factor común con el que pueden hilarse los relatos que componen Leña. No hay fantasía, ni ciencia ficción. En cada una de las historias se describen situaciones cotidianas: un partido de fútbol, una clase de matemáticas, una conversación de amigos en un banco, de dos desconocidos en una estación de trenes, o de un abuelo y un nieto a la hora de la comida. El espacio, con lugares como Sevilla o Dos Hermanas, tampoco es nada del otro mundo. Momentos, localizaciones y personajes cualesquiera con los que el lector puede identificarse, que bien podrían echarse en el olvido, pero que bajo la mirada de García Parejo se vuelven trascendentales. ¿Acaso no es esa una de las grandezas de un escritor? Descubrir los andamios de lo excepcional en el edificio de lo ordinario.
La nostalgia puede paladearse en muchos de sus relatos. Recogiendo las palabras de la escritora Edna St. Vincent Millay, «la infancia es el reino donde nadie muere». García Parejo parece creerlo a pies juntillas, porque en Leña ha convertido a la infancia en uno de sus reinos. Este es un libro generacional que encandilará a ochenteros y noventeros. Es lo que tienen las referencias a la cultura pop norteamericana, al cine y a las series de esa época, a los hábitos y las rutinas de un momento que, permítaseme aquí un atisbo de ego, difícilmente volverá a repetirse. Esa época en la que, en verano, la playa se podía convertir en un territorio de libertad; en la ir al circo con tu abuela se convertía en un ritual; o en la que jugar en el descampado era una aventura cotidiana. Estos elementos, generacionales, se combinan con otros momentos intemporales, como el de los juegos infantiles, en «El club de los primeros», o descubrimiento de la sexualidad, como ocurre en el relato «Clase de matemáticas».
¿Qué le espera al adulto? Soledad, aislamiento, derrota. Muchos de los personajes que desfilan por los relatos de Leña son incomprendidos, marginados, inadaptados, perdedores, insatisfechos con la vida que les ha tocado. Lo vemos en «Leña», en «El fisioterapeuta», en «Vidas de protección oficial», en «Pablo tomaba un gin tonic», en «Oscura y frío», en «Camino de vuelta». Al final de todo solo queda la mera contemplación, sin posibilidad de cambiar nada, que es lo que ocurre en «Vagón de cola».
Todo esta cotidianidad española, de flamenca, toro y gallo portugués del tiempo encima de la televisión, se tiñe de una atmósfera norteamericana que dejan un regusto a Edward Hopper, otro obsesionado con el momento y con lo común y corriente. Señala Álex Prada, con mucho más arte que un servidor, influencias de Palahniuk, de Carver o de Vonnegut. Es un sabor americano que casi se puede mascar en la amargura de Pablo mientras toma un gin tonic, en el regusto a Una pandilla de pillos, con Alfalfa y Spanky, que hay en «El club de los primeros», o en esa maravillosa implosión de mundos que se produce cuando, en «Kowalski», lo más estadounidense entra en contacto con lo más castizo a través de una anécdota que bien podría dejarme por mentiroso cuando afirmaba que en el libro solo hay situaciones cotidianas.
Pero lo mejor lo estaba dejando para el final. Lo primero es la prosa. Da la sensación de que muchos de los relatos sean un ejercicio de estilo. García Parejo es capaz de construir mundos con un lenguaje sencillo y lírico a partes iguales. Nada de pretenciosos rodeos para rellenar. Es directo y preciso, y eso se agradece. Lo que no quita que, a veces, las fronteras entre narrativa y poesía se desdibujen, sobre todo en aquellos relatos cortos que se construyen a fuerza de reiteraciones, en «Tu mala vida», o haciendo uso de un lenguaje exquisito, como en «Descampado». ¿Qué mejor cierre para todo el conjunto que «Descampado»?
Lo segundo es «El amable apilador», un relato del que no he dicho absolutamente nada adrede porque quería reservar mi opinión hasta el final y terminar hablando de él. Intentaré resumirlo en una sola frase: es uno de los textos más brillantes y demoledores que he leído en mi vida, tanto por la historia que cuenta por como está escrito, y solo por este milagro ya merece la pena cantar alabanzas de Leña. ¿Qué más se podría añadir a esto? Creo que nada.
Este libro es uno de los nominados al Premio Guillermo Baskerville organizado por Libros Prohibidos.